Hemos empezado el Año Jubilar de la Misericordia. Un año muy querido por el Papa Francisco como un tiempo de gracia y bendición para todos los hombres y mujeres, incluidos los "hombres de buena voluntad". ¿Y quiénes son estos? Esas personas honestas, sinceras, que viven el amor a los demás y a la verdad, que buscan el bien y la belleza, que se abren con sinceridad a la trascendencia.
Una de las notas de cualquier año jubilar es la peregrinación a Roma, y el paso de la Puerta Santa.
Puertas Santas se abrirán en muchos templos y catedrales de todo el orbe, pero la Puerta Santa de las cuatro Basílicas Mayores de Roma tiene su importancia y su peso. Y ya hay mucha cola (cibernética) para pasar la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Al día siguiente de inaugurar la web para solicitar este paso jubilar ya estaba totalmente lleno el cupo para los primeros días.
Juan Pablo II, el Papa eslavo que cautivó Roma, Italia y toda la humanidad, nos da un consejo muy interesante para esta peregrinación, que seguramente muchos haremos. Aprovechad para "Aprender Roma". Como muchos grandes consejos, él lo aprendió de otra persona, el Rector del Seminario de Cracovia. En 1946 llegó a la Ciudad Eterna como joven sacerdote, para estudiar un doctorado en Teología. Nos cuenta cómo "el P. Karol Kozlowski, Rector del Seminario de Cracovia, me había dicho muchas veces que, para quien tiene la suerte de poderse formar en la capital del Cristianismo, más aún que los estudios (¡un doctorado en teología se puede conseguir también fuera!) es importante aprender Roma misma".
En el libro que nos regaló cuando cumplió sus cincuenta años sacerdotales, Don y misterio, resume esta experiencia romana, en varias ideas que me han parecido interesantes:
1. Juan Pablo II, y todo peregrino (mejor dicho, romero) visita a las catacumbas y el Coliseo, símbolo de la fe de los primeros cristianos y de su fidelidad y fortaleza en una realidad social adversa. No es cierto aquello que decía Jorge Manrique, "que cualquiera tiempo pasado fue mejor", ni peor. Las circunstancias son las de este año, este mes, este día, este momento.
La fe de aquellos primeros cristianos, como la fe de tantos cristianos perseguidos hoy, en Siria, en china y en tantos lugares, se cimienta en la esperanza en la vida eterna, el cielo, que empieza ya en esta tierra. Y no se trata de esperar, como espera el abuelito a que llegue la hora de ir a buscar al nieto, sentado y sin hacer nada. Hablamos de esperanza, que es actuar confiados en que Alguien nos cuida, nos protege y nos empuja.
2. En Roma el joven P. Wojtyla entró en contacto directo con la actualidad de la Iglesia, que ya entonces se centraba en el apostolado de los laicos. Somos la gran mayoría de los miembros de la Iglesia, y el cristianismo depende, en gran medida, de nosotros. Dentro de ese apostolado se encuentra nuestra vida familiar, e incluso nuestra realidad profesional. El trabajo no está de rellano en la vida cristiana; ahí nos santificamos y ahí somos testigos y evangelizadores. De esta experiencia romana nacerá su constante llamado a la Nueva Evangelización, un llamado que repiten y amplían Benedicto XVI y Francisco.
3. Ya en aquella década, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, percibió el gran desafío de la secularización, esa mano negra que va ganando terreno en la Europa occidental, olvidando las raíces cristianas de su cultura. Las catedrales góticas, constata ´San Juan Pablo II, dejan de ser centros importantes en la vida del europeo, y son reemplazadas por... centros comerciales.
4. La dimensión europea y la dimensión universal de nuestra fe. Europa ha crecido desde la fe, y con esa fe se ha extendido, evangelizando, a los otros continentes. En la JMJ de Santiago, en 1989, nos recordó: «Desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes».