Ahora que ya han pasado unos días de la lectura del poema Mare nostra en el Saló de Cent de nuestra ciudad, me gustaría romper el silencio que estos días he mantenido para no alimentar una controversia política que, de rebote, hiciera mayor la herida que ha producido a miles de barceloneses el hecho de que se programara en un acto público, organizado por el consistorio, la lectura de un poema que parafrasea con poca fortuna la plegaria central de los católicos.
Tal como lo expresaba Simone Weil en su escrito sobre el padrenuestro, «esta plegaria contiene todas las peticiones posibles». Nos hace andar por un camino de progreso que nos autorrealiza ya que es imposible pronunciarla una vez sin que un cambio quizás infinitesimal pero real ocurra en el alma».
El padrenuestro nos hace levantar los ojos a Aquel que Jesús nos ha enseñado a que es nuestro Padre. ¡Es poner la mirada en el cielo! El padrenuestro es la plegaria de los sencillos, de aquellos que ponen su corazón confiado en el Padre en el Cielo. Es la plegaria de los limpios de corazón, de los que buscan la justicia, de los que aceptan las propias limitaciones y depositan sus esperanzas con una dependencia amorosa del Dios que nos ama. Nos hace ser agradecidos y corresponsables también en el servicio misericordioso al prójimo. Es una plegaria al Padre que incluye en su infinitud al Dios que es padre y madre, tal como nos enseñó el papa Juan Pablo I en aquella bonita expresión «Dio è papa anche mamma», por lo tanto, nos ponemos en manos de este padre/madre que nunca deja de serlo y trascendiendo la masculinidad y la feminidad. Como decía Romano Guardini, «lo más importante ante esta plegaria es la busca del rostro de Dios». Toda otra desfiguración del padrenuestro no es ni responde a la plegaria que nos enseñó Jesús.
El padrenuestro es una plegaria que nos emociona y nos interpela. Todas las plegarias pueden hacerse desde el grito y el dolor, pero siempre tendrían que ser expresadas con las palabras adecuadas a Aquel a quien nos dirigimos.
Ante los hechos ocurridos estos días ya manifesté que «a veces callar es la mejor respuesta», el mismo silencio que Jesús manifestó ante el Sanedrín. Responder a la provocación con el silencio es una forma de tomar distancia delante del despropósito. Tomada esta distancia, hay que recordar que el respeto por la libertad de expresión y creación es un valor incontrovertible de nuestra sociedad, reconocido en el artículo 20 de la Constitución. También es incuestionable el derecho a crear una obra artística. Ahora bien, ética y moralmente puede ser cuestionable el hecho de que una obra artística que resulta ofensiva para un colectivo de personas sea incluida en el programa de un acto oficial organizado por un Consistorio que representa a todo el mundo.
La defensa de la libertad de expresión tiene que ser compatible con el respeto por la fe religiosa de las personas. La libertad religiosa empezó con aquellas lapidarias palabras de Jesús para dar a César lo que es de César y dar a Dios lo que es de Dios. Ahora más que nunca, la libertad religiosa es un aspecto fundamental que pulsa el grado de civilización de nuestras sociedades plurales. La Iglesia no es ni quiere ser un agente político pero tiene un profundo interés por el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia. La Iglesia sigue ofreciendo a la sociedad, con generosidad y constancia, el compromiso por el bien común que, cuando está inspirado en el testimonio de la caridad, tiene un valor superior al compromiso meramente secular y político.
En definitiva, sólo pedimos que nuestros representantes políticos preserven la libertad religiosa como un activo que nos pertenece a todos y que nos corresponde a todos preservar.