La Verónica vio caer a Jesús ensangrentado y apaleado. Y ante la atónita mirada de los presentes, se postró ante Él, se quitó su manto, lo dobló en cuatro partes y lo presionó contra Su rostro.
Tengo un amigo al que llamo “enciclopedia”. Sabe todo sobre los santos y sus reliquias. Por eso no me sorprendió cuando un día me contó que El paño de la Verónica, que enjugó las lágrimas y la sangre del rostro de Jesús en el Camino del Calvario, existía. Y no solo eso: ¡añadió que está en España! Yo, soberbia como soy, me burlé. “¡Anda ya!”, dije con sorna. “Te lo has inventado”. “Mira que eres ignorante”, contestó resoplando. “No solo es cierto, sino que puedes venerarlo. Está en la Catedral de Jaén.
Esa pobre mujer, (conocida como La Verónica), mostró gran valor. Vio caer, junto a la puerta judiciaria, a Jesús ensangrentado y apaleado. Y ante la atónita mirada de los presentes, sin temor ni duda, se postró ante Él, se quitó su manto, lo dobló en cuatro partes y lo presionó contra el rostro dañado del que ella consideraba el Hijo de Dios.
Se cree que los solados la apartaron a patadas y ella, desolada y conmovida, regresó a su casa. Fue ahí cuando se percató de que el rostro de aquel Hombre- Dios, había quedado impreso en la tela varias veces, al traspasar la sangre de una doblez a otra. Por ello, son varios los lienzos que existen con la supuesta “Faz de Cristo”, siendo los más importantes los de Jaén y Manoppello (Italia), y mostrando gran interés científico los de Alicante y Cuenca. Son misterios de Dios, María…”, me explicó mi amigo.
Abrí los ojos como platos, querido lector. “Esto lo tengo que investigar...”, pensé. Entonces mi vida se complicó. Pasaron los años, pero no olvidé aquellas enseñanzas…
Y así llegó junio de este año. ¡Había un hueco en mi agenda y me escapé mi Señor! Me explicaron que fue retocado con pintura en los primeros siglos, pero que había gran convencimiento en el Vaticano de que, un trozo al menos, había enjugado el rostro de Dios.
Pedí un milagro: un joven, hijo de amistades, estaba creando serios problemas en su familia. Su actitud comenzaba a amenazar seriamente la paz del hogar; tanto, que sus padres, desesperados, habían meditado la posibilidad de pedirle que marchara de casa (era mayor de edad). “¡Encomiéndanoslo!”, me habían rogado muchas veces.
Así lo hice, querido lector. Miré conmovida ese paño y pedí un milagro inmenso para esa familia. “Si es verdad que una vez enjugaste tu cara en este lienzo, Señor Jesús, te suplico que hagas dócil el corazón de este muchacho”. Fue una oración sincera, confiada y muy simple…
Nada más regresar de Jaén, me comunicaron que mis amigos me habían telefoneado y devolví la llamada. “¡Algo hermoso ha sucedido!”, dijo mi amiga. Entonces me contó que el joven había experimentado un inmenso cambio de actitud. Había pedido perdón a sus padres (nunca antes lo había hecho) y había prometido hacer un esfuerzo enorme por hacer felices a todos. “¡Pero hay algo más!”, añadió mi amiga con voz quebrada. “¡Me ha abrazado y besado! Y no lo hacía desde niño. No entendemos qué ha podido pasar…” ¡Yo sí lo sabía, querido lector!
Me conmoví profundamente… “Gracias, Señor”, susurré al colgar. “España está muy bendecida: tenemos muchos regalos tuyos que no apreciamos…”.
Vaya a Jaén, querido lector. Le espera un regalo del Cielo expuesto en la Catedral, muy, pero que muy serio y valioso.
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