El propósito de Carlos Alberto Sacheri en La Iglesia Clandestina es “contribuir modestamente a la causa de la unidad cristiana hoy [fines de los 60 y principios de los 70 del siglo XX], comprometida por los grupos pseudo-proféticos que se arrogan carismas especiales y pretenden pontificar sobre toda materia, como si poseyeran la única y verdadera autoridad para zanjar las cuestiones más controvertidas que afectan al hombre de nuestro tiempo”.
Carlos Alberto Sacheri (1933-1974), licenciado en Derecho y doctor en Filosofía, católico y tomista, catedrático en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina, fue asesinado al salir de misa, tres días antes de Navidad, en presencia de su esposa y sus siete hijos, por terroristas del Ejército Revolucionario del Pueblo.
Puntualiza que “la finalidad de este estudio es la de contribuir al esclarecimiento de la actual confusión y apuntar aquellas medidas que permitan a la autoridad eclesiástica rectificar la situación actual que escandaliza fundamentalmente a muchos católicos y reafirmar la unidad de la fe y caridad en la Iglesia argentina”. En la Advertencia, señala: “Este libro se propone manifestar cuáles son el espíritu, la doctrina y las técnicas de acción de esos movimientos con objeto de disipar la actual confusión y evitar el juego dialéctico al cual se nos somete”.
De esta manera, el enfoque de la crónica que realizará Sacheri es teológico, no sociopolítico. Conviene remarcar este tipo de enfoque teológico adoptado por el autor dado que, en razón de la vinculación de la actividad del movimiento tercermundista de inspiración marxista al interior de la Iglesia con la vida política, algunos podrían catalogar a las afirmaciones de Sacheri a partir de categorías que responden a la forma mentis dialéctica y hacen una lectura sociológica y/o política de la vida de la Iglesia, lo que es ajeno a su intención, como se señaló arriba.
Sacheri, siguiendo a San Pablo VI en el discurso en la apertura de la Segunda Conferencia de Medellín del 23 de agosto de 1968, responderá a los teólogos que “recurren a expresiones doctrinales ambiguas, se arrogan la libertad de enunciar opiniones propias, atribuyéndoles aquella autoridad que ellos mismos, más o menos abiertamente, discuten a quien por derecho divino posee carisma tan formidable y tan vigilantemente custodiado; incluso, consienten que cada uno en la Iglesia piense y crea lo que quiere, recayendo de este modo en el libre examen, que ha roto la unidad de la Iglesia misma, y confundiendo la legítima libertad de conciencia moral con una mal entendida libertad de pensamiento, que frecuentemente se equivoca por insuficiente conocimiento de las genuinas verdades religiosas”.
Luego de afirmar que la unidad de la fe es “el cimiento insustituible de nuestra incorporación a la Iglesia y de nuestra participación en la vida divina de Cristo por la gracia” y que dicha unidad “reposa a su vez sobre dos elementos o principios: un principio exterior, constituido sobre el magisterio eclesiástico y un principio interior, integrado por el culto, los sacramentos y la legislación canónica” y que de uno y otro principio se derivan “las tres funciones esenciales de la autoridad eclesiástica: enseñanza, santificación y gobierno”, resalta el énfasis de la Iglesia “a lo largo de los siglos, en la transmisión intacta de la verdad revelada, ya que la más mínima alteración del dogma bastaría para lesionar la integridad de la fe”, destaca “la severidad de las admoniciones y sanciones eclesiásticas para cuantos han osado formular doctrinas incongruentes con la verdad cristiana”.
Del mismo modo, Sacheri también argumenta en favor de la unidad de la Iglesia-unidad de la fe a partir de la liturgia o culto público de la Iglesia, por aquello de que la ley de la oración es la ley de la fe y la ley de la fe es la ley de la oración: lex orandi lex credendi; lex credendi lex orandi. Afirma el autor luego de citar a León XIII en la encíclica Satis cognitum (29 de junio de 1896, ): “Y la liturgia bautismal traduce esta concepción fundamental de la unidad cristiana en las dos primeras preguntas del ritual: ¿Qué pides a la Iglesia? La fe. ¿Qué te da la fe? La vida eterna”.
Nuestro autor destaca la necesidad de preservar la unidad de la Iglesia, y agrega que “esta vocación cristiana de unidad en Cristo y por Cristo ha constituido uno de los pilares del Concilio Vaticano II y uno de los ejes o puntos de mira en torno a los cuales se centra el esfuerzo de renovación pastoral y apostólica de la Iglesia universal”.
De esta manera, puede apreciarse que no resulta adecuado leer La Iglesia Clandestina de Carlos Alberto Sacheri a partir de una interpretación sociológica-histórica-política. En realidad, la clave para comprender y aprovecha el aporte de Sacheri a favor de la Unidad de la Iglesia-Unidad de la Fe es el enfoque teológico, que lo ubica en la larga tradición de los autores católicos que pusieron su inteligencia al servicio de la Revelación divina en orden a la salvación de los hombres.