La Educación está en manos peligrosas, o inútiles, o desquiciadas, y para muestra basta un botón. La Comunidad de Madrid se halla metida en plena campaña publicitaria a favor de conciliar la vida personal y profesional, lo cual estaría muy bien si no fuera porque la propia Consejería de Educación de esta autonomía es la primera en ciscarse en tan bello objetivo.

Dicha campaña está divulgándose a través de uno de esos anuncios institucionales o de mera propaganda política que repetidamente ponen en circulación los organismos públicos para «untar» a los medios informativos, como hace con frecuencia la dirección general de Tránsito, mal llamada de Tráfico, o tapar con disimulo –y dinero de los contribuyentes- los agujeros de las televisiones públicas, meros instrumentos de exaltación del gobernante de turno, que chupa cámara un día sí y otro también. En el anuncio del que hablo, el entrevistador para un puesto de trabajo dice al entrevistado que tiene un currículo excelente, pero quiere hacerle una «preguntita»: «¿No tendrá previsto quedarse embarazado?». Naturalmente la pregunta es de aurora boreal, pero ello le permite al publicista introducir la moraleja, pues si una prevención así no puede plantearse a un varón, tampoco debe hacerse a una mujer. En efecto, por eso «en la Comunidad de Madrid hemos avanzado mucho –según concluye el anuncio-, pero la conciliación de la vida personal y profesional requiere el compromiso de todos, hombre y mujeres».
 
¡Fenomenal! Como mensaje buenista el anuncio es la repera, sólo que, en plena campaña de «conciliación de vida personal y profesional», la misma Comunidad madrileña va y mete la pata hasta el corvejón. Me explico. El viernes de la semana pasada salieron a «concurso» o como se llame, miles de plazas vacantes en los distintos niveles y especialidades de la enseñanza básica, a las que pueden optar los seis mil profesores interinos, mayormente mujeres, existentes en esta autonomía –y no hay suficientes para cubrir todas la vacantes- que la incompetente consejera de Educación tiene almacenados en la «reserva activa» para tapar huecos y zurcir suplencias. En lugar de permitir que por número de puntos los aspirantes pudieran optar –como se ha hecho en ocasiones anteriores- a aquellas plazas más próximas a sus respectivos domicilios, a fin de perder el menor tiempo posible –con el consiguiente ahorro en transporte- y disponer de mayor espacio para dedicarlo a la familia, los «genios» de la referida consejería se inventaron un sistema totalmente disparatado. Dividida la «región», antes provincia, en varias zonas (este, oeste, norte, sur, centro y no sé si alguna más), asignaron a cada zona según sus necesidades un cupo de aspirantes por numeración, es decir, de tal a cual número a la zona este, del otro número a tal otro, a la zona oeste, y así sucesivamente, al margen del domicilio de cada aspirante. De ese modo, a un profesor o profesora residente, pongamos por caso, en Buitrago de Lozoya, pueden haberlo largado a Aranjuez, incluso habiendo plazas de su especialidad en la comarca donde vive. Todo sin comerlo ni beberlo por causa de un número indeterminado, como podría haber sido por orden alfabético.
 
En materia de Educación la Comunidad de Madrid parece que ha vuelto a los tiempos felizmente superados gracias a José María Aznar, del sorteo de la «mili». Aquellos en que a un recluta gallego podía «tocarle» África, qué espanto, aunque hiciera ya muchos años que no hubiese guerra en Marruecos, y a un canario un regimiento de alta montaña en los Pirineos. Lo he vivido personalmente. Pero el soldadito español sólo debía «servir a la patria» un tiempo breve, durante el cual no tenía que acudir a diario al domicilio particular para atender a sus hijos, que en general no los había todavía, en cambio, los maestros y maestras si necesitan «conciliar la vida personal y profesional». Entonces, ¿por qué se castiga de tal forma a ese «colectivo»? Doña Esperanza Aguirre tendría que haber oído las lindezas que le decían los docentes afectados por tan aberrante medida. Menos bonita, le dijeron de todo, y con razón, porque la charranada es de las que hacen época. Con toda seguridad, el viernes perdió un puñado de miles de votos, acaso sin comerlo ni beberlo, porque probablemente ni se enteró del embrollo que montó la consejera de Educación, doña Lucía Figar, que está demostrando su inutilidad para ocupar el cargo que ocupa, o tal vez la tropilla bermeja y sindicalera que manipula desde los mandos intermedios el sistema educativo. En todo caso lo que cuento es una prueba más de que estamos en manos de extraviados o de necios, de unos políticos y una burocracia tan esperpénticos como peligrosos, obstinados en dañar a los ciudadanos, que terminamos siendo siempre los cornudos y apaleados de la mala gestión política y administrativa.