En las pasadas vacaciones en España he tenido ocasión de escuchar voces que, de nuevo, hablan de la necesidad de llegar a un pacto educativo. Se reconoce, de esta manera, que no se está acertando. La cosa no es de ahora. Viene de lejos. El problema, a mi entender, radica en una cuestión de fondo: la visión del hombre, la antropología que subyace al sistema educativo vigente, entre nosotros y en otros países, porque el problema y el «fracaso» posible no está en los conocimientos sino en la educación de la persona.
¿Qué antropología predomina hoy en nuestra sociedad? ¿Qué hombre se pretende formar y forjar en el sistema educativo?¿Qué tipo de humanismo se propugna en la escuela, qué fines se persiguen, cuál es el principio inspirador de la acción educativa? Son cuestiones principales, sin las cuales no hay posibilidad de que la escuela responda a las verdaderas necesidades del hombre y de la sociedad.
No es necesario insistir en la situación de crisis económica. Creo que todos podremos estar de acuerdo, que no sólo es una cuestión que afecta a la economía misma, sino al hombre y a la sociedad. Detrás de ella hay un problema de fondo que es el hombre, como ha señalado el Papa Benedicto en su reciente encíclica social. Creo que conviene pararse un poco y pensar qué es lo que ha provocado el conjunto de fallos que han originado esta crisis.
Ciertamente que hay un fallo moral, que muchos analistas subrayan. Existe una visión de la economía donde predomina el lucro por encima de otras consideraciones, el interés particular sobre el bien común, la libertad absoluta en los negocios sobre la justicia. Se observa una desproporción entre la valoración del progreso científico-técnico, el progreso social-económico y el progreso y desarrollo de las personas, en cuanto tales, para vivir personal y social, predomina el tener sobre el ser, la razón practico-instrumental sobre la razón simplemente considerada. Mientras el progreso científico es acumulativo, el progreso de cada persona ha de ser fruto de una experiencia personal y un bien de la persona en cuanto tal.
Se dejan para la esfera privada los valores espirituales y de sentido de la vida, y se difunden única y exclusivamente los valores cívicos, como si éstos fuesen los únicos necesarios para vivir en sociedad y en la búsqueda y el servicio del bien común. Y no podemos olvidar que también se recluyen o mandan a la esfera de lo privado los aspectos que se refieren a la dimensión trascendente de la vida, la presencia y valoración principal del misterio, la realidad de Dios en suma, como si esto no afectase al hombre, al hombre en sociedad, a las relaciones humanas, o las relaciones con el mundo y la misma economía. Se piensa que todas estas cuestiones religiosas son irrelevantes para el vivir humano, o son incluso un impedimento. Se ven van más las cosas con una mirada pragmática que con la mirada del hombre que busca la verdad.
Todo esto tiene que ver con la educación. Se requiere ciertamente un gran pacto educativo, en libertad, que haga posible que el hombre sea lo que es y se genere una humanidad nueva. Apuesto, pues, por una nueva educación que genere futuro y esperanza, porque genera inseparablemente amor por el hombre, valoración total de la dignidad del ser humano, aprecio absoluto por el hombre en su realidad más auténtica. ¿Estamos dispuestos a esto?
* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
*Publicado en el diario La Razón