Escribo impresionado por la visita de Arnaldo Otegui al Parlamento catalán, este 18 de mayo, donde ha sido recibido y se ha entrevistado con la propia presidenta de éste, Carmen Forcadell, y por los partidos políticos Junts pel Sí y Catalunya Sí que es Pot. Fue la CUP el partido del que partió la invitación al citado terrorista, siendo la diputada de este partido Anna Gabriel (la misma que hace pocos días propuso que no fuesen los padres los que educasen a los hijos, sino la tribu, majadería por la que no sé que nadie le haya dicho: “Oye, márchate, porque eres idiota y nos desacreditas”) la encargada de hacer los honores al individuo Otegui.
No puedo por menos de preguntarme: ¿esos políticos catalanes capaces de aceptar con honores a Otegui, es que se han olvidado de Vic e Hipercor? Como no me cabe en la cabeza que se hayan vuelto tontos de repente, y como no puedo por menos de pensar que el repugnante visitante del Parlamento les inspira a algunos tanto asco como a mí, creo que es un problema de dignidad y honor, dos palabras que a nuestros antepasados les decían mucho, pues la palabra de uno y el apretón de manos eran prácticamente sagrados, pero por lo que veo a nuestros políticos lo único que les interesa es la obediencia ciega al Partido, no sea que no figuren en las listas de las siguientes elecciones y se pierdan sus suculentos sueldos. Me gustaría saber qué les dice su conciencia cuando se encuentren en la calle o en el Parlamento con alguna víctima del terrorismo y si son capaces de mirarles a la cara y sostener su mirada.
Como supongo que algunos de ellos se consideran católicos, recuerdo lo que dice la Iglesia sobre el terrorismo: el 22 de noviembre de 2002 nuestros obispos escribían: “El Magisterio de la Iglesia es unánime al declarar que el terrorismo es intrínsecamente malo, y que, por tanto, no puede ser nunca justificado por ninguna circunstancia ni por ningún resultado” (nº 12). Y el 23 de noviembre de 2006 decían: “Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político legítimo de ningún sector de la población, ni pueda tenerla como interlocutor político… La justicia, que es el fundamento indispensable de la convivencia, quedaría herida si lograran total o parcialmente sus objetivos por medio de concesiones políticas que legitimaran falsamente el ejercicio del terror” (n. 68). Y sobre por qué pasa esto: “La respuesta de la sociedad frente a la amenaza terrorista no podrá ser suficientemente firme y efectiva, mientras no se apoye en una conciencia moral colectiva sólidamente arraigada en el reconocimiento de la ley moral que protege la libertad y la dignidad de las personas” (n. 69).
Mucho se habla en nuestro país de la necesidad de luchar contra la corrupción, pero mientras la inmensa mayoría de la clase política y los partidos antepongan sus intereses en forma de corrección política a la Dignidad y el Honor de las personas concretas, no hay nada que hacer. Unos políticos capaces de votar a favor del crimen horrible del aborto (Gaudium et Spes nº 51), y de la ideología de género, esa ideología que intenta destruir la familia y corromper a las personas de todas las edades, incluidos los niños, son personas nada ejemplares moralmente, pues no han logrado no sé si entender, pero al menos practicar ese primer principio moral que dice; “Hay que hacer el Bien y evitar el Mal”. No nos olvidemos además de la frase de Jesús en el Padre Nuestro: “No nos dejes caer en la tentación”. Pero si prescindimos de Dios y no nos ayudamos de su gracia, con gente así la corrupción seguirá campando libremente.