La ley sobre la ideología de género aprobada por el parlamento de la Comunidad de Madrid ha provocado la protesta de los obispos de Getafe y Alcalá y la respuesta de Cristina Cifuentes, que ha declarado: “Esas afirmaciones no me gustan; digo claramente que ese tipo de opiniones no las comparto y discrepo absolutamente de ellas”. Para la presidenta de la Comunidad de Madrid se trata de “dos obispos muy concretos”, en realidad tres, y ha agregado que “no se puede generalizar la opinión de dos personas con todo el estamento eclesial”. ¿Qué pensar de ello?
Creo que la presidenta se equivoca en su afirmación de que sólo unos muy pocos obispos no pueden representar a todo el estamento eclesial. Si los obispos lo que enseñan es la doctrina de la Iglesia, y lo que dicen está conforme con ella, porque es lo que enseñan el Antiguo y el Nuevo Testamento, el Catecismo de la Iglesia Católica y los Papas, como ha dicho bien recientemente el Papa a los obispos polacos, entonces hablan en nombre de ella. Pero si lo que enseñan se separa de lo que enseña la Iglesia, entonces evidentemente su doctrina no es católica.
Por poner un ejemplo: si un solo obispo o sacerdote declara que el aborto es un crimen abominable, como su doctrina es la de la Iglesia, es indudable que su doctrina es católica, cosa que no es la doctrina contraria, aunque la defienda un parlamento por unanimidad y en él haya bastantes que se consideran católicos. Por ello cualquier católico, si quiere ser católico de verdad, tiene que estar de acuerdo con lo que dicen estos obispos, porque es lo que dice la Iglesia. Entérese, señora Cifuentes, trate de informarse y procure no hacer el ridículo, que no ayuda a su presunto prestigio.
Una de las cosas que siempre me han llamado la atención es la audacia con que se habla de Religión. Mientras para hablar de Matemáticas, Farmacia, Ingeniería, Historia, o Filosofía la gente comprende que necesita unos conocimientos básicos, tal vez la Religión sea el único lugar donde se puede discutir desde una total ignorancia. Recuerdo en este punto lo que un padre no creyente, el socialista francés Jean Jaurès, asesinado poco antes de la Primera Guerra Mundial, decía a su hijo, que le pedía no ir a clase de Religión:
"¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Querrías tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?
»Estudias mitología para comprender la historia y la civilización de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal?
»¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras.
»Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien educado es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia? Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple savoir vivre, hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.
»Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión".
Desgraciadamente, la postura de sensatez de Jaurés no es la habitual entre los políticos, al menos entre los nuestros. Por comodidad o ignorancia, muchos, como Cristina, prefieren despachar el problema con un par de frases tópicas, en vez de sentarse a pensar si, como en este caso, los obispos no llevan razón, tanto más cuanto que la argumentación episcopal se basa también en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, que debiera ser el ABC de lo que saben los políticos, pero da la impresión que los políticos ese breve documento no se molestan en conocerlo y menos en seguirlo, cuando es la base de la democracia.
Los obispos denuncian el ataque de la Ley a la libertad de conciencia y de religión, pues ni siquiera contempla el derecho a la objeción de conciencia (art. 18 de la Declaración de Derechos Humanos), a la libertad de expresión y de cátedra (art. 19), el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones (art. 26 & 3), y la pretensión totalitaria de imponer «ideológicamente» un pensamiento único» que anule la libertad y el derecho a buscar la verdad de la persona humana.
Como los obispos tienen razón y no saben cómo contestarles, lo mejor es no contestarles e imponer sanciones para asustar y no quede clara la ignorancia de los legisladores madrileños. ¡Y luego se quejan de que los políticos están desprestigiados!