La carga ideológica del título del Proyecto no es más que un anticipo y reflejo de lo que viene después en la exposición de motivos y en el articulado con todo un contenido ideológico que afecta a la visión del hombre, a la consideración y jerarquización de los derechos humanos, y a la misma concepción de nuestra sociedad y nuesta cultura. Sin duda, el conjunto del Proyecto, entraña un cambio completo en la mentalidad de nuestro pueblo que apunta a un nuevo modelo de sociedad que nada o poco tiene que ver con lo que somos como pueblo. De alguna manera el texto que conocemos corona un edificio que durante años se trara de edificar. El aborto, es necesario afirmarlo un vez más, es la violación del derecho más fundamental y sacrosanto de los derechos humanos: el derecho a la vida. El Proyecto consagra la libertad por sí misma –en clave de un idealismo ya superado– como el criterio primero y principio fundamental de la actuación del hombre y del ordenamiento civil. Las consecuencias de esto son muy graves. Entre otras, las de un relativismo brutal –verdadera dictadura– que carcome y mina los cimientos éticos de la convivencia social, que lleva a un horizonte de ida y de sentido en que no hay nada en sí y por sí mismo verdadero, bueno y justo. Resulta paradójico que este Proyecto de Ley que tanto se pronuncia por la libertad, no reconozca la libertad de conciencia ni la objeción de conciencia de médicos, del personal sanitario. En el Proyecto nos encontramos también con la «ideología de género», que es una burda e intolerante manipulación de la mujer a quien, por su propia naturaleza, le corresponden derechos inalienables que todos debemos reconocer y respetar plenamente. Si se aprobase este texto se habría abierto la puerta para legalizar posteriormente la eutanasia, porque, por ejemplo, si determinados diagnósticos prenatales apuntan a enfermedades incurables posteriores pueden ser la base legal para producir legítimamente el aborto de la criatura en el seno de su madre, ¿por qué no hacer lo mismo posteriormente? Podríamos abundar en otras cosas. Pero por hoy basta. Me he sentido dolido, apenado y sorprendido en mi condición de hombre de fe, pero inseparablemente en mi condición de hombre de razón y como ciudadano. Por honestidad intelectual, por fidelidad a mis convicciones y a mi fe no se puede permanecer callado: ¡ Apuesto por el hombre! y, por eso, apuesto por la madre y por el niño. Es necesario que digamos «sí» al hombre si queremos que haya futuro. Y, desde aquí, pido que jueces, expertos en leyes, médicos y pensadores salgan en defensa del hombre, y de esos niños que no van a nacer, y que cuentan poco en el Proyecto.
* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
*Publicado en el diario La Razón