No salgo de mi asombro: no es ya que se haya perdido hasta la huella del sentido común y la conciencia de pecado; no es ya que, en general, no quede ni rastro de la más elemental distinción entre el bien y el mal; es que ya el mal se exhibe obscena e intolerablemente como si fuera bien; cualquier día de éstos van a ver ustedes la celebración del día del Orgullo del Mal. No tienen el menor reparo de exhibirlo. Es mucho peor que politizar y “comprender” indultos, porque es algo pre y suprapolítico.
Siempre hubo delincuentes y pecadores, pero no siempre hubo el orgullo del mal, ni el silencio clamoroso y cómplice de quienes deberían encabezar una reacción moral inaplazable a este suicidio social. Hasta no hace tanto tiempo, el que cometía un delito, y no digamos ya el que cometía un pecado a sabiendas, guardaba una especie de pudor, se medio escondía y se medio avergonzaba. Ahora ya no; ahora, en aras de la falsa e imposible igualdad y de la monserga esa, infumable, de la trayectoria y la ideología de género, no es ya que se confunda sexo con género; es que se exige que todo quisque acepte, de grado o por fuerza, que el sexo, la sexualidad se acabó, y sólo queda -si quieres lentejas las tomas, y si no, las dejas- el género y ¡santo Dios, qué genero!
Un padre psicópata asesina a sus dos hijas pequeñitas por vengarse y hacer sufrir a la madre, y hay quien pretende aplicarle misericordia selectiva y por tanto, injusta y discriminatoria; un futbolista, afortunadamente en fase de recuperación, cae lamentablemente fulminado mientras juega un partido, y la conmoción es planetaria, mientras la cruel muerte masiva, en la espantosa soledad, de miles de ancianos en residencias blindadas durante la llamada pandemia ni siquiera es contabilizada estadísticamente con el debido rigor, y sus restos mortales desaparecen sin que ni sus familiares sepan cómo, ni dónde, ni cuándo…; o, el mismo día, en cualquier centro de exterminio camuflado de “clínica abortiva”, desgarran y trocean los cuerpecitos de seres humanos inocentes e indefensos, que tienen derecho a nacer, y eso, legalmente, no es considerado un delito, un crimen, ni moralmente un pecado gravísimo, sino que es reclamado como un derecho inalienable de la llamada “madre”.
Porque vida es, ¿no? Y vida de la especie humana es, ¿no? No es un mineral, no es un vegetal, es un ser vivo de la especie humana, ¿no? Y ¿cómo se llama, desde que el mundo es mundo, a asesinar, aniquilar, trocear, asfixiar una vida humana? ¿Derecho?
La más alucinante y terrible de las esquizofrenias ha adquirido carta de naturaleza y hasta de respetabilidad en esta indefinible y asqueante y delirante sociedad, en esta España alucinada y descafeinada, encantada de confundir la gimnasia con la magnesia, en la que se casan la mitad de españoles que hace veinte años, y en la que sólo uno de cada diez matrimonios es por la Iglesia. A lo mejor tiene algo que ver, ¿no?
Pedro García Cuartango ha escrito, no hace mucho, en ABC un artículo titulado El espectáculo, en el que sostiene que “una cosa es contar los hechos y otra, convertir el drama en un espectáculo para captar audiencias”. Recuerda que “hace algún tiempo, hablaba en estas páginas de una “apoteosis de la basura”, y añade que “quizás era una expresión exagerada”. ¿Exagerada, querido Pedro? Lo que es exagerado, y además insufrible, intolerable, injusto, inmisericorde y todos los “in” que ustedes quieran añadir, es el bochornoso espectáculo diario de querer disfrazar el mal de bien, el profesionalmente vergonzante espectáculo de unos medios que ni informan, ni forman, sino que deforman. Y hasta me da vergüenza llamarle a “eso” exageración.
También Juan Manuel de Prada da de lleno en el clavo, en su artículo Infanticidas, cuando define nuestra época como “cínica y enferma” y escribe que “resulta muy revelador que nuestra podrida sociedad se movilice contra el “crimen machista”, y que "los mismos que promueven, enaltecen y patrocinan el infanticidio tempranero se escandalicen del crimen perpetrado por ese infanticida de Tenerife”. ¡Amén, querido Juan Manuel, amén! Lo dicho: esquizofrenia pura y dura, hipocresía de “sepulcros blanqueados, en este nido de víboras”.
Ya estoy oyendo a los cacareadores del "¿qué es la Verdad?”, que ni beben el agua ni la dejan beber: “¡Pesimismo, desesperanza anticristiana, desmoralización, negacionismo…!" Pues de eso, nada: llamar a las cosas por su nombre es todo menos eso. Y lo de “sepulcros blanqueados y nido de víboras” no es mío, claro; ¿o se les ha olvidado? Es del mismo Hijo de Dios que dijo lo de “sencillos como palomas y astutos como serpientes”, del mismo que dijo “amaos los unos a los otros“ y no tuvo el menor reparo en expulsar del templo, a latigazo limpio, a los mercaderes habituales, los mismos de siempre… Tan Evangelio es lo uno como lo otro. ¿O no?