Todo lo naturalmente bello y todo lo sobrenaturalmente luminoso que puede inspirar la vivencia de la Navidad se encuentra condensado en Un cuento de Navidad para Le Barroux. Es la sorpresa que Natalia Sanmartín Fenollera reservaba, como oro en paño con el que aliviar los estertores de este año maldito, a los entusiastas lectores que compartieron con ella hace ya algunos años El despertar de la señorita Prim.
¿Qué es lo naturalmente bello de la vivencia de la Navidad? La inocencia infantil y la celebración de la familia. De ahí que esa belleza duela. Duele porque la inocencia se esfumó antes de que pudiésemos comprender cuánto vale. Y duele porque la celebración nunca es perfecta: siempre hay un clavo en el corazón por alguien que estuvo y ya no está.
Y ¿qué es lo sobrenaturalmente luminoso de la vivencia de la Navidad? La cercanía de una Encarnación inimaginable, el trato con un Niño Dios que se expone indefenso ante el mundo y se ofrece a la protección de sus criaturas, como queriendo ganarnos por ese lado por el que casi nadie es inconquistable: la ternura ante un bebé. Por eso muchos que se han alejado del Cristo de la Cruz huyen cuanto pueden del Cristo del Pesebre, no vaya a ser que les conquiste de nuevo.
Un cuento de Navidad para Le Barroux.
Algo de todo ello encontramos en el protagonista de este relato, un niño herido por el peso de las ausencias. Instruido por su madre en la gran verdad sobre Dios, cuando ella falta reúne valor suficiente para implorarle a Él y a la Santísima Virgen, con la sencillez y la franqueza de sus pocos años, las respuestas que de verdad importan.
La historia, preciosa en el relato y en la intención, se prestaba a la sensiblería. Pero no encontramos ni una sombra de ella. Precisamente porque la autora entiende el significado sobrenatural de la Navidad, puede afrontar sin sentimentalismos la dura realidad personal de su personaje, enfrentado prematuramente a la consideración del más allá. Y puede hacerse niña con él, para comprender y hacernos vivir la forma directa y realista con la que en la infancia se afrontan las tragedias y se habla con Dios.
Ese verismo cargado de poesía que alienta cada línea de esta pequeña joya de la literatura espiritual navideña es el que nos interpela al pasar la última página. Nos creíamos invitados a asistir como espectadores al camino de fe de un niño… y terminamos recorriéndolo junto a él.
Lo cual explica que este cuento de Navidad sea “para Le Barroux”. No solo porque, como explica en la dedicatoria, le fue solicitado por la abadesa de ese monasterio para ser leído en el refectorio (¿cabe mayor honor?), sino porque Natalia Sanmartín nos ha regalado con esta obra un pedacito de oración.