La semana pasada ha sido muy rica en acontecimientos, pero quiero hoy referirme a uno de los problemas muy presente en ella: el valor que un católico debe conceder al magisterio papal.
Al inicio de la semana leí en un artículo de un generalmente buen articulista la siguiente afirmación: la reciente encíclica Fratelli Tutti es infalible. Esta equivocada afirmación nos plantea el problema de la incultura religiosa de nuestra gente.
El Concilio Vaticano I define así la infalibilidad papal: “Así, pues, Nos, siguiendo la tradición recogida fielmente desde el principio de la fe cristiana, para gloria de Dios Salvador nuestro, para exaltación de la fe católica y salvación de los pueblos cristianos, con aprobación del sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra -esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal-, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables ,por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia" (Denzinger 1839). “Y si alguno tuviere la osadía, lo que Dios no permita, de contradecir a esta nuestra definición, sea anatema” (Denzinger 1840 [Canon]).
Por su parte el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “El grado supremo de participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta ‘se extiende a todo el depósito de la revelación divina’; se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas” (nº 2035).
La infalibilidad de la Iglesia se extiende sólo a los casos que hemos señalado. Existe por tanto la posibilidad de error, y es que no podemos poner a la Iglesia en la práctica cotidiana en la disyuntiva de declaraciones magisteriales taxativas o bien callar sin poder orientar a sus fieles. Nuestra postura de fieles ante el magisterio ordinario es semejante a la de cualquiera que va en busca de un experto: sabe que éste puede equivocarse, pero acepta lo que le dice por su competencia y porque sabe que tiene menos posibilidades de errar.
Un católico conoce que ha de tomarse muy en serio lo que nos diga el magisterio eclesiástico, aunque nuestra obediencia ha de ser una obediencia racional basada en que la autoridad eclesiástica se apoya en la asistencia del Espíritu Santo y en la fuerza objetiva de los argumentos que emplea. De todos modos en la Iglesia, lo mismo que en el campo civil, no todas las disposiciones eclesiásticas tienen la misma importancia, y así no es lo mismo una constitución conciliar que una encíclica, o un sermón en una Misa, o declaraciones improvisadas en un avión donde ni siquiera hay un documento oficial.
Pero también esta semana pasada ha habido un gran revuelo con motivo de unas declaraciones del Papa sobre la conveniencia de aprobar uniones civiles para parejas del mismo sexo. Resumo sobre este tema lo que el Papa dijo: “Lo que tenemos que hacer es una ley de convivencia civil. Tienen derecho a estar cubiertos legalmente. Yo defendí eso”,
Debo decir que en mis libros sobre sexualidad defiendo lo mismo ya en 2008 y no pretendía innovar nada. He aquí lo que escribí:
“No es difícil encontrarnos actualmente con parejas de homosexuales, tanto varones como mujeres, que desean que la sociedad reconozca su relación de pareja. Es evidente que, aunque no podemos hablar de matrimonio entre ellos, su relación puede tener, como veremos más adelante, algunos efectos jurídicos.
»Aparte de los derechos que les corresponden como personas humanas, es indudable que no es contrario al derecho ni a la moral otorgar un cierto reconocimiento civil y beneficios sociales a las personas que conviven, como pueden ser las parejas homosexuales, siempre que estos beneficios no estén exclusivamente reservados para ellos, p. ej. derechos sociales y fiscales, recibir información sobre la enfermedad del otro, cobrar pensiones o derechos de subrogación en el arrendamiento de viviendas, poder heredarle. Estas personas pueden beneficiarse, como todos los ciudadanos, de una serie de derechos para arreglar cuestiones jurídicas, sin que por ello su unión se asimile injustamente a un matrimonio. Pero sí sería injusto que estos mismos beneficios no los tuvieran dos personas del mismo sexo que viven juntas hace años, si para poder optar a esos beneficios se les exigiera ser homosexuales o lesbianas y comportarse como tales”.
En pocas palabras, la escandalera que se ha montado pienso que no hay motivo para ella.