He tenido la oportunidad de visitar Tierra Santa recientemente. Fue una experiencia tremendamente iluminadora, pues el contacto físico con los lugares donde vivió, murió y resucitó Jesús agudizó mi pobre entendimiento de modo que pudo captar aspectos de la historia de la Salvación que de otro modo difícilmente hubiera podido aprehender.

Así fue como me llamó la atención el destino de los pueblos que no recibieron a Jesús. Es el caso de las gentes de Gerasa, en la ribera oriental del Lago de Genesaret. Al llegar Jesús allí le salió al encuentro un hombre del cual expulsó una legión de demonios y les permitió entrar en una piara de dos mil cerdos que se arrojaron al mar y se ahogaron; en reacción, la gente del lugar le rogó que se fuera. La actitud de los gerasenos no es difícil de entender. Al enfado que experimentaron por la pérdida económica se agregó el miedo a las represalias que los mismos demonios expulsados pudieran tomar contra ellos. ¡Qué alivio debieron sentir cuando vieron que aquel extranjero se alejaba en su barca! Ahora su país estaba a salvo de nuevo. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabemos, pues no está claro dónde ocurrió específicamente el incidente. Hubo una ciudad llamada Gerasa situada a 32 kilómetros al oriente del río Jordán y que le daba el nombre a la región; fue abandonada en el siglo XIII y sus restos no fueron descubiertos hasta 1806. Cuando el Evangelio habla de Gerasa puede referirse a la región donde se asentaba esa ciudad o a un pequeño pueblo de ésta y del mismo nombre ubicado a orillas del lago; como sea, hoy en la región ribereña no hay nada.

Algo no muy diferente ocurrió donde Jesús ejerció su ministerio, la orilla occidental del lago de Genesaret. En esta región enseñaba y curaba “toda enfermedad y toda dolencia”. La gente escuchaba extasiada su doctrina: se reunían varios miles y era tanto el gusto de estar con Él que descuidaban su alimentación, lo cual motivó que en dos ocasiones el Señor multiplicara panes y peces para darles de comer (en la segunda de ellas la gente llevaba ya tres días con Él). Pero a la hora de corresponder como Él lo pedía -que ajustaran sus vidas a Su enseñanza- la actitud fue mayoritariamente de rechazo. Lucas nos cuenta: “Entonces se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: '¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han obrado en ustedes, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Sin embargo, les digo que en el día del Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que ustedes'”. Las gentes de Galilea no estuvieron dispuestas a abandonar su forma de vivir y de pensar y, luego de estar un rato con el Señor y beneficiarse de su bondad, volvieron a sus vidas. ¿Qué fue de ellos y sus hijos? En el siglo V un comentarista observó que Corozaín era “una aldea desierta” a dos millas de Cafarnaúm, pero hasta hoy sus restos no han sido descubiertos; en cuanto a Betsaida, no se conoce rastro de ella. Por contraste, Tiro y Sidón –adonde no fue el Señor y por tanto no pudieron rechazarlo− han resistido el paso del tiempo y cuentan en la actualidad con varias decenas de miles de habitantes.

Más conocido es el caso de Cafarnaúm, la próspera ciudad pesquera en la que Jesús se asentó y vivió hasta poco antes de su muerte. Aquí sucedieron muchos acontecimientos relatados por los Evangelios: la vocación de Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo; el banquete en casa de éste junto con otros publicanos; la expulsión de un espíritu impuro que poseía a un hombre; las curaciones del siervo del centurión, del paralítico que descuelgan por el techo, de la hemorroísa y del hombre de la mano seca; la resurrección de la hija de Jairo; el discurso del Pan de Vida... Con todo, tampoco la gente de allí estuvo a la altura de las circunstancias. La sentencia de Jesús es severa y terrible: “Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta los infiernos vas a descender! Porque si en Sodoma hubieran sido realizados los milagros que se han obrado en ti, perduraría hasta hoy”. ¿Qué ocurrió con la ciudad? Fue cristiana hasta el principio del siglo VII pero a partir de entonces se hizo árabe y entró en declive; doscientos años después estaba completamente abandonada. Recién en el siglo XIX la Custodia de Tierra Santa pudo adquirir la propiedad del lugar e iniciar las excavaciones que rescataron sus ruinas. Hoy es un sitio arqueológico que recibe las visitas de los peregrinos interesados en conocer la “ciudad de Jesús” y la iglesia que se construyó sobre las ruinas de la casa de Pedro. La precaria existencia de Cafarnaúm en la actualidad (ruinas y visitas turísticas) se debe a su relación con el cristianismo; de no ser por esto aún estaría sepultada.

¡Y qué decir de Jerusalén, corazón del judaísmo! Jesús, como buen judío, la querría de modo especial y la visitó en varias ocasiones. Sus habitantes lo recibieron con los brazos abiertos el domingo antes de Pascua, sin embargo finalmente lo entregaron a la crucifixión. Jesús lloró por ella y predijo su destrucción: “Vendrán días sobre ti en que te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, y te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra”. Pocos años después los judíos se rebelaron contra Roma y el emperador Vespasiano encargó a su hijo Tito la recuperación la ciudad, quien la sitió por varios meses en la primavera del año 70. Durante el asedio varios miles de sus habitantes murieron de enfermedades y hambre, pero fue poco en comparación con lo ocurrido cuando la ciudad cayó: según el historiador contemporáneo a los hechos Flavio Josefo, 1.100.000 judíos fueron asesinados y 97.000 fueron esclavizados, y describió así su destrucción: "La ciudad fue tan metódicamente arrasada por aquellos que la demolieron hasta sus cimientos que nada quedó en ella que pudiese persuadir al visitante de que aquello había sido alguna vez un lugar habitado". Fue el origen de la diáspora que dejó al pueblo hebreo sin un Estado que los cobijara hasta la creación de Israel en 1948, veinte siglos después.

Jerusalén fue sucesivamente reconstruida por los romanos, cobijada por el Imperio Bizantino, conquistada por los musulmanes, por los cristianos cruzados y nuevamente por musulmanes. Hoy es la capital del Estado de Israel, pero en el lugar donde estuvo ubicado el Templo de Jerusalén se encuentran hoy los templos más importantes del Islam, lo cual hace imposible el cumplimiento de la aspiración de los judíos de reconstruir su Templo en el mismo lugar donde lo construyó Salomón. Cuando visité la ciudad tuve la sensación de que nunca volverá a ser poseída pacíficamente por el pueblo judío.

¿Fue la tragedia de estas ciudades un castigo enviado por Jesús a causa de su negativa a recibirlo? No, se destruyeron a sí mismas. Toda realidad humana que se desarrolla de acuerdo con reglas contrarias a naturaleza del ser humano no puede perdurar en el tiempo “está perdida”. Jesús vino a salvar lo que estaba perdido entregando su Gracia y su Doctrina, las que le permiten al hombre alzarse sobre su miseria, pero ello implica cambiar la manera de actuar y pensar, “hacer penitencia”. Las personas que fueron visitadas por el Señor tuvieron a su alcance los medios para cambiar su destino; cuando los rechazaron, se condenaron a sí mismas. Lo mismo puede decirse de sus ciudades. Una ciudad es un conjunto de personas y de las relaciones que construyen entre ellas, lo que llamamos “cultura”; si los valores que la impregnan no son acordes a la naturaleza humana –que en esto consiste el Evangelio− esa cultura no puede subsistir. Su final puede revestir diversas formas, pero todas ellas no son más que el devenir de la traición de sus gentes a los dictados de la verdad sobre la naturaleza humana.

Jesús tenía ante sus ojos este drama. Sabiendo que los hombres estaban aquejados de una enfermedad mortal, les ofrecía con insistencia el remedio que los podía salvar; cuando lo rechazaban, veía la consecuencia de su obstinación y eso le dolía enormemente (de una manera que no alcanzamos a imaginar). Esto explica su llanto sobre Jerusalén.

Hoy, que la secularización se extiende sobre los antiguos territorios cristianos −obra del liberalismo y del progresismo− conviene meditar acerca de las ciudades que no quisieron recibir a Jesús y hacer penitencia.