A través de la historia, siempre hubo ateos, al menos se declararon de palabra o se mostraron en su modo de proceder.
Cabe una pregunta: en esta segunda década del siglo veintiuno ¿hay más que en otros momentos? Es imposible saber. Lo que sí sabemos es que los que se declaran, y sobre todo los que se muestran como tales, son muy numerosos.
Entrar en la conciencia de cualquier persona es tarea imposible, incluso en la de uno mismo. De aquí que solo podemos hablar de lo que percibimos desde la múltiple exteriorización. Por otra parte, aunque condicionados por esa realidad única de cada persona, a partir de lo común que percibimos, nos permite hablar de este como de tantos otros temas.
Radiografía de este ateísmo
Desde esta percepción encontramos singularidades del ateísmo actual: no tiene “porqués”, vive sin un “de dónde” que explique la existencia, ni un “adónde” que aclare su fin; simplemente, se está, se vive y basta.
Su mirada, el objetivo, cada día se contrae, no llega más allá del instante preciso, la ilusión cada día se empequeñece más: una noche de ruido y luces excitantes en la que se pretende olvidar todo, una relación íntima de media hora; en algunos casos, la obsesión por el trabajo de cada día o una carrera extenuante por descubrir, pero como un tren que no tiene estación de destino, porque su destino es correr y correr, o la lucha por el puesto político. Sí, también existe la familia, pero para muchos, hoy día, eso es algo muy ambiguo.
Todo esto no basta para llenar ese vacío que todos sentimos e intentamos llenar con algo que nos aquiete. Se vive, pues, en una situación de vacío, de deseo continuado, porque no pueden llenar ese vacío con los globitos de feria, ni calmar la sed con el sorbo de los charcos embarrados del camino. ¿Esencialmente igual que todo ateísmo? Sí, pero con peculiaridades muy destacables.
Estamos ante un ateísmo sin argumentos, que ni los tiene ni los quiere. Es un ateísmo de vida sin razones de vida. Le falta voluntad para enfrentarse a los interrogantes esenciales de la existencia human, le da miedo encontrase con la verdad, porque la verdad exige, y ha contagiado a la sociedad occidental de acedia (pereza, flojedad). No quiere enfrentarse con la verdad. Prefiere cerrar los ojos “para no complicarse”. Pero solo la verdad nos hará libres, solo la verdad puede salvarnos. Las preguntas que surgen de la naturaleza no pueden dejarse sin respuesta.
A pesar de todo, quizás como reacción a ese vacío incómodo, hacia fuera se muestra como ateismo militante. Actitud no razonable, pues es más bien un ateísmo sin razones e incapaz de enfrentarse con la fe. ¿Por qué esta lucha continua sin sentido contra Dios y cuanto significa? ¿Se encuentran coaccionados o perseguidos? ¿Acaso excluidos o rechazados? Es evidente que no. Entonces, ¿por qué esa especie de actitud de lucha y exhibicionismo contra todo lo que significa creencia religiosa, especialmente cristiana? En unos momentos en los que la libertad ha adquirido cuotas superlativas y ellos suelen ser sus decididos defensores (al menos de palabra), no se explica. El ateísmo con frecuencia se ha mostrado militante, pero los ateos serios fueron razonables, hasta dialogantes y, en su caso, comprensivos.
Y otra cosa extraña, continuamente tienen presente la religión y parece que se sienten necesitados a declarar que no son creyentes. Ven un sacerdote o un creyente reconocido y a los pocos minutos de conversación le dirán que ellos no creen, o que fueron creyentes pero que actualmente no son. ¿A qué viene esta declaración si nadie se la pidió? ¿Será que la presencia del creyente es para ellos un interrogante incómodo? ¿Se trata de un desahogo necesario?
Finalmente, podemos hablar de un ateísmo generalizado, más bien de vulgo. En él entran no solo esa mayoría que tuvo fe, aunque fe de niños, que, al no ser ilustrada como debía en su juventud y mayoría de edad no ha sabido mantener ante las ideas y situaciones del mundo actual. Fe que quizás sigue en lo profundo de su conciencia. Hablo, además, de gente con una cierta cultura y aun de los que hoy llaman de cultura superior. Ni unos ni otros han sido capaces de enfrentarse con esos interrogantes definitivos, que surgen de la naturaleza misma. Son masa y la masa no piensa y, al menos en este campo, la masa es mucho más amplia de lo que como tal se considera. Claro está que hay una élite que piensa y actúa. La masa la mueven las élites y, en este asunto las hay y muy poderosas, con objetivos muy claros, para los que la fe es un óbice; pero aquí no hablamos de ellas.
Causas de esta situación
Como en todo hecho “social”, las causas suelen ser múltiples. En esta materia también. Pero entre ellas, y no la menos importante, considero que está la falta de formación.
Veamos los diferentes agentes de formación y su modo de actuar durante demasiadas décadas:
-Los padres
Los padres son los primeros y principales educadores. Solo las ideologías estatistas han cuestionado este derecho-obligación inalienable. Pero es evidente que las obligaciones pueden cumplirse, dejarse de cumplir, hacerlo bien o no tan bien. Desde mediados del siglo XX, bien por incuria, bien por esa idea de que 'ya que nosotros lo pasamos mal, que mis hijos no lo pasen', bien por una corriente pedagógica según la cual se debía desterrar toda sombra de autoritarismo (más bien toda expresión de autoridad), acabó en una actitud permisiva. La pandilla era, de hecho, la que marcaba las pautas de conducta, modelaba la personalidad, “educaba”. La pandilla con los años se disgregó, pero quedaron las pautas de conducta y conformada su personalidad.
-Los educadores
Sin los fundamentos de la educación paterna, ciertamente que es difícil la educación; si no hay un antes, no pude habar continuación, hay que empezar. Tampoco fue ajena a ellos esa corriente que ponía en cuestión su autoridad. En estas condiciones, la enseñanza, ya por sí dura, resultaba penosa en extremo.
-La formación religiosa en nuestra Iglesia
Los sacerdotes, junto con los padres, en la transmisión de la fe tenemos una misión insoslayable. Se trata de cultivar la fe de los niños y adolescentes, especialmente mediante la catequesis, fe que deben haber sembrado ya los padres. De afianzarla en la juventud poniendo en juego todos los medios a nuestro alcance. Y de seguirla instruyendo y alimentando hasta el último momento.
¿Cómo se ha llevado y se lleva a cabo en estos momentos esta obligación de los sacerdotes? ¿Cómo ha sido nuestra catequesis? Después del Concilio, una nueva corriente pedagógica llevó, entre otras cosas, a suprimir los catecismos tradicionales de preguntas y repuestas. Había libros, pero, a la hora de la verdad muchos catequistas acababan por convencerse de que no eran el mejor instrumento para trasmitir las verdades cristianas.
Me consta de un sacerdote celoso, que, vista la realidad, quiso editar una parte del catecismo del Episcopado (tres libros: iniciación, medio, y superior) que regía hasta el Concilio (por supuesto con los debidos permisos y revisado a tenor de la doctrina del Concilio Vaticano II), pero no le fue posible. Añadamos a esto el desprecio por la memorización, y tendremos el resultado: una catequesis sin ideas claras y concisas ni memorizadas. Sin caer en la cuenta que para muchos había de ser el bagaje único de su fe durante toda su vida.
Hoy las cosas han cambiado. Los catecismos tienen un contenido muy completo y acomodado y una formulación de preguntas y respuestas después de cada tema y al final de cada uno de los diferentes libros relativos a la edad. Es una pena, sin embargo, que esas preguntas y respuestas sean tan largas y, a veces, con expresiones demasiado técnicas. Les aseguro que no las memorizarán. Cosa muy importante, porque para muchos ese contenido, como digo antes, es el único bagaje de su fe para toda su vida.
Si ponemos la mirada en la juventud, podemos preguntarnos si se hizo algo serio en relación a su formación. Pienso que nos quedamos en convocar a los jóvenes para mil actividades, pero sin darles contenido serio de formación. Hoy no es fácil que no respondan a nuestra llamada, pero hace cincuenta años y bastante después, sí; era cuestión, como siempre, de “interesarlos” en el qué y en el cómo se les presentaba el mensaje. Aun así, pienso que también hoy existen medios para su evangelización. No puede ser de otra manera.
Querer mantener la fe con la homilía de cada domingo, ¡cuando toca y con los que asisten!, aun suponiendo unas homilías bien preparadas, es imposible.
No quiero pasar por alto la formación religiosa en la enseñanza pública y en la privada. Para profesor de religión en los institutos ¿se ha tenido en cuenta la capacidad intelectual y pedagógica? Es un error pensar que servimos todos por el mero hecho de ser sacerdotes.
Por cuanto se refiere a los colegios de la Iglesia, solo quiero hacer notar que, si bien contamos con un número más que razonable, los resultados no parecen ser tan positivos. Quizás valga la pena hacer una sincera revisión.
-El Estado
Estamos ante un asunto de máxima importancia y no menor dificultad. En consecuencia, ateniéndome al artículo 27 de nuestra Constitución yo diría que el Estado tiene, por una parte, obligación en relación a la educación de los ciudadanos, ya que “todos tienen derecho a la educación” (27.1). Por otra parte, debe atenerse a su objetivo: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana” (27.2). Y teniendo muy en cuenta que "los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (27.3).
El texto está claro y conforme con todas las declaraciones de derechos supranacionales. Pero las interpretaciones también están claramente sesgadas, tanto en lo que significa el pleno desarrollo de la personalidad, donde el sentido religioso es parte ineludible, cuanto por lo que respecta a tener en cuenta las convicciones de los padres. Los estados modernos, aun los que se consideran liberales, extienden sus tentáculos hasta intimidades que les son vedadas.
Fruto de esa escasa y mala formación, aparece la falta de personalidad. Pues, cuando no tienen ideas claras ni criterios firmes, la consecuencia inmediata es dejarse llevar por la masa, que, vacía de principios, corre tras sensaciones con las que intenta llenar ese vacío. Por supuesto, no puede haber compromiso serio.
-Rebelión contra la moral
Para completar más el cuadro, pongamos lo que podemos llamar la rebelión contra la moral religiosa. Las religiones en general, y muy especialmente el cristianismo, exigen una forma de vida con exigencias morales. Y, aunque es lo racional lo que exige (se trata fundamentalmente de la ley natural), y viene a ser una carga que aligera la vida, la experiencia inmediata es de negación a muchos instintos primarios. No acabamos de darnos cuenta de los efectos de la revolución de mayo del 68. Su rebelión está clara en eslóganes como estos: “Prohibido prohibir”, “Decid siempre no por principio”.
-El ambiente: el aire cultural que se respira
Cuando toda referencia a Dios se suprime o se pretende suprimir, el aire que se respira está contaminado de sin Dios (de ateísmo), y nadie se puede librar de respirarlo. Cuando nos rodea un sentido in-trascendente del hombre y del mundo; cuando no solo nos rodea, sino que en gran medida se nos impone y se acepta aun por aquellos que debieran ser sus muros de contención (el ejemplo lo tenemos en la aceptación de la ideología de género), estamos ante una pandemia espiritual peor que el coronavirus. Se precisa, pues, andar con mascarilla y enseñar que todos la lleven. Pero, sobre todo, es necesario mantener buenos pulmones y un corazón fuerte. Y, como siempre en este género de enfermedades, aceptar la vacuna eficaz, esto es, acercarse con decisión y sin miedo a la verdad hasta aceptarla: Cristo. Sin Cristo conocido y vivido, esta pandemia no tiene solución.
Estos si que son “tiempos recios”; por eso, hay que formar cristianos no menos recios.
El cambio
Durante largos años y aun con un Concilio de serios cambios, se ha venido diciendo que 'la Iglesia tiene que cambiar'. Bien, la sociedad cambia y la Iglesia debe estar preparada para trasmitir eficazmente su mensaje en todo momento. Pero en lo dogmático, solo como desarrollo homogéneo del dogma, y en la pedagogía, solo si es más eficaz lo nuevo. Cambiar lo que Dios ha revelado y aceptar métodos que no consiguen el fin es absurdo.
Sobre todo, se debía haber tenido en cuenta aquello, quiero recordar, del famoso teólogo suizo Hans Urs von Balthasar: "Cuando oigo que 'la Iglesia tiene que cambiar' me digo 'Yo tengo que cambiar'”. Aquí es donde primero y principalmente debemos mirar para corregir y actuar en consecuencia,
Los errores se pagan, pero se pueden revertir. Lo malo es si continuamos en ellos por terquedad o inercia. Sí, 'tenemos que cambiar'. Pero el cambio debe empezar por nuestra vivencia religiosa, nuestras actitudes y nuestro modo de actuar.
Los que creemos no podemos quedarnos con los brazos cruzados y seguir lamentando. Pongamos, de nuestra parte lo que hay que poner, quitemos lo que haya que quitar y cambiemos lo que sea posible y conveniente. Hagamos lo que tenemos que hacer. Luego, tengamos confianza en la gracia; y si alguien quiere libremente quedarse con sus ideas, respetémosle y oremos por él. Pero esa libertad que es exigible de nosotros para los no creyentes, tiene las mismas exigencias de parte de los no creyentes para los que creemos. Los derechos humanos en su redacción y espíritu no hacen distingos. Quienes los aceptamos debemos ser consecuentes, unos y de otros.
Todos y siempre hemos de ser sumamente respetuosos con quienes no piensan como nosotros. Muy especialmente con los que buscan sin haber encontrado todavía. Si siguen buscando, encontrarán. Entre tanto, sumo respeto. Respeto que pido desde aquí para los que creemos; respeto y libertad para exponer nuestras ideas. “¡Qué difícil ser ateo!”, decía Paul Claudel. El lo sabía por experiencia.