Jane Austen es más que una gigante entre las mujeres escritoras. Es también una gigante entre los gigantes, con un puesto de honor y prominencia entre los mayores escritores de ambos sexos y de todas las épocas. No solo se eleva por encima de George Elliot, Mary Shelley, Virginia Woolf y las hermanas Brönte, también se eleva por encima de casi todos los escritores varones. Realmente hay muy pocos escritores en toda la historia de la literatura por encima de ella. Pensemos en Homero y Virgilio, en Dante y Shakespeare, pero más allá de estos castillos ella se mantiene entre los mejores de todos los tiempos. Se la puede mencionar al tiempo que a Tolstoy, Dostoyevsky y Dickens. Realmente muy pocos pueden competir con ella en términos de la absoluta genialidad de su obra y de las profundidades perceptivas que sondea.
En diálogos siempre de gran elegancia, Jane Austen condensa sentimientos llenos de matices que expresan profundos recovecos de la psicología humana. La respuesta lapidaria de Keira Knigthley en una célebre escena de Orgullo y prejuicio [Pride and Prejudice] (2005), de Joe Wright.
Como Shakespeare, puede decirse que Jane no es para una época, sino para todas las épocas, y sin embargo, como en el caso de Shakespeare, es útil saber algo de la época en la que escribió para comprender plenamente lo que ella transmite en su obra. Shakespeare fue, casi con certeza, un creyente católico que vivió en tiempos anti-católicos; saber esto sobre él nos ayuda a comprender las tramas secundarias de El mercader de Venecia y Hamlet, y la angustia y la rabia que animan Macbeth, El Rey Lear y Otelo. Del mismo modo, saber que Jane Austen era una cristiana devota que vivía en una época en la que el Romanticismo estaba en guerra con el racionalismo descreído nos ayuda a comprender su forma de ver el mundo y las ideas que le estaban dando forma. Siendo esto así, consideremos la mujer y su época.
Nacida en 1775, Miss Austen llegó a un mundo que estaba madurando para la revolución y pronto la vería llegar. La Revolución Americana estaba trayendo a la existencia un nuevo tipo de nación, sin monarquía ni aristocracia, y consagrando los principios de la Ilustración en su Constitución. Luego, en 1789, la Revolución Francesa derribó el ancien régime, sustituyéndolo por una tiranía laicista, cuyos terror y tinieblas sentaron los fundamentos ideológicos de las futuras tiranías comunistas. Contra estas nuevas ideas, Edmund Burke elevó una voz sagaz y prudente, especialmente en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia, que fue publicada al final de 1790, cuando Jane Austen tenía 15 años. Muchas de las opiniones de Burke pueden verse representadas en el personaje de Fanny Price en Mansfield Park, que sugiere la simpatía de la propia Austen por la posición anti-revolucionaria de Burke, aunque sería forzar un poco las cosas sugerir que el nombre del héroe, Edmund Bertram, es una alusión fonética al mismo Edmund Burke, lo que indicaría que Burke habría sido un mentor de la joven Miss Austen como Bertram había sido un mentor de la joven Miss Price.
Fanny Price (Frances O'Connor) y Edmund Bertram (Jonny Lee Miller), en la versión de Mansfield Park dirigida en 1999 por Patricia Rozema.
Quizás el tema más recurrente en la obra de Austen es el desprecio por los postulados irracionales del Romanticismo, que hacían hincapié en las emociones y sentimientos del corazón por encima del razonamiento de la cabeza. Desde sus más tempranos escritos juveniles, como Love and Freindship (sic), escrito en 1790, hasta sus novelas de madurez de más de veinte años después, ella satiriza ese tipo de novelas románticas en las que las mujeres son descritas como seres irracionales, débiles de voluntad y débiles de mente. Aunque en sus propias novelas hay ese tipo de mujeres, que cometen la insensatez de seguir sus sentimientos desafiando las existencias de la responsabilidad moral, sus heroínas alcanzan la plenitud de la dignidad humana, sometiéndose, como criaturas eminentemente racionales, al bien de la virtud y a la objetividad de la verdad.
Kate Winslet, hermana de Emma Thompson en Sentido y sensibilidad, define los dos conceptos de amor que se enfrentan en las novelas de Jane Austen: el amor-sentimiento guiado por el corazón y el amor-compromiso guiado por la razón.
En esto, ha sido considerada aristotélica, y es completamente correcto, pero con la misma facilidad podría ser descrita como tomista, en la medida en la que aceptaba y asumía el realismo cristiano en una era de relativismo embrionario. Ella es, por tanto, una auténtica gigante también como filósofa, además de su genio como narradora y su perspicacia como observadora de la condición humana.
En cuanto a la actitud de Jane Austen con respecto a la Iglesia católica, ella simpatizaba, como Burke, con el catolicismo en una época en la cual la intolerancia anticatólica y el sectarismo eran actitudes que se daban por supuestas en la cultura inglesa. Aunque esto puede discernirse implícitamente en sus novelas, estaba presente de forma más obvia y rotunda en sus escritos juveniles, especialmente en la Historia de Inglaterra, escrita en 1791, cuando solo tenía quince años.
Esta Historia... ridiculiza y satiriza la posición anticatólica de los libros de historia convencionales, especialmente la escandalosamente “anti-papista” historia de Inglaterra en cuatro volúmenes de Oliver Goldsmith. En un fuerte y notable contraste con los prejuicios de la historia protestante, que hace la vista gorda con la tiranía de los Tudor, la adolescente Miss Austen describe a Isabel I como una tirana redomada y muestra a María, Reina de los escoceses, como víctima mártir de la tiranía Tudor. Al apoyar a los Estuardo católicos contra los Tudor anticatólicos, iba contra el orgullo y el prejuicio de su tiempo y se estaba desvelando como una profeta involuntaria de lo que más tarde se conocería como anglo-catolicismo. En esto, como en tantas otras cosas, los católicos pueden sentirse completamente a gusto en presencia del genio femenino de Jane Austen.
Publicado en The Imaginative Conservative.
Traducción de Carmelo López-Arias.