La «leyenda negra» que crearon en Europa los países protestantes y los enemigos del poderío de España durante los primeros Austrias, difundió la idea, al parecer imborrable, de un país intolerante y feroz, regido por la Inquisición católica, que perseguía a los discrepantes y enemigos con saña y crueldad. Durante siglos hemos cargado con este sambenito, y aún dura la calumnia, sólo que unos tienen la fama y otros cardan la lana.
Voltaire, el ínclito Voltaire, el gran «amigo» de la Iglesia católica, decía de la Inquisición española en su Diccionario Filosófico, a propósito del conde de Aranda, su dilecto amigo, éste sí amigo de verdad: «(Aranda) ha comenzado a cortar las cabezas de la hidra de la Inquisición. Justo era que un español librase a la tierra de ese monstruo, ya que otro español la había hecho nacer». Voltaire sería todo lo filósofo que él quisiera, pero de historia de la Inquisición andaba tan sobrado conocimientos con el presidente Obama de la Edad Media española. Sólo de pasada, para desfacer entuertos, como el apaleado Hidalgo de la Mancha, debe recordarse que el Tribunal de la Santa Inquisición no nació en España, sino en Francia, creado por el papa Gregorio IX en 1233, para atajar la agitación social que provocaban diversas sectas o herejías que venían proliferando desde un siglo antes en el Mediodía francés, como cátaros y valdenses.
Los reinos que se inclinaron por la reforma protestante siguiendo a sus príncipes, que sólo pretendían sacudirse de encima la hegemonía del emperador Carlos y luego de su hijo, Felipe II, aplicaron su propia inquisición, persiguiendo sin piedad a los católicos. En Dinamarca, por ejemplo, las autoridades reformadas metieron en la cárcel a los obispos católicos, y en ella se pudrieron la mayoría de ellos. Y no hablemos del Reino Unido, empezando por la decapitación de Tomás Moro, mártir de la fe católica y por ello santo, y continuando con la invasión y sometimiento de Irlanda, a la que han sustraído el Ulster, ocupada por orangistas anti católicos.
En Gran Bretaña, donde casi la mitad de la población es católica, al menos nominalmente y por tradición familiar, los «papistas», como los llaman despectivamente los que ostentan el poder, están marginados o impedidos de hecho para alcanzar posiciones de influencia social. Tony Blair, tuvo que esperar a concluir su mandato para publicar su conversión al catolicismo. Además un católico no puede ser rey de Inglaterra, porque el monarca es al mismo tiempo cabeza de la Iglesia anglicana, hecho insólito en una democracia moderna, propio de teocracias musulmanas como Marruecos. La Casa Real impidió que el príncipe de Gales se casara desde el principio con Camila Parker, el amor de su vida, porque era católica, aunque a su modo, no fuera cosa que si tenía hijos, los educara en la fe de Roma, como en su día hizo la esposa de algún Estuardo, y se lió la gorda.
De todas maneras, el gran problema ético-religioso del Reino Unido en nuestros días, no es la división confesional entre anglicanos y católicos, sino la erosión laicista que lo arrasa todo. Las iglesias, sobre todo anglicanas, están vacías, desiertas. Algunas, o bastantes de ellas, han sido convertidas en «pubs» o discotecas. La práctica religiosa apenas existe. Los masones, que está infiltrados en todas las instituciones (no en balde es un invento inglés), imponen una asepsia espiritual pública absoluta, contraria por completo a la libertad de conciencia, de religión y de expresión. Una enfermera que llevaba colgada del cuello una diminuta cruz, fue expulsada del trabajo. Otra siguió el mismo camino por rezar una plegaria por un moribundo. Inglaterra, en contra de lo que pueda creer todo el mundo, dista mucho de ser una verdadera democracia. Probablemente no lo ha sido nunca. Un país que mantiene una cámara legislativa, la de los Lores, que no elige el pueblo, sino que los escaños son generalmente hereditarios, no puede ser considerado democrático. Gran Bretaña es hoy una dictadura laicista encubierta, con unos servicios secretos, el MI5 y MI6, dos caras de la misma moneda, presentes desde la sombra en todas partes, manipuladores de ciertas organizaciones que se tienen por conciencia del mundo, como Amnistía Internacional y algunas ecologistas, que censuran a todo el que se ponga por delante, menos a los ingleses. Muy propio del espíritu británico y de la inquisición anti-católica, pero que nadie destape la olla podrida, porque es de mal gusto.