Abramos los ojos. Corre la pólvora del Mal sobre la Tierra. El fuego del Infierno quema del Amazonas para arriba. No es nuevo. Tenemos el fuego en nuestras tierras, en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras sociedades. ¡Y hay quien niega la existencia del demonio! ¡Sí! ¡Hay quien lo niega! No puede ser sino por ignorancia, dejadez o maldad. Para que pase más desapercibido. Ya avisó Pablo VI que el mayor triunfo del demonio es conseguir que el hombre no crea en él.
Pero ¿existe el demonio de verdad? Lo enseña el mero sentido común del pueblo fiel. Preguntémonoslo de otra manera. ¿Existe el Mal? El Mal existe. Pero no puede surgir de la nada, ni proviene de la imaginación, ni de sí mismo, sino del sujeto pensante con vida que lo provoca. Y ese sujeto es el ángel caído llamado Satanás, el Príncipe de este mundo, el embaucador, el enemigo opositor de Dios, del Bien y de la Creación entera, por propia definición y voluntad propia. El mal surge del Mal, como el bien surge del Bien: el Mal es el demonio, y el Bien es Dios. San Agustín nos enseña que el mal es una desproporción del bien. Dios lo crea bueno, pero se hace malo. Es el uso de la libertad. Somos libres, y Satanás también lo es. Y usa mal su libertad, como nosotros también caemos.
Algunos, con humor o sin humor, y con humos o sin humos, dirán que no cabe creer en algo que no es demostrable, por lo que podríamos comprobarlo según fuera la decisión de la mayoría, con un referéndum. Pero la verdad es que Jesucristo habló bien claro del demonio: “Es el homicida desde el principio... y padre de toda mentira” (Cfr. Jn 8, 44ss). Y nos habló del Infierno.
Afirmó Pablo VI: “Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones, tanto más nocivas cuanto en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras instintivas o profundas aspiraciones”. “Es el enemigo oculto que siembra el error y la desgracia en la historia de la Humanidad”. ¿No nos suena a nada, que parece dicho hoy mismo? Es el Mal que vemos extenderse por doquier en nuestras plazas. Es el humo del Infierno.
Allá por el siglo XIV, la religiosa, mística, escritora y teóloga Santa Brígida, Patrona de Europa, profetizó: “Cuarenta años antes del año 2000 [¡la Revolución Sexual!], el demonio será dejado suelto por un tiempo para tentar a los hombres. Cuando todo parecerá perdido, Dios mismo, de improviso, pondrá fin a toda maldad. La señal de estos eventos será: cuando los sacerdotes habrán dejado el hábito santo y se vestirán como gente común, las mujeres como hombres y los hombres como mujeres”. ¿No suena muy actual? Dios sabe desde siempre lo que nos espera, pero nosotros lo ignoramos empeñados en seguir obrando el mal. Y vivimos el infierno en la Tierra. Y más que lo viviremos... si nos empeñamos en seguir obrando la maldad.
Armémonos, pues, ahora que aún hay tiempo, con las armas de la fe, los sacramentos y la Virgen María... con las buenas obras. Ninguna de ellas basta por sí sola, cada una de ellas remite a la otra. Como nos remitió San Pablo VI a “nuestra oración principal: ‘Padre nuestro... líbranos del mal’”. ¡¡Despertad, el tiempo se acaba!!