El hecho de no recibir la comunión cuando se vive una condición de ruptura objetiva con el designio de Dios sobre el matrimonio, que la Iglesia custodia y propone, no implica una condena ni un castigo. Puede ser, incluso, un testimonio precioso para la propia familia, para la comunidad cristiana y para el mundo. Una forma peculiar de estar unidos a Cristo crucificado. Son palabras del cardenal canadiense Marc Ouellet a Radio Vaticano, cuando arranca la semana decisiva del Sínodo y en los círculos menores (los grupos lingüísticos) se afronta abiertamente la cuestión del cuidado pastoral de las personas que se han divorciado y vuelto a casar civilmente.
Las palabras de Ouellet son un eco de la impresionante respuesta de Benedicto XVI a una de las preguntas que le fueron formuladas durante el Encuentro Mundial de las Familias en Milán: “por lo que se refiere a estas personas, debemos decir… que la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir este amor… que no están «fuera» aunque no puedan recibir la absolución y la eucaristía… Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe, con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia… Pienso que su sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia”.
La cuestión de los divorciados vueltos a casar no es el centro del Sínodo pero sí es una espina candente en el aula. Durante los debates abiertos, el nudo gordiano se centra en si una posible disposición de la Iglesia que permitiera a algunas de estas personas recibir la Eucaristía, tras un camino penitencial y una verificación autorizada, caería en el ámbito meramente disciplinar (y por tanto a disposición de la autoridad eclesial) o “tocaría” la doctrina de la Iglesia sobre los sacramentos del matrimonio y la eucaristía. La denominada “Propuesta Kasper” (calurosamente acogida por la mayoría del episcopado alemán, encabezada por el cardenal Marx) sostiene que se trataría de una medida disciplinar que no afectaría a la doctrina. Este argumento ha sido rebatido estos días por diversos padres sinodales, entre ellos los cardenales Dolan, Scola, Pell y el citado Ouellet.
Durante su entrevista a Radio Vaticano, Ouellet ha explicado que mientras exista un vínculo conyugal y sacramental indisoluble, no es posible proponer un acceso a la eucaristía sin que se vea afectada la sustancia de la doctrina (que tantas veces ha repetido el Papa Francisco, no será tocada). Días atrás el cardenal Scola lo había explicado en Il Corriere della Sera, al mostrar que el “para siempre” que formulan los esposos no se basa sobre su frágil voluntad, sino que se arraiga en la relación nupcial entre Cristo y la Iglesia. Por eso la comunión eucarística está en el fundamento del matrimonio, y no se puede desligar una cosa de la otra.
La misma idea la retoma Ouellet con otras palabras, al sostener que cuando la Iglesia pide a algunos de sus hijos que se abstengan de participar en la comunión eucarística (por ejemplo cuando se han divorciado y han vuelto a casarse civilmente) es porque en el sacramento de la Eucaristía celebra a Cristo esposo en su don a la Iglesia. “Esto no significa que estas personas no puedan ser perdonadas o que no estén en comunión con Dios. El sacrificio que se les pide de no recibir la comunión, y por tanto de sentirse a disgusto, es también un modo de estar unidos a Cristo crucificado”.
Al cardenal canadiense se le ha preguntado por el impacto en el aula sinodal del caso de un niño, hijo de padres divorciados, que al recibir la primera comunión ha partido la forma eucarística para compartirla con sus padres. Ouellet ha reconocido que este episodio “nos hace tocar el dolor de estas personas al no poder recibir la comunión”, pero ha añadido que, en su condición dolorosa, esos padres continúan estando unidos a la comunidad a través de la escucha de la Palabra de Dios, de su participación en la liturgia y de los vínculos de la caridad y la amistad cristiana. Vínculos con la comunidad eclesial que no pocas veces han de ser reconstruidos, y ahí existe un amplio campo de creatividad pastoral que sin duda se verá estimulada por este Sínodo.
En todo caso el debate sigue vivo hasta el próximo sábado en que se votarán las proposiciones de la Relación final. Veremos entonces el grado de apoyo que cosecha la “Propuesta Kasper” o sus diversas variantes. Y en todo caso, será el Papa, como custodio último del patrimonio de la fe y garante de la unidad de la Iglesia, quien habrá de decidir.
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