Oigo voces. No me asusto demasiado porque las conozco de sobra. Son las de mi mujer. Yo estoy solo, de viaje y voy a llegar tarde a una cita y ella me reprende (¡la oigo!). Tengo que hacer esfuerzos para no contestarle que tiene razón, por supuesto. Cuando llego por los pelos, me revuelvo (mentalmente) y le digo: "¿Ves?" Y la oigo de nuevo claramente: "Pero qué innecesario rato de carreras y de corazón en un puño…" No sigo, porque voy a empezar a verla.
No sé que fino psicólogo sostenía que la libertad consiste en interiorizar la voz de la madre. La conyugalidad es interiorizar las advertencias de tu mujer. Pero a mí hoy me interesa lo de la madre. A cuenta de mi suegra.
En cumplimiento perfecto de su papel de abuela, porque piensa -como es natural- que somos demasiado estrictos con sus nietos, ha mandado a mi mujer el vídeo de una pedagoga (menos fina, en mi opinión, por lo que explicaré ahora) que sostiene que es muy bueno que los niños desobedezcan. Así se forja una personalidad rebelde y no una sumisa en el futuro a lo que digan sus compañeros de clase o la sociedad. Ja. Ja. Ja. Y ja.
Primer Ja. ¿No será que el que no se consuela es porque no quiere?
Segundo Ja. Los niños desobedecen porque están obedeciendo la voz de su pereza o de su capricho. Obedecer a los padres implica seguir las órdenes de un amor que siempre quiere lo mejor para ellos. Y esa es la autoridad que conviene interiorizar a fondo y entrenarse a obedecer a la primera.
Tercer Ja. No hay línea de continuidad entre lo que los niños aprenden a obedecer en su familia (al menos en la nuestra) con las órdenes que van a recibir de la sociedad o del Estado. De hecho, buena parte de las ordenanzas de nuestro tiempo son, precisamente, haz lo que te apetezca, carpe diem y, sobre todo, desobedece de inmediato.
Cuarto Ja. La obediencia elemental de niños a unas normas razonables y prácticas no ha desactivado la rebeldía adolescente nunca jamás. Ja, ja y ojalá. Por eso lo ideal es que lleguen a esa edad con el ánimo entrenado a atender y poner en práctica la voz de su propia conciencia, que coincidirá mucho (por el amor, la previsión y la bondad) con la de su madre.
De la que, por cierto, vuelvo a oír la voz, de lo interiorizada que la llevo. "¿No te había dicho que de mi madre no hablases más en los artículos, eh?". "Hombre, mujer -le digo con cierta vacilación- si estoy hablando de pedagogía". "¡Ja!", me dice.
Publicado en Diario de Cádiz.