En un pasaje particularmente luminoso de su obra, Leonardo Castellani vincula directamente la obsesión de la libertad propia de nuestra época con la hegemonía alcanzada por las fuerzas económicas descontroladas. Señala el gran escritor argentino que esta obsesión por la libertad habría logrado mantener a las masas enzarzadas como monos que se disputan en una jaula una damajuana de aguardiente, mientras el Dinero se dedicaba tan pichi a hacer de las suyas, actuando discrecionalmente, sin vigilancias ni cortapisas. Castellani, en definitiva, nos propone que toda esa olimpiada de derechos y libertades que saboreamos como si fuesen una golosina no serían sino cebos (¡y placebos!) que el Dinero nos arroja para mantenernos entretenidos, como se arrojan algarrobas a los puercos, mientras el Dinero se concentra y multiplica en unas pocas manos, mientras circula libremente con destino a paraísos fiscales, mientras asegura su intangibilidad (e impunidad) mediante entelequias jurídicas.
Se trata de una tesis extraordinariamente sugestiva. Si volvemos la vista atrás, descubriremos que la ´espiritualización´ del Dinero (esto es, el momento en que deja de ser un símbolo que representa el valor de los bienes, para convertirse en una niebla de las finanzas, desligada de los bienes que en principio representaba) coincide en el tiempo con el ocaso de la libertad como medio concreto para alcanzar un fin concreto y su sustitución por una libertad abstracta que es un fin en sí misma y enardece a las masas con ideales utópicos, enzarzándolas en una demogresca aturdidora y esterilizante. Las libertades antiguas estaban ligadas a los oficios de las gentes, a la tierra que les brindaba sustento, a la defensa de sus familias y sus formas de vida. La libertad abstracta llenó a las gentes la cabeza de ideas mentecatas y exaltantes que, a la vez que les impedían mantener los pies en el suelo (obligándolas a abandonar su oficio, su tierra y su familia), las ensoberbecían de tal modo que ya nunca volvieron a elevar la vista al cielo, pues su única religión a partir de entonces fueron los sucesivos reclamos que la libertad abstracta les suministraba. Y, mientras estas gentes que se habían quedado sin tierra, sin oficio y sin familia se entretenían, absortas en sus desdichados ideales utópicos, el Dinero se dedicó a completar el despojo, sabiendo que sus latrocinios pasarían inadvertidos; y, si en alguna ocasión tales latrocinios resultaban demasiado ostentosos, el Dinero auspició nuevas declaraciones de derechos y libertades, o ´amplió´ las ya existentes, de tal manera que la golosina que garantizaba su hegemonía adquiriese una mayor variedad, hasta convertirse en una fastuosa tienda de chuches.
Y así el Dinero inventó una forma fantasmática de reproducción que le permitía multiplicarse exponencialmente, mediante birlibirloques bursátiles y sistemas bancarios de reserva fraccionaria. Con la particularidad de que, cada vez que ese Dinero fantasmático quería hacerse corpóreo, tenía que esquilmar los bienes reales, sangrando a las pobres gentes que ni siquiera se percataban del latrocinio, porque seguían en su jaula, disputando como monos. El Dinero inventó también el abuso de la persona jurídica y el principio de responsabilidad limitada, que quebraba los conceptos tradicionales de propiedad y sociedad, ligados indisolublemente a la responsabilidad personal de sus titulares, para propiciar la conversión de la propiedad en un ente con vida propia que, mientras crece, reparte beneficios, pero que cuando se declara en quiebra deja a salvo el patrimonio de sus titulares. El Dinero, en fin, inventó la libertad de circulación de capitales, que le permitía -a la vez que daba cínicamente lecciones de patriotismo a los monos de la jaula- abandonar como una rata el barco que se hundía, escapar a la vigilancia del fisco, emboscarse detrás de testaferros, crear sociedades offshore en paraísos fiscales, fundirse en una niebla de las finanzas indiscernible.
Y todo ello mientras los monos en la jaula pedíamos chillones que nos diesen más libertad de expresión, o más derechos de bragueta. Y el Dinero, del mismo modo que en otro tiempo les dio periódicos (que él mismo financiaba) y aborto a granel (que le permitía pagar sueldos miserables, pues a menor descendencia menos ímpetu en la lucha por un sueldo digno), hoy nos da Twitter y cambio de sexo, para que nos desfoguemos en la cochiquera virtual (que el Dinero ha aderezado muy lindamente, como quien adereza un jardín de infancia) y nos refocilemos sin peligro de multiplicación. Porque la única multiplicación que el Dinero ve con buenos ojos es la propia; a los monos siempre nos quedará el consuelo de emborracharnos de libertad.