El presidente sirio Al Assad, después de deplorar los atroces atentados de París, ha recordado que lo que el viernes sucedió en la capital francesa ocurre cada día en Siria desde hace cinco años, ante la indiferencia de las plañideras que hoy lloriquean y ayer se tapaban los oídos cuando el mismo Al Assad advertía: «Pronto veremos cómo las naciones occidentales que apoyan el terrorismo pagarán un alto precio; y muchas de ellas entenderán tarde, e incluso demasiado tarde, que la batalla que el pueblo sirio libra para proteger su patria se extiende más allá de sus fronteras, para defender también a gentes de otras naciones que en el futuro pueden ser víctimas del mismo terrorismo».
Las palabras proféticas de Al Assad se hacen realidad hoy. En estos días luctuosos no debemos olvidar que, al igual que otras colonias del pudridero europeo, Francia (o, dicho más exactamente, los capataces al servicio del Nuevo Orden Mundial que ocupan el Elíseo) apoyó las llamadas «primaveras árabes» acaudilladas por islamistas de la peor calaña.
No debemos olvidar que Francia se ha empleado con denuedo en la erradicación de todo régimen nacionalista árabe que supusiera un dique contra la expansión del islamismo, llegando a intervenir de forma especialmente repugnante en Libia.
No debemos olvidar tampoco que Francia ha enviado su aviación a Siria con la excusa del combatir a Estado Islámico, pero con el secreto propósito de destruir la infraestructura petrolera del país, sus centros de comunicaciones y, en general, todo objetivo que contribuyese a la defensa patriótica de la nación siria.
No debemos olvidar que Francia (según ha reconocido el propio Hollande) se ha dedicado a armar, entrenar y financiar a los llamados «rebeldes» sirios, que es el nombre fino con que se designa a las alimañas yihadistas venidas desde los más diversos rincones del atlas para derrocar a Al Assad y vaciar Siria, obedeciendo las consignas del Nuevo Orden Mundial, que desea reconfigurar el mapa de la región.
No debemos olvidar, en fin, que cuando Rusia, la única nación europea que combate el terrorismo yihadista, lanzó su campaña en Siria, Francia escenificó con mucho aspaviento su oposición.
Dicho lo cual, no podemos dejar de deplorar que el pueblo francés haya sido elegido como víctima del terrorismo que apoyan sus gobernantes traidores. Nos duele en el alma que la nación católica que en otro tiempo fue denominada «primogénita de la Iglesia» se haya convertido, tras dos siglos de destructiva exaltación de los deletéreos ideales revolucionarios, en el principal centro irradiador del veneno que está destruyendo Europa, que no es otro sino la renuncia a los principios que fundaron su civilización, la insensata exaltación del laicismo, la negación de las leyes naturales y divinas que nos ha convertido en una papilla de gentes amorfas, aferradas a sus placeres embrutecedores y a su esterilizante bienestar material.
Nos duele terriblemente pensar en las almas de esos 129 inocentes ametrallados por las alimañas yihadistas, que mientras fueron masacrados ni siquiera pudieron rezar una oración a Dios, porque ya no creen en Él, o porque ya no saben rezarle, pues las oraciones con que sus antepasados se encomendaban a Dios no se pueden enseñar en las escuelas ni rezar en público, por razones de «higiene pública» y «progreso social».
Nos duele terriblemente ver a un pueblo otrora fuerte y aguerrido convertido en un pueblo apóstata al que sus gobernantes han dejado inerme y sin fibra moral. Pero en esto los franceses no se distinguen de los demás pueblos que integran el pudridero europeo, víctimas del terrorismo que apoyan sus gobernantes traidores. ¡Nos vemos en el matadero!
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