Aunque hay muchos aspectos del Papado y del Vaticano que se han dado la vuelta en la era del Papa Francisco, al menos una cosa parece ser básicamente la misma: la política china del Vaticano, que sigue basándose en la premisa de un paciente compromiso constructivo más que en la confrontación.
Puede argüirse que es el único camino posible, pero también es aconsejable un poco de prudencia a la hora de interpretar en exceso cualquier giro de la historia, como la decisión de la televisión estatal china este fin de semana de mencionar favorablemente un comunicado de solidaridad del Papa ante la reciente pérdida de vidas humanas por la explosión en una planta química.
Si bien es cierto que esas menciones positivas al Papa son raras, no sirven para considerar inmediatamente que supongan una ruptura fundamental con la dinámica del "un paso adelante, un paso atrás" que caracteriza desde hace algún tiempo la forma con la que China afronta la creciente presencia cristiana.
(El Pew Forum calcula que el número de cristianos en China en 2010 era de 67 millones, lo que supone un fuerte crecimiento desde el último censo que incluyó afiliación religiosa, en 1949, cuando el total de cristianos era de menos de 1 millón. Fenggang Yang, profesor de Sociología en la Purdue University, cree que en torno al año 2030 China superará a Estados Unidos como el país con mayor población cristiana del mundo.)
Unida a la decisión china, a principios de este mes, de permitir la ordenación de un nuevo obispo católico en la provincia de Henan con la aprobación del Vaticano, algunos observadores se sienten tentados de ver esa mención favorable al pontífice como una señal de que el viento empieza a soplar a favor de la reanudación -largo tiempo esperada- de las relaciones diplomáticas entre Roma y Pekín.
Ciertamente, Francisco se ha tomado interés en conseguirlo, al despachar el pasado mes de septiembre una nota manuscrita, a través de un amigo argentino que no forma parte del cuerpo diplomático del Vaticano, para invitar al presidente chino Xi Jinping a visitarle en Roma.
Sin embargo, también hay razones poderosas para la prudencia.
Respecto a lo primero, la cobertura televisiva sobre las palabras del Papa ante la tragedia en Tianjin tiene mucho más que ver con una política cortoplacista que con cálculos diplomáticos de largo alcance.
En estos momentos, Jinping está luchando para desactivar una crítica interna devastadora, según la cual la explosión ha puesto de manifiesto serias deficiencias en la seguridad de los centros de trabajo y en la supervisión regulatoria, reconociendo que las autoridades tienen que llevar a cabo políticas de "crecimiento seguro" que no pongan en riesgo la salud pública.
En ese contexto, los respetuosos mensajes de condolencia de los líderes mundiales que parecen situar lo sucedido en el marco de la voluntad de Dios pueden convenir a las autoridades chinas como una forma de apaciguar la indignación pública.
De forma similar, la ordenación el 4 de agosto del nuevo obispo católico de Henan, Joseph Zhang Yinlin, de 44 años, el primero en China en tres años, también respondió a consideraciones políticas cortoplacistas.
Tuvo lugar con el telón de fondo de las crecientes tensiones en la provincia de Zhejiang, un área de fuerte crecimiento protestante, donde las autoridades han ordenado la retirada de cruces de los campanarios de las iglesias autorizadas por el Estado. Eso provocó amplias protestas de protestantes y católicos, que, como es lógico, lo vieron como una forma de frenar la influencia del cristianismo.
Mientras China permitía que Zhang fuese consagrado públicamente, otro prelado católico chino, Thanddeus Ma Daqin, sigue bajo arresto domiciliario en un seminario de Shangai más de tres años después de que, durante su propia ceremonia de consagración, anunciase públicamente que abandonaba la organización controlada por el gobierno.
Actualmente, al menos otros dos obispos católicos y seis sacerdotes continúan en prisiones chinas, uno desde 1997. Todos ellos miembros de lo que a menudo se llama comunidad católica china "clandestina", esto es, catolicos que rechazan el control de la Asociación Patriótica Católica China patrocinada por el Estado.
El pasado mes de febrero, las autoridades informaron a sus parientes de la muerte del obispo Cosmas Shi Enxiang, de 94 años, líder católico de Yixian, en el noreste de China. Eran las primeras noticias que tenían de él desde su arresto 14 años antes, el Viernes Santo de 2001. Según parece, pasó la mitad de su encarcelamiento en campos de trabajos forzados.
En muchos sentidos, los protestantes en China lo tienen a menudo aún peor. Según la ONG ChinaAid, más de mil protestantes en el país han sido detenidos por actividad religiosa no autorizada y han padecido sentencias de prisión de más de un año.
Todo esto explica por qué los más veteranos expertos en asuntos de libertad religiosa en China no llegan a la conclusión de que los recientes signos de deshielo sean necesariamente definitivos.
Desde el punto de vista del Vaticano, su planteamiento a largo plazo trabaja en la reconciliación con Pekín intentando evidenciar que uno puede ser a la vez un buen católico y un ciudadano chino totalmente leal. En la perspectiva de Roma, en general esto implica evitar gestos o afirmaciones públicas que parezcan provocativos, y aprovechar cualquier oportunidad para manifestar buena voluntad.
Esa prudencia puede reflejar tanto un criterio prudente como una falta de coraje, según el punto de vista de cada cual. En cualquier caso, forma parte de una estrategia a largo plazo, y en el entretanto probablemente habrá bastantes más mini-ciclos de altos y bajos en las relaciones sino-vaticanas.
La clave es no dejarse arrastrar demasiado en una dirección o en la otra cuando esos ciclos aparezcan, de lo que probablemente es buen ejemplo este extraño flash de fin de semana, con la positiva cobertura sobre el Papa por parte de la televisión china.
Artículo publicado en Crux.
Traducción de ReL.