Cuando una palabra se convierte en una cantinela, hay que desconfiar: si se repite tanto es que ya no se la oye. El signo que engendra un pensamiento llega a ser una señal que desencadena una reacción contra él. Lo peor, sin embargo, no es impedir el pensamiento, sino borrar una realidad tomando la palabra que la significa originalmente para oponerse a ella —lo cual permite aniquilarla al mismo tiempo que se la exalta de la manera más sonora. Ocurre así con dos términos fundamentales: economía y ecología.
Los más serios, para explicarlas, se remontarán a Adam Smith y Ernst Haeckel, pero, si así lo hacen, se expondrán a una doble contradicción. Con Adam Smith, la economía será reducida a “economía política” y así se alimentará al monstruo híbrido al que se pretende atacar —ya que lo primero que hay que pensar, según Aristóteles, es la distinción radical entre la política, que tiene que ver con la Ciudad, y la economía, que tiene que ver con el hogar. Con Haeckel, la ecología será reducida a biología científica y se favorecerá así una sistematización de los seres vivos que conduce a ignorar el acontecimiento de la vida —de manera que esa defensa de los seres vivos, únicamente en nombre de los “ecosistemas”, los sumerge un poco más en la lógica del control y de la explotación.
El artículo "Sagrada Familia: Oikos", que reproducimos por gentileza de la editorial Homo Legens, es un capítulo del libro Últimas noticias del hombre (y de la mujer), de Fabrice Hadjadj.
¿Qué es, pues, el oikos? ¿Cuál es, pues, esa verdadera oiko-nomía que la economía moderna elimina usurpando su nombre? En griego, oikos quiere decir “familia” o, más precisamente, “los de casa”, porque el parentesco y la residencia estaban íntimamente ligados. Para manifestar lo que constituye esa relación, los autores antiguos citan a menudo este verso de Hesíodo: “Una casa, después una mujer, y un buey de labor...” No faltará quién lo denuncie por su misoginia. Pero no se trata de eso. La casa es necesaria, en primer lugar, a fin de acoger dignamente a la mujer; y el buey viene inmediatamente después para dejar claro que aquélla no es un animal doméstico, sino la dueña de la casa, capaz de supervisar el trabajo agrícola (Aristóteles subraya, en su Política, que considerar a la esposa como una sirviente o incluso como una simple ayudante es una costumbre bárbara).
Cuando se abre la Economía de Jenofonte, uno se sorprende al descubrir un texto que no habla primordialmente de dinero ni de mercancías, sino de relaciones familiares (hombre/mujer, padres/hijos), por una parte, y de agricultura (o, dicho de otra forma, de la relación entre la tierra y los animales), por otra. Estas dos realidades están conectadas por una necesidad evidente: la familia tiene hambre, hay que alimentarla y, para ello, cultivar el suelo. En la economía, la producción de riqueza es, en primer lugar, agrícola —y no financiera— y está ordenada a “los de casa” —y no al estado ni a las multinacionales.
Pero hay que ir más lejos aún y considerar el género común en el que se inscriben, cada uno a su manera, tanto la vida familiar como la agricultura. Este género se puede oír en la imagen del Salmo 127: “Tu mujer será como parra fecunda dentro de tu casa...” Tanto en el cultivo de la viña como en el nacimiento y el cuidado de los niños, no se trata de construir algo a partir de unas piezas (como en ingeniería), sino de acompañar el desarrollo de una forma viviente, ofrecida, primeramente, por la naturaleza. Por tanto, el oikos es esencialmente el lugar en que se articulan la naturaleza y la cultura, en que se respeta un orden dado, el único que puede proporcionar un fundamento sólido a nuestras construcciones y, por tanto, en que la relación con la mujer y la relación con la tierra, a través del deseo y del hambre, se abren a una trascendencia en el seno mismo de la inmanencia. Jenofonte no cesa de recordarlo: “Para estar a bien con la esposa y llevar a cabo el trabajo de los campos hay que ganarse el favor de los dioses”. No es la expresión de un soñador místico, sino la de un hombre curtido y pragmático que ha visto disputas domésticas y cosechas devastadas.
La ecología verdaderamente profunda se pone a la escucha del logos que se encuentra en el oikos —del Verbo que reposa en la familia. Por eso, su icono es la Sagrada Familia, siempre que no olvidemos pintarla con la viña del Padre y el buey del pesebre.
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