Max Jacob (1876-1944) fue un poeta y pintor francés de origen judío, muy relacionado con las vanguardias de inicios del siglo XX, en particular del surrealismo. Uno de los datos más sorprendentes de su biografía es que se hizo católico y Pablo Picasso fue su padrino de bautismo en 1915. Es bien conocido que el famoso pintor se consideraba ateo, aunque Jacob insistió en que le apadrinara porque, según él, al ser español tendría bien interiorizada la fe cristiana. Lo cierto es que Picasso le regaló aquel día la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis.
Pensé en Max Jacob hace unos días cuando mi hija me comentó que unos antiguos compañeros de colegio habían subido unas fotos a Instagram cuando se encontraban en París en la basílica del Sacré Coeur de Montmartre, con gran aglomeración de público para la misa dominical de las seis de la tarde. En ese barrio parisino vivieron precisamente Jacob, Picasso y otros representantes de las vanguardias artísticas. Antes de ser bautizado, nuestro poeta frecuentaba la basílica, en la que se realiza una adoración perpetua del Santísimo Sacramento desde 1885, y ninguna guerra o situación de emergencia ha podido interrumpirla.
A Jacob le impresionaba la devoción eucarística y le dedicó un poema en el que mostraba su asombro ante un Dios escondido en un pedazo de pan: “Te ofreces a nosotros, mudo e indefenso/ sobre el blanco mantel donde Tú te sirves como comida”. Pero entonces Jacob no estaba aún bautizado y pasaron varios años hasta que pudo serlo, pues algunos sacerdotes tendían a ser cautelosos ante un hombre al que tachaban de visionario por intuir la presencia de Dios en una de sus pinturas o en la pantalla de un cine. Otros tienen un amigo que les ha introducido en la fe, pero no este era el caso de Max Jacob cuyas amistades estaban alejadas del cristianismo o le eran hostiles.
El poeta tendría que escuchar acusaciones de hipocresía, simulación o extravagancia por parte de creyentes y no creyentes. Para rebatirlas publicó en 1919 su libro La defensa de Tartufo, donde recoge algunos de sus mejores poemas de carácter religioso, pero poco después, cansado del ambiente poco comprensivo de París, marchó a la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire, donde convivió con los monjes durante buena parte de su vida. Participaba en las ceremonias, en los cantos, servía la mesa o tocaba las campanas, compaginando todo ello con su trabajo literario. Aseguraba que vivía de la eucaristía y con el transcurso de los años decía salir de la iglesia como “un hombre rejuvenecido, hecho de nuevo por la eucaristía”. Durante años no faltó tampoco a la procesión del Corpus en el pueblo próximo a la abadía, invitado a acompañar al Santísimo junto a las autoridades locales.
Adoración del Santísimo en la basílica del Sacre Coeur de París.
El poema que más me gusta de Max Jacob es el dedicado a la adoración nocturna en el Sacré Coeur. Son los años de la Primera Guerra Mundial, con los alemanes a las puertas de París, La traducción hace que se pierda bastante la musicalidad de los versos, si bien no borra ni el lirismo ni el amor con el que están escritos. “Él está aquí; día y noche/ Delante de él una ametralladora de amor”. La guerra está cerca: explosiones de obuses, tableteo de las ametralladoras, proyectiles de largo alcance como los del cañón Gran Bertha… Pero tanto ruido no es capaz de silenciar el amor, ni el de Cristo ni el de sus callados adoradores. De ellos que pasan allí horas y horas, dice el poeta: “Tienen la confianza en los ojos y el amor en el corazón”. Luego añade esta descripción: “Hay una rampa eléctrica delante de la custodia/que no se apaga por la mañana y se reinicia por la noche./ Es un lazo de caridad que detiene a los alemanes./Es una zarza ardiendo,/ una trampa para el demonio/la barrera contra el mal y el odio del mundo”. Los versos reflejan el poder de la eucaristía, aunque no ocultan la realidad de que el Sacramento se encuentra indefenso.
En este inspirado poema Max Jacob reconoce que tiembla porque es consciente de sus errores y de la inconstancia de sus esfuerzos. Admira a los adoradores porque se comportan con respeto, y no con temor. Sin embargo, su fe le hace exclamar: “La hostia es un punto luminoso que se extiende al universo” y “Lo que es un verdadero milagro es este hogar del Tabernáculo que quema como una llama blanca”. Por lo demás, el peculiar estilo de Jacob, muy próximo a la estética del surrealismo, le lleva a la comparación con un pastel: “El pastel de Amor está en tu estómago/está ahí la Presencia en ti”.
Los poetas suelen ser personas de una gran vida interior. En el caso de Max Jacob fluye de continuo la necesidad de la vida interior, en la que la eucaristía es el gran fundamento, y esto le hace escribir en 1941 en Consejos a un joven poeta: “Sea un alma de primera calidad. Sea cristiano, frecuente los sacramentos, confiésese, examínese. El examen de conciencia diario es el ABC de la literatura. Pasteur y Branly comulgaban todas las mañanas”.
Publicado en el portal de la Cadena COPE.