No cabe duda que el acto moral propio del ser humano es el acto humano libre. Aunque la sociobiología haya descubierto en la conducta humana estructuras parecidas al comportamiento de los animales, existe una frontera cualitativa que separa con nitidez ambos mundos. Esa frontera es la libertad, que da al hombre una capacidad superior para adaptarse al ambiente que le rodea y conseguir, con su trabajo y responsabilidad, lo que no le han facilitado sus estructuras naturales.
La libertad es lo que da moralidad al hombre, y somos seres morales precisamente porque no somos juguetes del destino y nuestros actos tienen consecuencias no sólo personales, sino también interpersonales e incluso universales, hasta el punto que si no fuera así, los derechos y obligaciones tendrían coherentemente que desaparecer de la Tierra. El hombre es un ser moral precisamente porque no es un simple juguete del destino y sus actos tienen consecuencias no sólo personales, sino también interpersonales e incluso universales. En el hombre, sin embargo, la libertad no es total, sino que lo voluntario está indisolublemente unido a lo involuntario, lo libre a lo no libre.
Hay toda una serie de factores que condicionan el acto en sus formas más diversas, atenuando e incluso anulando su libertad. El acto de libertad presupone un previo acto de deliberación que gira en torno a razones y motivos. Las motivaciones condicionan el obrar humano, unas veces posibilitando y facilitando la deliberación y elección y otras imposibilitándolas o dificultándolas. Las motivaciones pueden ser conscientes o inconscientes, entendiendo aquí por inconscientes cuando no son actualmente conocidas por el individuo, pero existen influenciando su conducta. Para que un acto sea verdaderamente humano y moral, debe haber una coimplicación de la inteligencia, de la voluntad y de la libertad, pero sin olvidar que el núcleo de la personalidad está en lo afectivo. Por ello cuando lo afectivo funciona bien, solemos estar ante una persona equilibrada y madura.
Vemos sin embargo cómo la inteligencia se ve afectada por la ignorancia, error e inadvertencia, la voluntad por los sentimientos, emociones y pasiones, siendo estas fuerzas que modifican la voluntad algo en sí no malo, pues pueden utilizarse tanto para el bien como para el mal. Por ello no hay que intentar destruirlas, sino canalizarlas, para emplearlas al servicio de nuestras actividades.
La libertad se ve influida por todo ello y todavía más concretamente por la coacción externa o violencia y la coacción interna o psicofísica, donde hay que incluir la ansiedad y el temor, sin olvidar tampoco lo que de un modo u otro perturba la afectividad. No debemos olvidarnos de mi carácter o temperamento, que tanto influye en mi manera de ser, así como hay que tener en cuenta las condiciones extrínsecas (socioculturales), intrínsecas (psicofisicobiológicas) e inconscientes. Influyen asimismo las costumbres y los hábitos, que facilitan los mecanismos de actuar en una dirección determinada, dejando que el sujeto sea más libre y responsable, quedando así liberadas fuerzas que pueden ser empleadas en tareas más importantes, si bien con el peligro de caer en la rutina, que es la degradación de la libertad al hacerse puro mecanismo, mientras que tampoco podemos olvidar las disposiciones psíquicas anormales o morbosas, como las psicosis, neurosis y psicopatías.
En Teología Moral hemos de aceptar los datos científicos que nos proporcionan las diversas ciencias humanas, en especial las psicológicas y psiquiátricas, datos que al permitirnos un mejor conocimiento del hombre, nos permiten calibrar mejor la libertad y responsabilidad personal. La libertad no es simplemente un don, sino también una tarea y una conquista.
Pero por ello mismo hemos de rechazar esos presupuestos materialistas que se han mezclado en ocasiones a los datos científicos y que intentan disminuir e incluso hacer desaparecer en el ser humano el sentido de responsabilidad de sus actos, minimizando el papel de las fuerzas conscientes y espirituales en nuestro comportamiento y desconociendo el sentido del pecado. Por supuesto que no nos es lícito atribuir todos nuestros fallos a las fuerzas del inconsciente o del instinto, ya que estamos dotados de libertad y responsabilidad, teniendo la venida de Cristo como objeto el liberarnos del pecado, lo que nos indica que es una realidad.