En la exhortación apostólica Sacramentum caritatis (22 de febrero de 2007), Benedicto XVI se refiere la “coherencia eucarística a la cual está llamada objetivamente nuestra vida”. Agrega que, si esta coherencia eucarística obliga a todos los bautizados, “tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas” (Sacramentum caritatis, 83). Estos bienes sobre los que habla Benedicto XVI son bienes no negociables. “Así pues –concluye el Papa Ratzinger–, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado”.
Dejando para mejor ocasión la grave obligación que tienen los obispos para el bien de la grey que le fue confiada, que incluye a los dirigentes sociales católicos, en esta columna nos centraremos en esos “políticos y legisladores católicos” de los que se ocupa Benedicto XVI.
Es conocida desde hace rato la falta de “coherencia eucarística” de Horacio Rodríguez Larreta, el actual Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El punto es relevante por varios motivos pero, además, porque es un dirigente político que hace alarde de su condición de católico.
“En este 9 de julio, al celebrarse un nuevo aniversario de la Independencia Nacional, quiero presentarme ante Dios como Jefe de Gobierno, consagrando mi vida, mi gestión y la Ciudad de Buenos Aires al cuidado del Sagrado Corazón de Jesús, lo hago bajo la protección del Inmaculado Corazón de la Virgen, su Madre, cuyo nombre lleva esta Ciudad” pronunció truchamente el 9 de julio de 2019 cuando el Te Deum en la Catedral de Buenos Aires por la celebración de un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia Argentina. Decimos “truchamente” porque, a la fecha de esa consagración, no se había conocido ninguna retracción pública –es Jefe de Gobierno, no un simple fiel católico– de sus gestiones gubernamentales contrarias a cada uno de esos bienes no negociables enunciados por el Papa Benedicto XVI en Sacramentum caritatis.
Además de mancillar los nombres de Jesús y de María en esa oportunidad, tuvo la desvergüenza de aclarar en su posteo de Facebook del 3 de agosto a propósito de su omisión de vetar la ley 6312 del pasado 16 de julio de 2020 que adoptó la actualización de 2019 del protocolo de abortos no punibles: “Siempre he sido muy claro respecto a mi posición personal frente al aborto: creo que hay vida desde la concepción y creo que hay que hacer todo lo posible para resguardar esa vida. Al mismo tiempo, el Fallo de la CSJN (FAL/2012, en referencia a la interpretación del artículo 86 del Código Penal vigente) estableció causales para la interrupción legal del embarazo, que no pueden soslayarse cuando se trata de la vida de las mujeres en esa situación tan dramática. Todos los argentinos debemos hacer un esfuerzo por compatibilizar nuestras convicciones más profundas con algunas realidades que nos interpelan y ponen a prueba nuestro sentido de comunidad”. Sine glosa.
Si al actual Jefe de Gobierno le importa un rábano su falta de coherencia eucarística no lo sabemos. Dicho sea de paso, deberían recordársela los pastores para que sí le importe. Lo que sí sabemos es que Dios existe, que de la justicia humana podrá zafar pero que el día de su juicio particular no lo hará de esta omisión de vetar una ley que adopta como “política de estado” el genocidio intrauterino.
A propósito del Sagrado Corazón de Jesús, que es misericordioso y justo a la vez, roguemos a Él por la conversión del actual Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Poncio Pilato, hasta el último segundo de su vida, tuvo la oportunidad de arrepentirse de haber entregado a Jesús, el Inocente. ¿Por qué no lo haría Horacio Rodríguez Larreta incluida su retractación pública de los políticas antivida, antifamilia y contrarias al bien común de los vecinos porteños?