Se anuncia la próxima, si no inmediata, publicación de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco sobre la Familia, que recoge las aportaciones del último Sínodo sobre este tema. Como preparación a la recepción de este importantísimo documento papal, que esperamos con verdadero anhelo y necesitamos de verdad, en este artículo semanal me voy a referir de nuevo a la familia: el futuro de la humanidad y del mundo se fragua en la familia y pasa a través de ella, porque es el ambiente fundamental del hombre y fermento de progreso humano y moral.
El bien del hombre y de la sociedad está profundamente vinculado a la familia. A ella debe la sociedad su propia existencia. Es una exigencia fundamental e imprescindible salvar y promover la verdad que constituye y en la que se asienta la familia, así como los valores y exigencias que ésta presenta. Todos los pueblos y naciones de la tierra son deudores de la institución familiar, verdadera medida de la grandeza de una nación, del mismo modo que la dignidad del hombre es la auténtica medida de la civilización y de una genuina cultura que haga justicia a la verdad y grandeza de la persona y su vocación. La familia es el primero y más importante camino de la humanidad.
Es un camino del que no puede alejarse ningún ser humano. Si hay que hablar, por ello, de una renovación o de una regeneración de la sociedad humana, y también de la misma Iglesia, hay que comenzar por la renovación, regeneración, fortalecimiento y consolidación de la familia, asentada sobre el matrimonio único e indestructible, entre un hombre y una mujer, abierto a la vida, institución fundamental para la felicidad de los hombres y la verdadera estabilidad social, para la convivencia y la paz.
Esperar una renovación y regeneración de la sociedad en sus valores sin una profunda renovación de la familia constituye un espejismo. Por esto mismo es necesario luchar y hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada ni debilitada por nada ni por nadie, ni por falsas concepciones ni por intereses o políticas que no amparen y salvaguarden su verdad, ni por otros tipos de uniones que la suplantan.
Nos encontramos en unos momentos cruciales para el futuro de la familia. Se requiere no sólo el fortalecimiento interno y espiritual de la familia, sino también una política adecuada y verdadera que favorezca la familia tanto en los aspectos económicos y sociales como en los jurídicos e institucionales; tanto en lo que se refi ere a la necesaria formación humana y moral de la adolescencia y juventud, como en lo que se refi ere a la previsión y servicios sociales, vivienda, tratamiento fi scal, condiciones necesarias para propiciar el ejercicio de la maternidad y la educación de los hijos. No ayudar debidamente a la familia constituye una actitud irresponsable y suicida que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro, destrucción y corrupción de graves e incalculables consecuencias.
Algunas posiciones están jugando con fuego, y ya nos estamos quemando. La Iglesia, por amor y servicio al hombre al que se debe, a través de los Papas, de los obispos, proclama y defiende a tiempo y destiempo el Evangelio de la familia, y denuncian, en ocasiones, algunas de esas posiciones que tienen que ver en muchos aspectos con la verdad del hombre y de la mujer, con lo que es el amor y el matrimonio, con lo que es la verdad y la grandeza de la sexualidad, con lo es la vida y las fuentes de la vida, con lo que es la dignidad de la persona humana, con lo que son las exigencias de justicia social, y con tantas y tantas cosas que señala en su magisterio. Educadores, escritores, políticosylegisladores, no pueden dejar de tener en cuenta que gran parte de los problemas sociales y aún personales de hoy tienen sus raíces en los fracasos o carencias de la vida familiar.
Luchar contra la delincuencia juvenil, contra la droga o la violencia, o contra la prostitución de la mujer y favorecer al mismo tiempo el descrédito o el deterioro de la institución familiar, basada en el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una mujer, o trivializar y desfigurar la verdad y grandeza de la sexualidad, y la unión esponsal del hombre y de la mujer, es cuando menos una ligereza y en todo caso una contradicción y una desfiguración de lo verdadero. Son muchas, tal vez demasiadas, las ligerezas y contradicciones queenestesentidosehan producido en nuestra sociedad durante bastante tiempo y parece que existe el empeño por parte de algunos de seguir incurriendo en ellas, agravándolas, con la difusión de modelos, concepciones o formas de vida que se difunden y aun con nuevas legislaciones que atentan a la entraña de la institución familiar.
Es particularmente necesario un renovado empeño por parte de la Iglesia y de las familias cristianas para promover una verdadera «política familiar» y una genuina educación en todo lo que contribuya a fortalecer la familia. Se requiere urgentemente aunar esfuerzos y conjuntar e impulsar múltiples iniciativas aportando ideas, propuestas, instrumentos operativos al servicio de la promoción de la verdad y el bien de la familia y de la vida en estos momentos es muy importante favorecer la difusión de la doctrina de la Iglesia sobre la familia de manera renovada y la responsabilidad social y política de las familias cristianas, promover asociaciones o fortalecer las existentes para el bien de la familia, para la defensa de la familia y de la vida. Es preciso defender la verdad y grandeza de la sexualidad humana... Son necesarias muchas cosas, y a ellas apunta el magisterio de la Iglesia, y la reflexión sobre la familia llevada a cabo en el último Sínodo. La Iglesia tiene una especial responsabilidad en esta gran urgencia de nuestro tiempo que es «salvar y fortalecer a la familia», para el bien y futuro del hombre y de la sociedad, potenciarla y alentarla, conforme a la verdad que la constituye, que es la inscrita por su Creador en su más profunda entraña. Hemos de constatar que hoy, en España, la familia padece graves males; no hay que ocultarlos si queremos curarlos; es lo que tratan de hacer la Iglesia con su magisterio: afrontar sin complejos sus causas y soluciones. Desde aquí pido a padres, asociaciones que tienen que ver con la familia, a políticos, a comunicadores y periodistas, a educadores, y a quienes me quieran escuchar, que nos adentremos en la lectura fiel del magisterio de la Iglesia, y a que con lucidez, libertad y decisión lo apliquemos en toda su extensión y hondura.
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