Ante la denuncia unilateral de Convenio de Colaboración sobre la clase de Religión entre la diócesis de Calahorra y la consejería de Educación de La Rioja se ha constituido un colectivo que abarca a padres de alumnos que en uso de sus legítimos derechos desean que sus hijos sí reciban esa clase y profesores de la asignatura que ven conculcados sus derechos como profesionales de la Educación.
Ante la clase de Religión podemos preguntarnos: ¿qué se pretende en esa asignatura? El objetivo de la educación cristiana no es sólo formar individuos útiles a la sociedad, sino educar personas que puedan transformarla. El propio educador ha de ser una persona competente, buena y seria en lo suyo. El espíritu es importante, pero también lo es la competencia profesional. Crear colectivamente una realidad mejor, con los límites y posibilidades de la historia, es un acto de esperanza.
La fe en Dios Creador nos dice que la historia de los hombres no es un vacío sin orillas: tiene un inicio y tiene también una dirección. La historia concreta que construimos día a día nunca está terminada, nunca agota sus posibilidades, sino que siempre puede abrirse a lo nuevo, a lo que hasta ahora nunca se había tenido en cuenta. Por ello los adultos, y especialmente los educadores hemos de ser conscientes que nuestra educación nunca está terminada y que podemos aprender mucho de los demás, incluidos nuestros alumnos.
En cambio, la técnica sin ética es vacía y deshumanizante, pues intentar alcanzar fines sin una adecuada consideración de los medios para alcanzarlos está también condenado al fracaso. Siempre hay algún horizonte abierto y la esperanza cristiana nos dice que siempre es posible hacer algo en cualquier circunstancia. La creatividad histórica se rige en la perspectiva cristiana, por la parábola del trigo y de la cizaña. No existe el borrón y cuenta nueva, porque no existe futuro sin presente ni pasado, sino que la creatividad implica memoria y discernimiento, ecuanimidad y justicia, prudencia y fortaleza.
Lo nuevo, lo capaz de modificar una realidad estática y esclerotizada, viene por el lado de la educación. Nuestras escuelas están llamadas a ser signos de que otro mundo, otro país, otra sociedad, otra escuela, otra familia es posible. La opción preferencial por los pobres no busca sino incluir a todas las personas, en la totalidad de sus dimensiones, en el proyecto de una sociedad mejor. En lógica cristiana todo ser humano debe tener su lugar y cada uno es imprescindible.
¿No ha sido una práctica antiquísima de la Iglesia llevar la educación a los más olvidados? ¿No han sido creadas con este objetivo muchas congregaciones y obras educativas? El proyecto educativo de la Escuela Católica se define precisamente por su referencia explícita al Evangelio de Jesucristo, con el intento de arraigarlo en la conciencia y en la vida de los jóvenes, teniendo en cuenta los condicionamientos culturales de hoy. El saber no sólo no ocupa lugar, como decían nuestras abuelas, sino que abre espacio, multiplica ámbitos para el desarrollo humano. La fecundidad de nuestro esfuerzo no depende solamente de las condiciones subjetivas, del grado de entrega, generosidad y compromiso que podamos alcanzar, sino también del acierto objetivo de nuestras decisiones y acciones.
Como educadores cristianos hemos de proponernos no sólo transmitir conocimientos, sino formar personas maduras. El trabajo del educador es un servicio a las personas, ya desde la infancia, para que nosotros les ayudemos a ser lo que pueden llegar a ser. Animémonos a proponer modelos de vida a nuestros alumnos. Mientras la cultura posmoderna ha declarado pasada de moda toda propuesta ética concreta, nosotros por el contrario presentemos ejemplos valiosos de servicio, lucha por la justicia, compromiso con la comunidad, santidad y heroísmo.
Tengamos una mirada atenta y vigilante a los signos de los tiempos, y procuremos mantener la inquietud de ser siempre mejores, desarrollando nuestras capacidades, y solidaricémonos con la verdad, evitando la mentira y el engaño. No nos olvidemos que el propio Jesús se autodefine como Verdad (Jn 14,6). Enseñemos y hasta exijamos en nuestras escuelas el desprendimiento, la generosidad, el respeto a todos y la primacía del bien común, así como el rechazo a toda forma de discriminación y de prejuicio. Hemos de llegar a crear un mundo donde cada uno sea reconocido, aceptado, dignificado, y no sólo por su utilidad, sino por su valor intrínseco de ser humano, de hijo o hija de Dios.
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