La vida humana –y su promoción y defensa– está ligada a múltiples hechos. Podría decirse que hay un antes, un presente y un después de la concepción humana.
Teniendo presente que la sexualidad humana tiene como fin primero la procreación y educación de los hijos, resulta lógico, entonces, juzgar moralmente las acciones relacionadas con la concepción a partir del modelo de la familia fundada en el matrimonio.
¿Cómo caracterizar el “antes” de la concepción humana? Ese “antes” se vincula con la voluntad procreadora de los cónyuges. Se adjetiva como “procreadora” porque es una manera concreta de colaborar en la obra creadora de Dios. Podrá o no verse coronada esa voluntad procreadora con la concepción y posterior nacimiento de sus hijos, pero lo importante aquí es resaltar esa apertura a la vida que se exige para que el acto conyugal sea moralmente bueno. Ese “antes” se ha convertido en un “presente” de la concepción cuando el gameto masculino su une al gameto femenino. Remito a los libros de Biología humana para más detalles.
La contrapartida de esa voluntad procreadora es la anticoncepción. La contrapartida por la sustitución –y no la ayuda– del acto procreador es la fecundación artificial.
El “después” de la concepción tiene dos fases.
La primera fase. El niño por nacer cursa los meses del embarazo. Se trata de una persona humana, sujeto de derechos como cualquiera de los que ya hemos nacido –ya habrá tiempo para que cumpla con sus obligaciones–. La protección de esta vida humana es un deber de sus padres no sin el auxilio de los familiares –aquí es donde se valora la relación entre las generaciones: abuelos, padres, hijos, nietos–. Oficio maravilloso que se realiza no sin sacrificios inspirados en el amor.
Pero la contrapartida de esta atención familiar del niño por nacer es el crimen abominable del aborto.
La segunda fase. El niño nació. Los padres –sobre todo, obviamente, su madre– y las otras generaciones –no olvidar a sus hermanos, sobre todo cuando la familia es numerosa– entran en un jaleo maravilloso: oraciones mientras el niño se duerme en la cuna, cambio de pañales, preparación de las mamaderas (biberones), las vacunas, y un largo etcétera.
No me imagino cuál podría ser la contrapartida de esta segunda parte del “después”.
Pero entonces ¿por qué no alcanza con ser antiaborto para ser provida? No alcanza porque la vida humana implica, como fue dicho antes, ese “antes”, “presente” y “después” de la concepción y, en todos los casos, una voluntad positiva de promover, proteger y defender la vida.
Lo que se ve de modo claro respecto de las personas, también podría afirmarse respecto de los gobiernos. Hay gobiernos que son, evidentemente, antinatalistas, abortistas y todos los males juntos. Sin embargo, hay otros gobiernos –o movimientos partidarios– que se declaran "antiabortistas" pero... hacen agua cuando se trata de anticoncepción, de fecundación artificial o de medidas sociales efectivas al momento de proteger a la mujer embarazada y a sus hijos.
Dicho esto, de lo que se trata es de ser coherente y, en el caso de los movimientos partidarios que aspiran al gobierno, de no engañar al electorado.
Como dije en otra oportunidad: “Si usted, querido lector, llega a encontrar a políticos o a candidatos a legislador que estén a favor de la concepción y en contra de la anticoncepción y de la fecundación artificial, por un lado, y a favor del niño por nacer y de la atención de su madre en estado vulnerable y, por lo tanto, en contra del aborto, vótelos.
»Esos políticos y legisladores serán los que mejoren la calidad ética del Gobierno y del Congreso. Supuesta la coherencia no solamente verbal sino efectiva, se convertirán en ese katejón –obstáculo– a las numerosas operaciones que se tejen en contra del pueblo argentino por otros políticos y legisladores que, aunque digan –palabras– ser ‘provida’, no lo son en sentido pleno por su incoherencia intelectual y prácticas inorgánicas”.