Un puesto de trabajo está tan en la entraña del hombre mismo; la Iglesia se une a quienes hoy piden a la política y al ámbito empresarial que lleven a cabo todo esfuerzo, un esfuerzo común, por superar el paro todavía tan grande en nuestro país, la precariedad del trabajo, que compromete e impide, sobre todo a los jóvenes, la serenidad para un proyecto de vida familiar, con grave daño para un desarrollo auténtico y armónico de la sociedad.
La Iglesia, en esta misma perspectiva, y en esta coyuntura, siente la necesidad de animar y estimular a todos los fi eles cristianos laicos, y a todos los hombres de buena voluntad a vencer cualquier espíritu de cerrazón e individualismo, de indiferencia y de distracción frente a los problemas de todos, y a participar en primera persona en la vida pública; asímismo, como en otros momentos y situaciones, se siente movida a animar y estimular iniciativas de formación inspiradas en la doctrina social de la Iglesia, para que quien se siente llamado a las responsabilidades políticas y administrativas no sea víctima de la tentación de disfrutar la propia posición por interés personal o por sed de poder. Siempre y particularmente en la actual coyuntura, la Iglesia ha de aportar como aportación ineludible la caridad. De manera muy especial, como viene haciendo y aún más, con el despliegue de toda su energía que la anima, que no es otra que la caridad de Cristo y el amor del Espíritu que le urge, esta caridad ha de ser su gran signo, santo y seña, de su presencia en esta hora en nuestra España, lo que mueva, además, toda su acción pastoral: catequesis, predicación, educación, sacramentos, oración ..., todo ha de brotar de ahí, y todo ha de ser manifestación y obra de la caridad de Cristo que nos urge y apremia.
En los momentos que vivimos y las situaciones sociales en que nos encontramos, la Iglesia se siente apremiada por la caridad social y, en virtud de ella, se siente urgida a poner todo lo que pueda de su parte en difundir el conocimiento de la doctrina social de la Iglesia y propiciar su aplicación, para que esa Doctrina Social sea punto de referencia del actuar y vivir del pueblo cristiano. La Doctrina Social de la Iglesia, traducción histórica de la Redención, rostro humano de la redención de Jesucristo, signo visible del don y misterio de amor del que la Iglesia es portadora, entraña el respeto y el aprecio total de la persona humana y su dignidad inviolable en tanto que persona, siempre, en toda circunstancia: un amor apasionado por el hombre, por todo hombre; y una preferencia por los más pobres, los más débiles y los más necesitados. Dios, que es amor, en el centro de todo en la Iglesia; y, por eso mismo, el hombre. El amor del prójimo es camino para encontrar a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convertiría, nos convierte también en ciegos ante Dios, que es la razón de ser de la Iglesia y de la humanidad.
La actual circunstancia constituye un momento propicio para que la Iglesia se manifieste como lo que es, sacramento y signo de un Amor que no tiene límite ni ribera; es una ocasión que se le brinda para alentar, propiciar y fortalecer la vida de caridad. Cáritas y otras personas e instituciones de Iglesia están desplegando, ciertamente, un gran servicio de caridad efectiva, incidiendo en los desajustes y problemas sociales que propician graves situaciones de pobreza, marginación, y a veces de injusticia, proponiendo incluso el marco más adecuado o los caminos para que el servicio de «la caridad pueda responder de forma efi caz a los desafíos planteados por las nuevas y viejas pobrezas. Es mucho y espléndido lo realizado, –¡qué duda cabe!–; pero esto no puede dejarnos tranquilos y satisfechos ante la situación de tantos hermanos que no cuentan con lo necesario para una vida auténticamente digna. Lo realizado concretamente por Cáritas es estímulo y acicate para todos, para que obremos permanentemente conforme a la caridad, para que la intensifi - quemos más y más, para que reclamemos de las instancias para el bien común los apoyos necesarios, para que en todo y constantemente la Iglesia y los cristianos seamos los buenos samaritanos de nuestro tiempo y no pasemos de largo o dando rodeos ante las necesidades que tantos padecen. El amor gratuito a los pobres, el servicio samaritano a los necesitados en el nombre del Señor, la curación de tantas heridas, es un elemento esencial de la evangelización, siempre ha acompañado en la historia la obra evangelizadora de la Iglesia: ahí están como testimonio viviente y recuerdo perenne tantos santos españoles de la caridad, tantas personas e instituciones de Iglesia que a lo largo del tiempo han existido para la caridad.
Hoy, como ayer, la caridad es esencial para la nueva evangelización que siempre es servicio prioritario; el signo de la caridad efi caz es indispensable para el anuncio real y efi caz del Evangelio en nuestra sociedad. No se puede olvidar, por lo demás, que un deber primordialísimo de la caridad es, en libertad plena y en el respeto más total, ofrecer particularmente a los pobres y entregarles la gran riqueza, la única y principal, que la Iglesia tiene: el Evangelio de Jesucristo, a Jesucristo mismo en persona, para que se encuentren con Él, sientan el gozo de su cercanía, lo acojan, y renazca en ellos la esperanza que en Él se halla. Insisto en este punto. La primera tarea de la Iglesia hoy recibida como misión propia es el anuncio de Cristo, de su Evangelio, que es raíz y fundamento de nuestras raíces como pueblo. Deber fundamental de la Iglesia, en la actual coyuntura que atravesamos en nuestra España, inseparable de sus raíces, es dar a conocer, de forma explícita y por las obras, a Jesucristo. Tal misión puede ser ayudada pero nunca sustituida por la sola tarea asistencial, ni reducida a la de una ONG, por muy noble que sea.
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