El sistema métrico decimal, caracterizado por la soflama “libres e iguales“, y que tanto gusta a los nuevos conservadores, auspicia un falso empoderamiento de la mujer, cuyo estilete es la libertad sexual. Para muestra, el botón jurídico activado por el Gobierno con el anteproyecto de la ley de libertad sexual.
Ya podrían haber hecho el ademán de pergeñar una ley de libertad económica, pero hasta los esclavos que sueñan con ser libres son conscientes de sus limitaciones; las que anunciaba Chesterton cuando decía que la mujer se había librado del marido para caer en las garras de los emporios, para los que gustosamente faenan los que se sienten libres e iguales, y con los que gustosamente comparte soflama toda la plana feminista.
Además, faenan por partida doble; me explicaré: la factoría sexual va más allá de la industria pornográfica; los plutócratas y sus medios conchabados la administran con maestría: manifestaciones, permanente regulación de nuevos derechos, teorías del género, revoluciones erótico-festivas y leyes de libertad sobreprotectoras conforman esa industria tan rentable para los poderosos. Es el engranaje de una dopamina, que funciona a las mil maravillas y cuyos consumidores son a la vez capataces, maquinaria y materia prima. Una bicoca para los plutócratas, que hace mucho que comprendieron que la mayor industria era la de la mitología sexual, porque garantizaba su statu quo.
La mujer debidamente actualizada, encelada en empoderarse tal cual los amos del emporio, ha mordido el cebo de la revolución de los instintos y el sinfín de libertades, y como decía Gustave Thibon: “Encadenado o sin encadenar, un esclavo sigue siendo esclavo “. El genio francés también nos recuerda que uno de los tipos de esclavo más comunes es el muñeco manejado por las cuerdas de la propaganda.
Un año más, el 8 de marzo volvieron a manifestarse millones de mujeres, esta vez bajo el lema Sola y borracha quiero llegar a casa. El feminismo bien pensante horrorizado quedó de la consigna, como si de una digresión se tratara, como si hubiera un feminismo virtuoso como contrapunto.
En los días previos, algunas feministas autoproclamadas “mujeres libres“ reivindicaban a Camille Paglia, referente de la autonomía y pluralidad del movimiento feminista. Ocurre que esas dos premisas son también las notas que hacen sonar el camelo ideológico del género: autonomía (para decidir qué se es) y pluralidad (para decidir qué se hace con la identidad). Compartiendo la ideología mostrenca del género idénticas coordenadas que la liberación feminista de la señora Paglia y sus epígonos, fuerza es decir lo poco inteligible que resultan los distingos entre feminismos virtuosos y deplorables, cuando ambos beben del vino del error (que diría San Agustín): un empoderamiento bajo las cuerdas del ilusionismo sexual de las élites.
La propia ontología de la libertad se acerca más al concepto de condición que al de situación. Así lo asevera Gustave Thibon cuando menciona al esclavo desencadenado que sigue siendo esclavo por más desencadenado que esté. De igual modo, concreta que las rebeliones contra la opresión exterior que no se cimenten en una ascensión moral y en una liberación interior devuelven al hombre a la esclavitud. Como es el caso del movimiento feminista, ya sea el bien pensante o el deplorable, que, embridado por la industria de la mitología sexual, opera contra una supuesta fuerza exterior llamada heteropatriarcado, invirtiendo los términos de Thibon: liberación moral y ascensión exterior. Así ensordecen ante otra de las mayestáticas enseñanzas de Thibon, maestro de la libertad donde los haya: "La regresión de la libertad coincide con el hundimiento de la fraternidad humana fundada sobre la paternidad divina“.
No obstante, la mujer feminista, ya sea la feminista que añora a Camille Paglia, ya sea su homónima deplorable, tendrá el privilegio un año más de volver a casa tal día como hoy, borracha y sola por haber bebido del vino del error: el mito de la libertad sexual.