En una mesa redonda del congreso Católicos y Vida Pública, Jorge Soley nos preguntó a bocajarro qué exigencias impone a un escritor ser cristiano. Lo de las exigencias inquieta, así que yo empecé por deshacerme de una. Una exigencia no es el tono tenue, melifluo. (Aunque si a uno le gusta, él puede.)
En la Iglesia hay muchas moradas y mentalidades casi contrapuestas, pero en un íntimo equilibrio. Chesterton escribió páginas memorables en Ortodoxia sobre esto. La misma Iglesia defiende el celibato y la familia numerosa; el silencio de los cartujos y la predicación de los dominicos, el pacifismo de los franciscanos y el ardor guerrero del templario. Esto urge tenerlo claro, porque tratar de imponer una de las legítimas mentalidades empobrece a la Iglesia en su conjunto, incluyendo al carisma que se impone.
Pondré un ejemplo reciente y polémico. En las concentraciones en Ferraz se han rezado y mostrado rosarios. Hay una foto de un antidisturbios de poderoso casco enfrentado a una delicada mano que sostiene un rosario. Muchos cristianos jamás alzarían, dicen, el rosario en ese berenjenal. Me parece muy bien. Exactamente tanto como a los que nos parece bien que el rosario esté en primera línea.
En vista de la indiferencia de la UE, yo no ondearía ahora una bandera de la UE, pero algunos no han perdido la esperanza. Yo no he perdido la fe en la batalla cultural. Lo importante es que no perdamos la caridad unos con otros.
Los críticos pueden rezar el rosario en su sitio: en una iglesia o en su cuarto de estar. Tiene un valor infinito. A los partidarios, el fotogénico rosario nos recuerda que no se sale a la calle solo por una cuestión de Derecho Constitucional, sino que, como en las llanuras de Platea, es la lucha por todo. Hay una visión católica de la vida que está en entredicho y se revuelve contra un poder público hostil, representado icónicamente por el casco negro, casi de Darth Vader (con independencia de lo que piense el buen policía que lo porta). El rosario ya estuvo íntimamente imbricado con la batalla de Lepanto, la más alta ocasión que vieron los siglos, gracias a la ferviente oración de San Pío V.
Podría seguir dando vueltas al rosario y cabezazos contra el casco, pero no hace falta. Lo importante está claro. Entre los muchos peligros que nos cercan, uno es el del monocromatismo. La visión católica es como una vidriera: una luz, muchísimos colores, algo de plomo.
Publicado en Diario de Cádiz.