En la reciente campaña de las elecciones europeas, en las valoraciones de sus resultados que tras ellas están haciendo los políticos y en las informaciones y análisis que llenan todos los medios de comunicación, ocupan el lugar absolutamente central las referencias a “la extrema derecha”, que en conjunto ha obtenido un importante incremento de sus resultados en toda Europa, y especialmente en países que constituyen el eje principal de la Unión Europea, como Francia y Alemania.

Anotemos que no deja de ser significado que desde hace unos años se habla siempre de “ultraderecha”, con acierto o sin él, mientras que ha desaparecido el término “ultraizquierda”, como si no existieran los radicales en esta parte del espectro político. En el caso de España, se habla de “partidos a la izquierda del PSOE”, pero nunca de ultraizquierda. Merecería la pena analizar si los postulados de algunos de aquellos son especialmente moderados. En Francia, a raíz de la victoria de los seguidores de Le Pen y la convocatoria de elecciones generales por parte del presidente Macron, se ha formado una especie de Frente Popular que va desde los socialdemócratas hasta los verdes y otros sectores muy izquierdistas que no tardaron en manifestarse con actitud hostil al conocer la victoria de los lepenistas. Pero tampoco nadie habla allí de ultraizquierda.

No vamos a referirnos a los aspectos políticos más que porque pueden servir de paralelismo a las acusaciones de ser “ultracatólicos” que a menudo se vierten en referencia a los católicos que intentan vivir su fe de forma coherente. Incluso se les asimila a “ultraderechistas” y a “fascistas” y se les califica de tales.

Se les otorga tales calificativos porque rechazan el aborto y afirman que no es un derecho. Y dicen abiertamente que el derecho a la vida es muy superior a cualquier otro. Y también están en contra de la eutanasia. Defienden la familia surgida a partir del matrimonio entre un hombre y una mujer, que algunos califican despectivamente como “tradicional”, cuando es el matrimonio natural. Afirman que la ideología de género no solo es un error sino una estupidez que con el tiempo se esfumará porque va contra la biología y la naturaleza. Defienden el valor de la maternidad, están en contra de los vientres de alquiler, y por supuesto de la pornografía y la prostitución. Y están en desacuerdo con las exhibiciones y promociones homosexuales, pero en modo alguno agreden a nadie por sentir atracción a personas de su mismo sexo.

De hecho no hace falta ser católico para sostener lo expuesto en el párrafo anterior, porque no pocas personas están en la misma línea sin ser creyentes, aunque ser esto último lo refuerza y ratifica.

De otro lado, suele vincularse la ultraderecha a xenofobia, antiinmigración, quizás racismo. No suele ser esta la posición de los cristianos, aunque puedan exigir una regulación de la inmigración.

La atribución “ultra” suele ser despectiva con la pretensión de degradar a quien la recibe. La relaciono menos con la convicción en unos principios como en excitar los ánimos y promover el uso de la fuerza o la violencia en defender o imponer unas ideas. Nada tiene que ver con la actitud de muchos a quienes se acusa de “ultras”. No recuerdo que, al menos en muchos años a esta parte, los católicos hayan actuado así. En todo caso, se los podrá considerar coherentes con la fe o “radicales” en el sentido etimológico de ir a las raíces, o simplemente coherentes, pero no “ultras”.

Lo que desea el mundo son católicos light, aquellos que renuncien a defender sus principios en la vida pública o incluso privada. Los que no molestan ni interpelan, ni pretenden llevar las doctrina y el amor de Cristo al mundo. Sal que no sala. Aquellos como el presidente Biden, por poner el ejemplo de un personaje bien representativo, que se declaran católicos pero promueven, promocionan y financian el aborto, y ponen obstáculos a los países que no lo aplican. Estos no son “ultras”.