La corrupción se está convirtiendo tristemente en una palabra de moda en España. Cada poco tiempo ve la luz un nuevo caso, o nuevos datos y filtraciones sobre este fenómeno. En algunos medios campea a sus anchas el caso Gürtel, los trajes del señor Camps. Pero no podemos olvidar Mercasevilla, el caso Faisán, las familias Pajín y Chaves… Y eso sin bajar a instituciones provinciales o locales.
Parece que a esta moda no le afecta la crisis demográfica; más bien se encuentra en plena onda expansiva. Pero con la corrupción también crece, a pasos agigantados, el rechazo hacia quienes se adhieren a esta nueva moda. Crece el rechazo, de modo inmediato, porque en tiempos de crisis nos ofende más que alguien dirija hacia sus cuentas tanto dinero del Estado, o sea, de todos los ciudadanos. Aumenta el malestar porque este modo de actuar frena el crecimiento de toda la sociedad, es como un sobrepeso que no deja subir al globo, para disfrutar de la belleza de una vista aérea.
Es grave, por no decir escandaloso, que ciertas personas se lleven injustamente el dinero con el que podrían vivir miles de familias. Pero es más grave aún la cultura que estamos heredando, la cultura del engaño. Se admite como algo inevitable, obvio, que quien tiene poder siempre va a corromperse, a engañar. Y para defenderse, el hombre de a pie tiene que hacer lo mismo, engañar, tapar, mentir. Así, los poderosos ponen cimientos de cartón sobre los grandes rascacielos, y los ciudadanos de a pie terminamos haciendo lo mismo sobre nuestras pequeñas casitas. ¿Y si viene un huracán?
Criticamos con facilidad la corrupción de los grandes, los engaños y manipulaciones de políticos, grandes empresarios, banqueros, pero quizás también en nosotros crece esta moda moderna. La corrupción, defensa de la corrupción. No robamos millones de euros, entre otros motivos porque ni siquiera los vemos, pero sustraemos parte del cariño que debemos dar a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros amigos. No nos apropiamos injustamente de los bienes ajenos, pero tal vez robamos la buena fama o una merecida alabanza para nuestro compañero de oficina. La corrupción de los grandes se nos filtra con demasiada facilidad a los pequeños.
Hace dos mil años, una Persona que se atrevió a definirse como Dios e Hijo de Dios, nos dejó un criterio de actuación muy sencillo, válido para quien cree en Él, y también para el no creyente: «Sea tu palabra sí sí, no no; lo que de ahí pasa, del mal procede». Simple honestidad, coherencia, honradez. Lo que hagas, hazlo a plena luz del día, o a otra hora pero que se pueda repetir a la luz del día. No juegues con el engaño, este fuego de la corrupción; el que juega con fuego, termina llamando urgentemente a los bomberos.
Tal vez alguno, al leer la palabra «mal», haya pensado de inmediato en el absolutismo moral, en el «esto está bien, lo otro mal». ¿A quién se le ocurre afirmar algo tan absoluto, en estos años de tolerancia y respeto? Todo es relativo, depende… Creo que la protesta (¿Sofisma?) cae por su propio peso; y como prueba, un botón: ¿Estamos conformes con la corrupción de tal o cual persona, corrupción política, económica, o para no pagarme el sueldo que merezco? Parece que hay cosas que están bien, y otras que están mal.
«El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Se necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral». Son palabras de Benedicto XVI en su búsqueda de una solución al problema del crecimiento humano de nuestra sociedad. Todo un reto, para aquellos que se sienten llamados a la política, a nivel regional o nacional, y para aquellos políticos de a pie. Político, en sentido propio, es el ciudadano, el que se ocupa de las cosas relacionadas con su ciudad, la ciudad de Madrid, Valencia o Barcelona, y la ciudad de mi familia, mis conocidos, mis amigos. Política es la relación con quienes nos rodean, y también en ese ámbito el peligro de la corrupción está latente. Pero también está el reto de la honestidad, la rectitud, la sinceridad, la grandeza del hombre que es de una sola pieza, que nunca engaña y siembra amor a su alrededor.