Llegamos hoy al último de los Novísimos: el Infierno. A lo largo de los años he escrito abundantemente sobre esta cuestión, casi siempre en respuesta al rechazo generalizado de la doctrina revelada sobre el Infierno. Contradiciendo a las Escrituras, muchos dan por hecho que el Infierno es un destino improbable para la mayoría. No importa que Jesús haya enseñado justo lo contrario (p. ej., Mt 7, 13-14: "Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos"). En la medida de mis posibilidades, he intentando mantener a la gente apegada más a la sobriedad del Evangelio que al wishful thinking [pensamiento desiderativo] de la época moderna. Nadie advirtió sobre el Infierno más que Jesús. De hecho, 21 de las 38 parábolas conducen a advertencias sobre el Infierno y sobre la necesidad de estar preparados para el día del juicio. (He escrito más al respecto: pincha aquí.)
Sin embargo, en este post querría considerar por qué el Infierno tiene que existir. Quienes dudan sobre las enseñanzas bíblicas de Jesús suelen preguntar: si Dios es amor, ¿por qué existe el infierno y por qué es eterno?
Brevemente: existe el Infierno porque Dios respeta nuestra libertad. Dios nos ha hecho libres y nuestra libertad es absolutamente necesaria si tenemos que amar. Supongamos que un joven desea que una chica le ame. Supongamos que encuentra una poción mágica para echarle en la bebida. Y ¡zas!, nada más ingerirla... ¡ella le “ama”! ¿Es un amor real? No, es un efecto químico. El amor debe ser entregado libremente. El sí del amor solo tiene sentido si somos libres para decir que no. Dios nos invita a amarle. Tiene que existir el Infierno porque tiene que existir una alternativa real al Cielo. Dios no nos obliga a amarle ni a ir al Cielo con Él.
Pero, un momento: ¿acaso no todo el mundo quiere ir al Cielo?
Sí, pero suele ser un “cielo” tal como ellos lo definen, no el Cielo real. Muchas personas entienden el cielo egocéntricamente: es un lugar donde serán felices según sus propios términos, donde tendrán en abundancia todo aquello que les agrada. El Cielo real es el Reino de Dios en plenitud. Aunque todo el mundo quiere ir a un “cielo” tal como ellos lo definen, no todo el mundo quiere vivir en el Reino de Dios en plenitud.
Considérense los siguientes ejemplos:
1. El Reino de Dios es un reino de misericordia y de perdón. No todo el mundo quiere mostrar misericordia y perdón. Algunos prefieren la venganza. Otros son partidarios de la justicia más severa. Algunos prefieren aferrarse a su rabia y alimentar resentimiento e intolerancia. Es más, no todo el mundo quiere recibir misericordia y perdón. Posiblemente hay quien no puede explicarse por qué alguien tendría necesidad de perdonarles, ¡dado que son ellos quienes tienen la razón! Recordad al hijo mayor en la Parábola del Hijo Pródigo. En vez de incorporarse a la fiesta como le suplicaba su padre, rechaza entrar porque ese miserable hermano suyo está dentro. Él no piensa perdonar ni amar a su hermano como lo hace el padre. De esta forma, se excluye a sí mismo de la fiesta. A pesar de la súplica de su padre, él no pasará por el perdón y la misericordia. Para él, la fiesta no es en absoluto una fiesta. Del mismo modo, el Cielo no será “cielo” para quienes rechacen la gracia de perdonar y de amar a sus enemigos y a quienes les han hecho daño.
2. El Reino de Dios es un reino de castidad. Dios es muy claro con nosotros diciéndonos que Su Reino valora la castidad. Para los no casados, eso significa no tener relaciones sexuales. Para los casados, eso significa una absoluta fidelidad mutua. Es más, cosas como la pornografía, las actitudes obscenas y la inmodestia están excluidas del Reino. Muchas personas hoy no prefieren la castidad. Prefieren ser impúdicas e inmodestas. Muchos celebran la fornicación y los actos homosexuales como una especie de liberación de las normas “represivas”. A muchas personas les gusta consumir pornografía y no quieren trabas a su conducta sexual. Una cosa es caer por debilidad en alguna de estas materias, y otra muy distinta insistir en que no hay nada malo en ese comportamiento.
Una representación de La Gloria por Tiziano (1551-1554). Fuente: Museo del Prado.
3. El Reino de Dios es un reino litúrgico. Todas las descripciones del Cielo insisten en la liturgia. Se cantan himnos. Se alaba a Dios. En unos momentos se está de pie, en otros sentado, en otros de rodillas. Hay velas, incienso y amplias túnicas. Se abre, se lee y se venera un manuscrito o libro. Hay un Cordero en un altar a modo de trono. Todo se parece mucho a la misa, pero… muchos no están interesados en estas cosas. Se mantienen a distancia porque dicen que es “aburrido”. Quizá no les gustan los himnos ni toda esa alabanza. Quizás el manuscrito (el Leccionario) y sus contenidos no les interesan o no concuerdan con sus preferencias morales. Tener a Dios como centro en vez de ellos mismos no les resulta atractivo.
La cuestión es ésta: si el Cielo no lo diseñamos nosotros; si el Cielo –el Reino de Dios real– es un reino con todas estas características, entonces ¿no parece claro que realmente hay muchos que no quieren ir al Cielo? Todo el mundo quiere ir a un “cielo” diseñado por él, pero no todo el mundo quiere vivir en el Reino de los Cielos real. Dios no obligará a nadie a vivir en el Cielo si él no quiere vivir allí. Él no obligará a nadie a amarle, ni a amar lo que Él ama, ni a amar a quien Él ama. Somos libres de optar o no por su Reino.
Tal vez una breve historia aclare mi posición:
Una vez conocí a una mujer en una de mis parroquias que en muchos aspectos era muy devota. Iba a misa todos los días y rezaba el rosario casi a diario. Sin embargo, había algo en ella muy preocupante: no podía soportar a los afroamericanos.
A menudo me comentaba: “¡No puedo soportar a los negros! ¡Están viniendo a este barrio y arruinándolo todo! ¡Me gustaría que se fuesen!” Recuerdo haberla regañado varias veces por esta forma de hablar, pero no parecía tener ningún efecto.
Un día decidí ser más claro. “¿Sabe? Usted no quiere realmente ir al Cielo”, la reté.
“Por supuesto que quiero, Padre”, replicó: “Dios y su Bendita Madre están allí, yo quiero ir allí”.
“No, usted no será feliz allí”, respondí.
“¿Por qué?”, preguntó: “¿A qué se refiere, padre?”
“Verá… En el Cielo hay negros y usted ha dicho que no puede soportar tenerlos alrededor, así que temo que usted no sea feliz allí. Dios no quiere obligarla a vivir en el Cielo si usted no va a ser feliz allí. Por eso creo que usted no quiere realmente ir al Cielo”
Creo que captó el mensaje, porque me di cuenta de que su actitud empezó a mejorar.
¿Está claro ahora? Dios no nos obligará a vivir en el Reino si nosotros realmente no queremos o no nos gusta el Reino tal como es. No podemos inventar nuestro propio “cielo”. El Cielo es un lugar real. Tiene contornos y realidades propias que no podemos dejar de lado. O aceptamos el Cielo tal cual es o ipso facto optamos por vivir lejos de él y de Dios. Por eso tiene que existir el Infierno. No es un lugar agradable, pero supongo que lo más triste de las almas del Infierno es que nunca serían felices en el Cielo. Es trágico no ser feliz en ninguna parte.
Comprended también esto: Dios no rechaza ni siquiera a las almas que están en el Infierno. De alguna forma, provee sus necesidades básicas. Siguen existiendo y por tanto Dios sigue sosteniéndolas en todo cuanto requiera esa existencia. No las aniquila ni las apaga.
Dios respeta su voluntad de vivir lejos del Reino y de sus valores. Él las ama, pero respeta su decisión.
¿Por qué es eterno el Infierno? Creo que aquí nos topamos con un misterio sobre nosotros mismos. Dios parece enseñarnos que llegará un día en el que nuestras decisiones quedarán fijadas para siempre. En este mundo siempre tenemos la posibilidad de cambiar nuestra mentalidad, así que la idea de una decisión permanente nos parece extraña.
Los que ya vamos teniendo cierta edad podemos atestiguar que, a medida que vamos cumpliendo años, nos vamos asentando más en nuestras costumbres; cada vez es más difícil cambiar. Quizá esto sea un pequeño anticipo del momento en el que nuestras decisiones se fijen para siempre y ya nunca cambien.
Los Padres de la Iglesia empleaban una imagen de la cerámica para enseñarnos esto. Pensemos en la arcilla húmeda en una rueda de alfarero. Mientras la arcilla esté húmeda y disponible sobre la rueda, puede ser moldeada y vuelta a moldear, pero una vez que se mete en el horno o en el fuego, su forma queda fijada para siempre.
Así sucede con nosotros cuando comparecemos ante Dios, que es un Fuego Santo: nuestra forma fundamental queda fijada para siempre, nuestras decisiones serán definitivas. Esto nos resulta misterioso y solo lo entendemos vagamente, pero dado que el Cielo y el Infierno son eternos, parece que ese estado fijado para siempre es nuestro futuro.
Esto es lo mejor que puedo decir sobre una cuestión difícil: el Infierno tiene que existir. Es por el respeto que Dios nos tiene. Es por nuestra libertad y nuestro llamamiento a amar. Es por el Cielo real. Es sobre lo que realmente queremos en nuestro final. Sabemos lo que Dios quiere: salvarnos. Lo que realmente está en cuestión es lo que queremos nosotros.
Publicado en el blog del autor en el portal de la archidiócesis de Washington, D.C.
Traducción de Carmelo López-Arias.