Mi buen amigo José María García de Tuñón Aza ha fallecido de un ictus fulminante, señal casi segura de que no le quedaba purificación pendiente en este mundo. Un hombre bueno, estudioso y vital: de los que aman a Dios porque nos gusta y a España porque no nos gusta.
Descendiente (según tiene acreditado su hermano Celso, mitad ingeniero y mitad historiador) de la beata Juana de Aza y de su hijo Santo Domingo de Guzmán y Aza, el nacido en Caleruega (8 de agosto de 1170) cabe un fortín gemelo al de San Esteban de Gormaz, en tierras fronterizas y muy peleadas entonces a los islamistas. Un entorno vital que le inspiraría la fundación de la Orden de Predicadores (dominicos) cuyo carisma de “estudia y predica” se aplicó a una necesidad nueva no cubierta por el “ora y labora” benedictino, la de rechazar a los cátaros (una herejía contra la vida y la razón natural que les permite a directivos y secuaces la acumulación de bienes materiales).
Nuestro José María nace en Oviedo (25 de abril de 1936), en tiempos fronterizos y muy peleados entonces a los social-comunistas (el previo intento sangriento de revolución en Asturias de 1934 y la guerra civil de 1936 son muestra de ello) y se acoge a un equivalente en su tiempo de la Orden de Predicadores; una orden cuyo carisma se podría resumir en “estudiar, predicar y reedificar este mundo sobre valores eternos de los que el hombre es portador” y que se constituye para afrontar la necesidad nueva de rechazar el materialismo disolvente (la nueva herejía contra la vida y la razón natural que les permite a directivos y secuaces la acumulación de bienes materiales).
Si Santo Tomás de Aquino decía “con los judíos podemos argumentar por medio del Viejo Testamento y con los herejes podemos argumentar por medio del Nuevo Testamento, pero los mahometanos y los paganos no aceptan el uno ni el otro; por eso debemos recurrir a la razón natural, a la que todos los hombres están obligados a dar asentimiento”, es porque no podía imaginar que los fautores de la ciudad terrena llegarían a promover, como en la nueva herejía de hoy (el diablo no cambia, siempre contra la vida y a por el tesoro), la ensoñación de una nueva raza suprema basada en la imposición totalitaria de su propaganda, sus normas y sus sanciones, y ajena a cualquier argumento al excluir del monólogo a la razón natural.
Y su vida fue trabajar en administración de empresas y en el diario Región de Oviedo, tener descendencia (ocho nietos y un bisnieto), hacer todo el bien que pudo (además de sus atenciones particulares, en forma de libros o de artículos en Región, Altar Mayor y Catoblepas) y además predicar su prédica española: en lo espiritual, el catolicismo tradicional y, en lo material, la economía espacial y la república sindical constitucional.
Entre sus libros, cabe mencionar: José Antonio y la República (1995); Luys Santa Marina (1999); Apuntes para una historia de la Falange asturiana (2001); El socialismo fuera de la ley (2002); José Antonio y los poetas (2003); Pancho Cossío (2005); Escritos y reflexiones (2005); Escritos y reflexiones II (2006); Vida y versos de 18 poetas españoles. De Manuel Machado a Ángel María Pascual (2008); Prelados de la guerra para la paz (2009); 12 personajes ante la II República (2012); In memoriam de Gustavo Bueno (2017); Miguel de Unamuno y su res publica (2019); Las letras silenciadas (escritores del siglo XX olvidados o pasados por la censura) (2020).
Además, con su hermano Celso, patrocinó la publicación de las Obras Completas de Fray José Pío Aza, misionero dominico, libro en el que se recoge su actividad en el sur de la Amazonía peruana (entre 1906 y 1916), y sus estudios históricos, etnográficos y lingüísticos (incluido diccionario del machiguenga), una labor que sería ponderada en su día por el propio Vargas Llosa.
En otras actividades, siempre apasionadas, fue colaborador asiduo de Altar Mayor y de la Plataforma 2003, además de haber sido el presidente de la Fundación José Antonio Primo de Rivera durante siete difíciles años.
Un miércoles lluvioso (20 de marzo de 2024) murió en Oviedo. Descanse en paz y, si tiene tiempo y lo merecemos, que nos eche una “manu”.