En el capítulo 23 de Lucas, sobre la Pasión de Cristo, se nos cuenta como Pilato, al saber que Jesús era galileo, se lo envía a Herodes, y que éste, a su vez, se lo devuelve. El episodio termina así: “Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí” (v. 12).
 
Pilato y Herodes se hacen amigos contra Jesús, en una verdadera comunión para el mal. En España, nuestros partidos políticos, incapaces de ponerse de acuerdo para formar gobierno, están sin embargo unidos en una auténtica comunión para el mal, pues todos ellos votan unánimemente las leyes de ideología de género, sobre la que ya, incluso antes de ser Papa, el cardenal Bergoglio decía, ante la inminente aprobación en Argentina del matrimonio homosexual: “No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ´´movida´´ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.
 
Más recientemente, en la JMJ de Cracovia, el Papa dijo a los obispos polacos: "En Europa, en América, en América Latina, en África, en algunos países de Asia, hay auténticas colonizaciones ideológicas. ¡Y una de ellas –lo digo claramente con ‘nombre y apellidos’- es la ideología de género! Hoy a los niños (¡a los niños!) se les enseña esto en el colegio: que cada uno puede escoger su sexo. ¿Y por qué enseñan esto? Porque los libros son de las personas e instituciones que te dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablando con el Papa Benedicto, que está bien y tiene un pensamiento claro, me decía: ‘Santidad, ¡ésta es la época del pecado contra Dios Creador!’ ¡Qué inteligente es! Dios ha creado el hombre y la mujer. Dios ha creado el mundo así, y así , y así… y nosotros estamos haciendo lo contrario".
 
Hace poco también, el pasado 9 de junio, los 47 jueces que integran el pleno del Tribunal de Estrasburgo (el tribunal de Derechos Humanos más importante del mundo), han dictado una sentencia por unanimidad, que establece textualmente que “no existe el derecho al matrimonio homosexual”. El Tribunal recordó que el artículo 12 del Convenio Europeo sobre Derechos Humanos consagra “el concepto tradicional del matrimonio como la unión de un hombre y de una mujer” y que no impone a los gobiernos la “obligación de abrir el matrimonio a las personas del mismo sexo”.

Dicho de otro modo: los países europeos firmantes del Convenio Europeo sobre Derechos Humanos tienen el derecho a decidir esta cuestión como mejor les parezca sin sufrir represalias del tribunal. La reciente sentencia viene a enfriar y templar la propaganda incesante de los grupos LGBT que hacen parecer la aprobación del matrimonio gay como un avance imparable de los derechos humanos al que sólo se resisten, movidos por una profunda homofobia, un puñado de países y de personas ultras.

La afirmación que se nos intenta imponer por vía legislativa en La Rioja de que “la libre autodeterminación del género de cada persona ha de ser afirmada como un derecho humano fundamental” choca claramente contra la sentencia de Estrasburgo. La realidad es que sólo 17 de los 193 países miembros de la ONU tiene esta institución del matrimonio homosexual.
 
Lo que sí resulta curioso y chocante es el silencio informativo sobre el que se ha rodeado esta sentencia. Mientras que si hubiese sido la contraria, no creo que sea pensar equivocadamente que hubiese abierto los telediarios y ocupado la primera página de casi todos los periódicos, al ser al revés, el silencio que ha caído sobre esta noticia ha sido casi total, recordándome esa frase que considero muy gráfica: “Hay silencios que atruenan”.
 
Y es que las consecuencias no son sólo sobre el matrimonio homosexual, sino sobre toda la ideología de género. El Papa, hemos visto, denuncia que se enseñe a los niños que cada uno puede escoger su sexo. Es una tontería y una falta total de sentido común, pero una tontería que puede destrozar muchas vidas, es decir, una maldad.