Guste o no guste, responda o no a los deseos de los padres sinodales sobre la interpretación de su labor, lo único que interesaba este sábado era conocer cómo se abordaba en la Relación Final del sínodo la cuestión de los divorciados vueltos a casar por lo civil. La pugna al respecto durante casi dos años ha sido durísima, intensa e inédita para quienes por edad no pueden recordar los debates del Concilio y el postconcilio o los antecedentes y consecuentes a la encíclica Humanae Vitae.
Basta con resumir los bandos y las posiciones.
A favor, entre otros padres sinodales, de que personas que viven en adulterio objetivo puedan comulgar: un miembro del G-9, el cardenal Reinhard Marx, presidente de la conferencia episcopal alemana; el cardenal más elogiado públicamente por el Papa, Walter Kasper, valedor de la iniciativa; y un obispo presente en el sínodo por designación expresa del Santo Padre, Blase Cupich, arzobispo de Chicago.
En contra, entre otros padres sinodales, de que el estado de gracia deje de ser una condición para recibir el cuerpo de Cristo: un miembro del G-9, el cardenal George Pell, responsable máximo de las finanzas vaticanas; y dos cardenales de peso decisivo en la Curia, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, y el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Robert Sarah.
Seis personas, pues (por no citar más nombres), que están donde están porque Francisco ha querido que estén, dejando en una gran incógnita cuál puede ser la decisión final del Papa sobre la cuestión... si la hay, pues la Relatio carece por el momento de valor intrínseco como magisterio.
¿Ha habido vencedores y vencidos en el sínodo? Evidentemente, sí, aunque algunos han acudido enseguida a la manida apelación pneumática. Como el patriarca greco-melquita Gregorio II Laham: "Hemos vivido aquí este Pentecostés. Hemos hecho un sínodo en un aula cerrada, como los apóstoles en el cenáculo de Jerusalén".
Pero no consta en las Sagradas Escrituras que el día de Pentecostés se contasen votos, como sí ha sucedido en el sínodo. La Relatio incluye al final los sufragios recogidos por los 94 puntos que la componen, y es muy indicativo. Sobre 265 padres sinodales presentes en la votación, los votos negativos a los 68 primeros puntos no llegan a diez en la mayor parte de los casos, con un máximo del 7,9%. En los puntos 69 y siguientes, cuando empieza el capítulo Familia y acompañamiento pastoral y comienzan a tratarse las situaciones excepcionales, la cosa "se anima" y los porcentajes de votos negativos crecen, con un máximo del 19,6%. En los tres puntos clave sobre la cuestión (84 a 86), los non placet se elevan a 72, 80 y 64, es decir, entre el 24% y el 30%. Y finalmente, en los ocho últimos se vuelve a la senda de la semi-unanimidad.
En el caso del punto 85, recibió 178 votos, sólo uno por encima de los dos tercios que cualifican su toma en consideración según los reglamentos sinodales.
Y bien, ¿qué votó cada cual?
Hay una cosa evidente: la Relación Final no afirma en ningún punto que los divorciados vueltos a casar por lo civil puedan comulgar. Como sí pueden hacerlo -obviamente-, y así se les recomienda, quienes, a pesar de su separación o divorcio, mantienen la fidelidad al compromiso matrimonial, porque la eucaristía será "el alimento que les sostendrá en su situación" (n. 83).
La comunión de los divorciados ni siquiera figura como hipótesis en los puntos que han suscitado mayor disparidad de voto (nn. 84-86).
La verdad es que ya desde el inicio del sínodo era claro que nunca podría figurar esa hipótesis literalmente en las conclusiones finales, porque implica una de dos enormidades: o no hay adulterio porque el matrimonio no es indisoluble o hay adulterio pero se puede comulgar sin estar en gracia de Dios. La solidez teológica y jurídica de los defensores de la Fe (véanse, sólo entre los libros que son novedad, los planteamientos de once cardenales o la aportación de la Unión Internacional de Juristas Católicos) hacía imposible un triunfo absoluto de quienes huyen de una realidad: que Nuestro Señor, como profetizó Simeón a la Santísima Virgen (Lc 2,34), es "signo de contradicción" para el mundo y no es posible a los cristianos, si quieren seguir a Cristo, escapar al mismo destino.
Era claro, pues, que la batalla se daría en torno a las "bombas de relojería". La expresión proviene de los debates conciliares, y fue consagrada por el religioso dominico Edward Schillebeeckx (1914-2009), perito del cardenal Bernard Alfrink en el Concilio e inspirador luego del célebre Catecismo Holandés. En unas declaraciones a la revista De Bazuin (n. 16, 1965), se refirió a expresiones de efecto retardado introducidas en los textos conciliares, aparentemente inocuas, destinadas a servir después de justificación a reformas que no estaban en la mente de los padres conciliares al votarlas: "Lo expresamos ahora de forma diplomática, pero después del Concilio extraeremos las conclusiones implícitas", dijo.
Algo que relata minuciosamente Annibale Bugnini (19121982), factótum de la reforma litúrgica postconciliar, en referencia a La reforma litúrgica (como tituló su monumental obra al respecto). Con la franqueza de quien piensa que lo conseguido no tiene vuelta atrás, detalla cómo en la modificación de cada rito latía la intención (no confesada entonces en público, pero muy clara en los pequeños círculos de reformadores con poder institucional y sobre la opinión pública católica) de llevarlo después más allá de lo que su expresión literal decía.
¿Ha pasado algo similar en el sínodo?
Dice el número 84, respecto a los bautizados divorciados y vueltos a casar civilmente, que "hay que discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas".
Dice el número 85 que "en determinadas circunstancias las personas encuentran dificultades para actuar de forma distinta [a la que lo hacen]. Por eso, aun manteniéndose una norma general, es necesario reconocer que la responsabilidad respecto a determinadas acciones o decisiones no es la misma en todos los casos. El discernimiento pastoral, sin olvidar la conciencia rectamente formada de las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones. Tampoco las consecuencias de los actos realizados son necesariamente las mismas en todos los casos".
Dice el número 86 que "el recorrido de acompañamiento y discernimiento orienta a estos fieles a tomar conciencia de su situación ante Dios. El diálogo con el sacerdote, en el fuero interno, concurre a la formación de un juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y acrecentarla".
¿Afirma cualquiera de esos puntos que los divorciados que viven en adulterio pueden recibir la comunión? Claramente no.
Sin embargo, ¿quién creen ustedes que ha votado en contra de esos tres puntos, el cardenal Kasper o el cardenal Sarah? Pues eso.
La batalla, en cualquier caso, continúa. Ahora toca desactivar las bombas de relojería antes de que exploten... y el bando de los "artificieros" ha demostrado cabeza, corazón y brazo. Hay partido.