Nos encontramos ante una cifra oficial de parados en España que a todos nos sobrecoge y asusta. No es la misma situación ahora que la de otros momentos, no lejanos, en que se producía también una alarma social similar por el paro. Pero ahora estamos ante un récord histórico del paro, que amenaza con aumentar.

No podemos desligar esta situación de la crisis sanitaria provocada por la pandemia del covid-19, sino situarla allí mismo, en su contexto. No podemos desligarla tampoco de la gran crisis de humanidad, moral, espiritual y cultural en que está acaeciendo esta misma pandemia; tampoco de la caída y destrucción de tantas empresas pequeñas y medianas, familiares, e incluso grandes, vinculadas estas caídas a la gran crisis de la salud sobrevenida en estos últimos tiempos, en los que estamos asistiendo a una paralización de la economía y del desarrollo debido, entre otras causas, a las medidas oportunas que había que adoptarse de confinamiento.

Nos encontramos en un momento de gravedad extrema y suma dificultad que reclama respuestas y soluciones no solo paliativas sino de superación real y eficaz. Por eso creo una Comisión Diocesana en Valencia contra el Paro, que anuncié hace unos días en la Basílica de la Virgen de los Desamparados.

Las gentes se han sentido y siguen sintiéndose muy alarmadas por la gravísima crisis sanitaria mundial, de la que, como percibimos, no anda lejos el enemigo del hombre y príncipe de la mentira, Satán, y la crisis de valores y actitudes, pero la voz de alarma ha subido decibelios cuando se están experimentando las gravísimas crisis económicas que se están produciendo simultánea o concomitantemente.

Como en otros momentos, lo económico prima y sobresale por encima de otros aspectos de las crisis inherentes y algunas tanto o más peligrosas para el futuro del hombre y de la Humanidad. En todo caso esta situación, dolorosa y difícil, reclama respuestas decididas y claras; por lo que se refiere al paro, cuyo número ocupa la cota más alta de nuestra historia española, por desgracia, y que no se puede comparar a otras épocas de gran paro acaecidas en nuestro país. Es verdad que no se trata de un fenómeno sólo nuestro, aunque tenga sus connotaciones muy propias y diferentes a otros países de nuestra área; es un problema universal de los tiempos actuales.

No veamos el problema solo desde la perspectiva de lo que el erario público debe pagar en indemnizaciones, con el consiguiente déficit, endeudamiento y con las consecuencias que esto tenga o pueda tener para el PIB; ni tampoco se soluciona con la así llamada «renta básica», ni con un salario mínimo universal, a cargo del Estado, que paliase momentáneamente efectos como el hambre y otras situaciones dramáticas, sino de que lo que sucede es que no hay actividad económica, por múltiples causas que dejo a los verdaderos expertos en economía, y por tanto no hay trabajo, ni puestos de trabajo, sin más, y este es el principal problema que hay que atender y atajar porque no se puede privar de la dignidad del trabajo, más allá del dinero que puedan ganar o que se pueda aportar a los trabajadores y trabajadoras.

Lo primero es el trabajo, la dignidad del trabajo que no se puede quitar, que reclama la dignidad de toda persona humana, que eso es a lo que se refiere el Papa Francisco e inmediatamente antes que él, los Papas San Juan Pablo II y Benedicto XVI en conformidad con la doctrina social de la Iglesia, como aclaró días atrás magníficamente el obispo secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Luis Argüello.

Hay que añadir, además, que no se están aportando respuestas suficientes y válidas, y que los pronósticos de futuro, al mismo tiempo, no son nada halagüeños: va a crecer el paro seguramente en los próximos meses, y se constata y pronostica como algo irremediable en esta situación de la sociedad.

Se trata de un gravísimo mal, uno de los peores males, sin duda. Ante la urgencia, gravedad y extensión, de este mal personal y social del paro, que atañe al bien de la persona y al bien común, a las familias y a los individuos, todos estamos emplazados a superarlo y vencerlo, en la medida de lo posible, al menos aminorarlo en número y en sus graves consecuencias, todos juntos y colaborando todos. El paro, sin duda alguna, es una de las peores calamidades de nuestra sociedad; uno de los peores males que la aquejan; el paro de hoy no es un mal más entre los muchos que padece nuestro mundo enfermo, y no sólo del covid-19; constituye, de hecho, una especie de tumor maligno muy profundo y agresivo, con grandes y graves ramificaciones, que –¿por qué no decirlo?– está juzgando a nuestra sociedad y condenando a un mundo, y a un modo de vivir como el nuestro.

Me viene a la memoria que en los años 1983-1984, cuando España también se vio azotada por una crisis de paro, pero de otra manera, muchísimo menos extensa y honda que la de ahora, monseñor Antonio Palenzuela, entonces obispo de Segovia, dijo y escribió cosas que merece la pena recordarlas y leerlas de nuevo porque son de gran valor. A propósito de la realidad del paro, fenómeno tan de la actual época moderna, afirmaba, con la libertad que lo caracterizaba, lo siguiente: «El paro es uno de los mayores males que afectan a las sociedades modernas. Produce hambre, miseria, frustración, crisis familiares, humillación y desesperanza y puede desembocar en una cadena de guerras y revoluciones como ocurrió con la crisis de los años treinta. Ahora, drogados por tanto ruido, tanta imagen, tanto alcohol, tanta droga, tanto engaño publicitario e ideológico, tanta cosa poseída, disfrutada y consumida, tanta libertad sin compromiso y entrega, no advertimos un mal tan grande que, de una u otra forma, nos afecta a todos».

Y añadiría que esta situación se veía agravada actualmente en la sociedad posmoderna, materialista, hedonista, sin rumbo, libertaria, afectada por una gran crisis cultural y moral, con pérdida muy notable de la verdad, inmersa y dominada en un relativismo feroz, sumida en el engaño y la mentira, en la falta de transparencia y en el endiosamiento de la libertad omnímoda, individualista, contraria a la vida y a la familia, con una gran crisis espiritual y humana, en que se hace desaparecer a Dios del horizonte de nuestras vidas y de la vida social y pública, con fuerte carga de horizontalismo y secularización terrestre sin mayores miras, insensible al bien común que es inseparable de la persona, y por lo que se refiere a España con un Gobierno social-comunista que parece que valora más el interés propio e ideológico y el poder por encima de la justicia. Cuando escribo esto, me duele hacerlo y pido perdón si alguien se ofende; pero es la verdad, dígase lo que se diga.

Ante la urgencia, gravedad y extensión, de este mal personal y social del paro, que atañe al bien de la persona y al bien común, a las familias y a los individuos, todos estamos emplazados a superarlo y vencerlo, en la medida de lo posible, al menos aminorarlo en número y en sus graves consecuencias, todos juntos y colaborando todos.

Publicado en La Razón el 20 de mayo de 2020.