Le explicaba el otro día a una persona, de poca formación religiosa pero de mucho amor a Dios, la devoción de la Divina Misericordia. Al hilo del tema le mencioné que: “Así como el Sagrado Corazón se apareció siglos antes a otra santa, Margarita Mª de Alacoque, así el Señor en el siglo XX se apareció a una monja polaca, Sta. Faustina Kowalska y le explicó cómo quería que fuera difundida esta devoción, etc.” Me hizo gracia y a la vez sorprendió su pregunta: “Pero… ¿Era el mismo?”.
Pregunta ingenua, y como si de dos Jesuses se tratara, constaté el raciocinio natural que nos brota ante lo sobrenatural. “Sí”-le aclaré- y me di cuenta que lo que para mí era obvio, debía explicarlo mucho mejor.
Recurrí a lo más sencillo y expresivo posible, le dije: “Mira es como si el Señor cuando se apareció la primera vez mostrando Su Corazón te dijera a ti y a mí: Ámame, porque Yo te amo mucho, te lo perdono todo y además te prometo todas estas cosas” y le expliqué por encima las promesas, los nueve primeros viernes, etc. Y a continuación: “Pues Jesús con su Divina Misericordia es como si nos llamara a todos los que ya le amamos mucho, pero no nos preocupamos tanto de pedirle nuestra propia salvación, porque confiamos en Él y le amamos, sino que nos pide unirnos tanto, tanto a Él y sacrificarnos y rezar por los que no le conocen y están en pecado, es el mismo Jesús, pero nos enseña otro tipo de amor y que creamos profundamente en la misericordia de Dios, fíjate que el Papa declara el próximo año como especial de la Misericordia … Quizá esta llamada de Jesús sea porque estaremos más cerca que lejos del fin de los tiempos, no lo sabemos”.
Esta conversación se produjo gracias a que en ese momento el sonido de fondo era Radio María durante el rezo de la Corona de la Divina Misericordia (14:50).
Le conté además, cómo la Providencia intervino para que esa devoción se difundiera por el mundo entero y que lo curioso del asunto fue que S. Juan Pablo II había vivido muchos años en Cracovia y no tenía ni idea ni de la santa, ni de la devoción, ni siquiera llegado a ser obispo.
Él supo por primera vez de esta devoción en Roma en las reuniones del Concilio Vaticano II, un obispo (no recuerdo bien si mexicano o de Estado Unidos, lo escuché en una conferencia), le mostró una estampa diciéndole: “Qué afortunados los polacos, que una patriota tuya fuera elegida para difundir esta devoción”, y el entonces obispo Wojtyla, no tenía ni idea, ni de Sta. Faustina, ni de la imagen. Ya de vuelta a Cracovia solicitó información, por casualidad aún vivía una religiosa que convivió con la santa y quien conservaba los escritos de Faustina como si de las primeras notas del Evangelio se trataran. El resto de la historia, una vez siendo Papa, la conocemos.
Todo este preludio me lleva a una simple reflexión que no hago yo, sino el Cardenal Ratzinger en el libro – entrevista “La Sal de la tierra”: “Todavía no hemos encontrado la forma de expresarnos, para dirigirnos a las conciencias en el momento actual… algunos conceptos como, por ejemplo, pecado original, expiación, pecado, etc., que son palabras que expresan la verdad, pero que, a la mayoría de los hombres, en el lenguaje actual no les dicen nada… Esa es nuestra tarea. Pero eso sólo lo conseguiremos, viviéndolo bien nosotros en nuestro interior.”
Lo cierto es que gracias a esa conversación otra melodía espiritual acompasa mi vida interior.
En realidad, al ponerme con estas líneas quería reflexionar sobre la expiación, otro día será.