Por razones de edad y de aguante, cosas estrechamente relacionadas entre sí, no he estado en la JMJ de Cracovia. Pero como es lógico, la he seguido con mucho interés, porque es una experiencia formidable que sirve para acercar a muchos jóvenes a Cristo y a la Iglesia.
Como en Madrid jugábamos en casa, no valoré suficientemente lo que suponen los días anteriores a la JMJ en cuanto tal. Los polacos, mucho más según mis impresiones que en Madrid, abrieron sus puertas y sus casas -acreditando así que son una de las Iglesias más vivas del mundo, porque por sus obras los conoceréis- a los jóvenes peregrinos, que, por otra parte, aprovecharon bastante bien el tiempo con una serie de acciones que les sirvieron de preparación espiritual a los días centrales de la JMJ.
Lo que te cuentan todos es que se lo pasaron genial en un ambiente fabuloso de amistad y alegría, sin necesidad de alcohol ni de botellón, a pesar de que tan pronto jarreaba como hacía un calor insoportable, pero la gente aguantaba todo, como aguantamos en Cuatro Vientos en Madrid. El encontrarse con jóvenes de tantos países, de culturas muy diversas, pero a quienes unía la fe en Jesucristo, ha sido para ellos una experiencia sencillamente inolvidable.
Una de las preguntas que evidentemente se te ocurren es si no pasaron miedo, como me consta que en España lo tuvieron bastantes familias, en especial tras la detención allí en Polonia de un terrorista iraquí lleno de explosivos. Me contaba una madre que había pedido a sus hijos que se volviesen a casa y que le contestaron que no tenían miedo y que si además les pasaba algo, qué mejor momento para morir que ése, cuando en su vida pocas veces se habían sentido tan cerca de Cristo.
No hay que olvidar que muchísimos de los jóvenes aprovecharon la ocasión para confesarse y que el sentirse limpios por dentro, es indudablemente un motivo de alegría. Las medidas de seguridad fueron muy grandes y además no tuvieron que soportar, como en Madrid, a los laicistas que trataron por todos los medios de sabotear la JMJ y machacar a los católicos. Allí, en Polonia, el concepto de democracia es distinto al de nuestros laicistas. Hay que respetar a los demás, y con quien no se comporta así no se andan con contemplaciones.
En cuanto a los actos religiosos masivos, muchos han vuelto muy impresionados de la vigilia de oración, especialmente de la adoración en silencio ante el Santísimo. Me han expresado algunos que ese de la Vigilia fue el discurso del Papa que más les llamó la atención, en especial su alegato contra el miedo que nos aleja de los demás y nos impide tenderles la mano, así como su imagen del sofá que adormece y embota. Por ello les preguntó: “¿Quieren ser jóvenes adormecidos, embobados, atontados? ¿Quieren que otros decidan el futuro por ustedes? ¿Quieren ser libres? ¿Quieren luchar por su futuro? No están muy convencidos, ¿eh? ¿Quieren luchar por su futuro? (¡Sí!)”.
En este punto debo decir que a mí lo que más me ha agradado fue otro discurso: el del Papa a los obispos polacos, tal vez por eso que cada loco con su tema, y ver al Papa denunciando la ideología de género, también con el testimonio de Benedicto XVI, me ha llenado de alegría, porque esa ideología políticamente correcta pero literalmente diabólica es lo único en que están de acuerdo en una comunión para el mal nuestros partidos, como acaba de sucder en el parlamento de la Comunidad de Madrid, y es el tema contra el que va a tener que luchar la Iglesia española y los católicos de a pie en los próximos meses y años, porque de lo que se trata es de corromper a nuestros niños, adolescentes, jóvenes y familias.
Indudablemente la JMJ ha sido una inyección de fe, para muchísimos no sólo una experiencia de fe, sino algo imborrable en sus vidas. Uno de esos jóvenes me decía que en estos días posteriores había notado un cambio en él no sólo en su modo de estar en los actos religiosos, sino incluso en su trato con los demás. Esperemos que ese cambio dure y nuestros jóvenes se mantengan en la convicción que vivir con Cristo y seguirle es lo que va a hacer de ellos no unos monigotes, unos jubilados de veinte años, sino personas de provecho.