Vivimos en una cultura poco amiga de la muerte. Tratamos de que esté lejos del día a día. Los cementerios están a las afueras de la ciudad, y no sólo, como sucedía antaño, para evitar enfermedades provenientes de los cuerpos en descomposición, isno también para que interfiera lo menos posible en nuestra vida. Los proyectos actuales de cementerios, siempre cercanos a los tanatorios (cuanto menos movamos el tema, mejor), se asemejan a jardines verdes, con mucho césped y pocos símbolos, lo mínimamente imprescindible, que nos recuerden la realidad incuestionable de la muerte.
Pero mi reflexión va a la muerte provocada, el “asesinato”. Y un asesinato, tres para ser precisos, más cercano de lo que pensamos. Tres asesinatos que ha cometido nuestra cultura actual. El tema es una hogaza con mucha miga, pero veamos algunas pinceladas.
El primer asesinato, llevado a cabo principalmente en la década de los sesenta, es el asesinato del padre. ¿Ideólogos que podemos relacionar con este asesinato? Nietsche, Freud, la voluntad absoluta de poder y el superhombre. Yo, joven del 68, sé todo lo que necesito para mi vida, y no necesito a nadie más, ni padre, ni jefe, ni el menor vestigio de autoridad. Mi actitud básica es la rebeldía contra aquel que me mande algo (estado, padre, madre, director…).
Esta rebeldía va de la mano del progreso (progreso científico) que me enseña todo lo que necesito. Y aquí ya surje una paradoja. Por una parte el joven desprecia toda autoridad, pero asume acríticamente las opiniones que le enseña la tele (en esos años) o el abstracto mundo de internet (en nuestro siglo XXI). ¿Somos hijos, sometidos por tanto a una autoridad, o somos libres para escuchar críticamente cualquier opinión que nos venga de internet, o de un titular del periódico de moda (7 palabras que resumen una situación humana o social)?
Hay que ser científicos, esbozan los defensores de la cultura actual. La ciencia, y todo científico está convencido de ello, es un ámbito donde se respeta mucho la autoridad (y la tradición, que van de la mano). Cualquier investigador físico asume, sin demasiado problema, la teoría de la gravedad, sin considerarse menos científico simplemente por aceptar como padre esta teoría. Aceptamos esa autoridad, y siendo hijos de ese científico (Newton), seguimos adelante.
Segundo asesinato, más patente a medida que avanzan las legislaciones “modernas”. El asesinato de la madre, a manos de un “feminismo moderno”. El feminismo, asomándonos un poco a la historia del siglo XX, no nació en contra ni como algo opuesto a ser madre. Más bien, al contrario: se reclaman ciertos derechos de la mujer, en ambientes laborales discriminatorios como las fábricas (y su infernal trabajo, aprovechándose de la mano de obra barata: mujeres y niñas). Reclaman los derechos de la mujer, precisamente para poder ser madre, para realizar aquella misión más hermosa que está en las capacidades y deseos de toda mujer. Y uno de los signos de ese machismo, opuesto a la mujer, era precisamente el hecho de obligarlas a abortar. Este feminismo era cien por cien pro life.
Con el paso de los años, ese feminismo pro-maternidad, que quiere defender justamente la grandeza específica de la mujer – madre, se transforma en un “feminismo machista”: el ideal de la mujer ya no es ser madre, sino ser igual al varón. Como si a una mujer no le gustase ser mujer, cariñosa, sensible, acogedora, educadora, generosa por naturaleza, y prefiriese ser varón. Cada sexo tiene su belleza, pero ¿por qué rechazar la belleza del 50 por cierto de las personas, décima arriba décima abajo?
Hemos pasado en estos años de la belleza de la maternidad a la maternidad como carga. Y al ser una onerosa carga, mejor quitarla, evitarla, asesinar a la madre (y al hijo). Y si yo, como mujer, en mi absoluta e intocable libertad, quiero tener un hijo, al estilo de Juan Palomo, “yo me lo guiso y yo me lo como”, decido que se me fabrique un hijo en la empresa FIV (también llamada HAM, hijos a la medida).
Nos hemos olvidado, en este caso, de una realidad científica básica, nosotros que enarbolamos la bandera de la ciencia. El niño siempre procede de un padre y una madre, una célula padre (esperma) y una célula madre (óvulo). Tener un padre y una madre no es invención de la Iglesia, ni de unos arcaicos puristas. Es un simple dato biológico evidente. Resulta que el feminismo que acude a la empresa HAM olvida que existe un padre, o lo utiliza y luego lo pretende arrojar al olvido.
Muerto el perro, se acabó la rabia. Del mismo modo, muerte el padre y la madre, se acabó la familia. El individuo pasa a ser una pieza más, anónima y desconocida, de la maquinaría de las cosas que tiene este universo. Un elemento más de esta cosa que llamamos sociedad, un voto para los políticos, un pagador para hacienda, un origen de dinero la gran empresa. Qué aburrido y qué absurdo, permítaseme la expresión.
Ya Horacio, hace más de veinte siglos, pronunció aquella famosa frase: non omnis morear, no moriré del todo. En el corazón del hombre hay un deseo de vivir, aunque le rodee la oscuridad de la muerte, el asesinato, estos tres asesinatos. La muerte no tiene la última palabra, y los cristianos lo sabemos mejor que nadie. Alguien, el Hombre, ha vencido a la muerte, ha vencido al mal. Y por eso la Vida triunfará, también de estos tres asesinatos. La Esperanza brillará. El Amor, Jesucristo, triunfará.