¿Se puede sentir orfandad ante la pérdida de un escritor? En este lunes de Pascua -¡qué mejor día para marcharse!- nos ha dejado el genial Fernando Sánchez Dragó; un personaje singular, heterodoxo, con ideas provocadoras (que no "provocador", como le gustaba precisar), buscador incansable de la verdad, apóstol sui generis de la libertad, convencido provida y quién sabe -confío en que sí-, como en Silencio, la obra maestra de Scorsese, se llevara un crucifijo entre sus dedos al más allá.

Sin ánimo de pontificar o vilipendiar las conductas de nadie, ni incidir en ideas variopintas y gustos personales tan particulares -creo sinceramente que ahora no es el momento-, me limitaré en esta columna a destacar dos tesoros extremadamente valiosos para esta sociedad que ha dejado en vida Sánchez Dragó: la defensa de la vida y su gran causa, la libertad.

Corría el año 2016 cuando un grupito de personas (el que quisiera y buenamente se enterara) nos reuníamos con el gran Fernando en una especie de local semi abandonado en el barrio madrileño de Malasaña. Al estilo de las tertulias que en tiempos se hacían en las reboticas (mi madre decía que a la farmacia de mi abuelo, en Fonsagrada, solía acudir Valle-Inclán), Dragó dejaba que cualquiera preguntara lo que quisiera y, a veces, incluso, se lanzaran a contar su vida en una muestra de esa soledad tan propia de la posmodernidad.

Aquellos encuentros, que se titularon Tertulias con uasabi y que están colgados en la red, eran conversaciones muy enriquecedoras, donde cada tarde se solía invitar a un personaje interesante para que expusiera un tema y comentarlo entre todos. No había tabúes: la muerte, las drogas, la crisis… ni siquiera el tema de Dios; de hecho, reconozco que, para mi sorpresa, este solía aparecer en cada conversación. Se notaba en el ambiente un cierto deseo de trascendencia insatisfecha. "¡Cómo van a creer si no se les predica!", me decía siempre para mí, eso sí, sin abrir nunca la boca.

Un día en el que también estaba por allí la fallecida Elia Rodríguez, para la que Dios tampoco era una anécdota, me impresionó escuchar la defensa encendida de Sánchez Dragó en favor de la vida. Cada palabra que salía de su boca me levantaba un poco más de la silla, mis manos se iban acercando poco a poco, como si fuera a saltar de un momento a otro para darle una gran ovación.

¿Cómo un escritor tan alejado de lo convencional -publicó en vida textos expresamente contrarios a la fe católica y al propio Jesucristo- podía estar argumentando que la vida era sagrada desde la concepción? Impresionado por sus palabras, al terminar la tertulia, y antes de que se marchara, le abordé en la acera y le solté a bocajarro: "¿Por qué una persona 'como usted' puede estar en contra del aborto?". Como si le hubiera preguntado por qué el mar es azul o los girasoles amarillos, me soltó un "nunca votaré a ningún partido que esté a favor del aborto, yo lo he vivido en persona de joven y sé profundamente lo que es".

Aquellas palabras de un hombre tan particular siempre las recordaré. Fueron una constatación brutal de cómo, aunque se empeñen algunos en politizar, la defensa de la vida no es de derechas ni de izquierdas, es puro sentido común y una causa profundamente transversal: o es una vida o no lo es, o la matamos o la dejamos nacer.

Reconozco que siempre me han atraído los personajes poco convencionales, públicamente controvertidos, de esos que luego esconden una búsqueda original y sincera de la verdad. Ya fueran Oscar Wilde, Andy Warhol… o el gran Sánchez Dragó. Por ello, la segunda herencia que hoy nos deja Fernando es posiblemente su arrojo para decir siempre, contra viento y marea, que "el rey está desnudo". Una actitud, estimados lectores -¿por qué no?-, profundamente cristiana, ahí está el Bautista... ¡a quien le cortaron la cabeza por ello!

Con la pérdida de Fernando Sánchez Dragó, aquel que ponía la palma de la victoria en el balcón de su casa o enseñaba al pequeño Akela (su hijo de diez años) el Padrenuestro en latín, se va, sobre todo, un ejemplo de cómo no sucumbir ante los vientos modernos del globalismo, la ideología de género, los vientres de alquiler... y, especialmente, de huir de esa alergia a pensar... para ir, luego, muy contentos a votar. 

En un mundo de cobardías, donde el diosecillo de la cancelación se ha propuesto hacer de las suyas, se agradecía encontrar cada mañana a un "lobo feroz" (el nombre de su blog en El Mundo), alguien que dijera lo evidente de una manera tan brillante. Hoy, el dedo que nos señaló hacia dónde alguien no quería que mirásemos ha dejado de twittear. Descansa en paz, Fernando, escritor brillante, personaje singular, defensor de la vida, de la libertad... y con grandes destellos de genuina Verdad.