Como cuando Bedford Falls, la pequeña ciudad en la que se desarrolla Qué bello es vivir, parece convertirse en Las Vegas. Luces de neón y casinos que han hecho desaparecer la vida apacible en la que George Bailey vivía con su familia. Esas escenas de la reconocida película permiten ver aquello que viene a describir La economía del deseo.
El libro de Daniel M. Bell nos sitúa en el camino de las preguntas. Es algo así como un viaje en el tiempo, cuando todavía disponemos de él, sobre hacia dónde nos dirigimos. Primero nos sitúa en nuestra época, “en la que todos somos capitalistas”, y nos pregunta sobre este orden económico: ¿funciona el capitalismo? La respuesta es sencilla: sí, por supuesto. Pero el autor va más allá: “¿Qué obra lleva a cabo el capitalismo allí donde funciona?”.
Porque el capitalismo “es mucho más -señala el autor- que un modo de producción, distribución y consumo de materiales y servicios” y llega a determinar las decisiones de toda nuestra vida. Es, y es necesario conocer esta idea, “una tecnología del deseo”.
Nuestros afanes, ansias y esperanzas son materia del deseo. “Somos deseo, amor”, recalca Daniel M. Bell. Pues bien, el capitalismo “distorsiona el deseo de un modo que impide la comunión de la humanidad con Dios y, en consecuencia, la comunión de unos con otros y con el resto de la creación”.
En su libro defiende que “el capitalismo es una revolución teológica que implica cambios radicales”. El cuerpo se ha convertido en una mercancía más. Incluso el matrimonio, los niños y los ancianos están sometidos al cálculo implacable de la racionalidad económica.
Es el Bedford Falls convertido en Pottersville: un lugar sin alma, sin comunidad; donde todos le son extraños al protagonista de la película, donde la desconfianza se ha apoderado de las relaciones vecinales, donde la casa familiar se ha convertido en una pensión para transeúntes, los niños han desaparecido de las calles y la alegría de Mary se ha perdido bajo un rostro avejentado.
Bedford Falls, convertido en Potterville, en "¡Qué bello es vivir!" de Frank Capra (1946), con James Stewart.
Pero Bell no solo describe en su libro lo que está por venir. Nos ofrece, ante todo, esperanza. Y de la buena. Porque nos recuerda la Buena Noticia.
Si bien el capitalismo ha creado su propia versión de la famosa máxima de San Agustín, “ama y haz lo que quieras”, que hoy parece haberse transformado en “produce para el mercado y haz lo que quieras”, lo importante es que “hemos sido creados para la amistad, para la comunión con Dios y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en Dios”: “El cristianismo anuncia la buena noticia de que podemos abandonar la carrera de locos que es el conflicto del mercado capitalista y hallar descanso. Nuestro deseo encuentra su gozo, su descanso en la comunión con Dios”.
La alternativa al capitalismo, defiende y nos recuerda Bell, “es el Reino de Dios, donde todos los que construyen, habitan, donde todos lo que plantan, cosechan y donde todo el mundo vive en plenitud y cesa la agonía que actualmente nos asalta”.
Frente al pelagianismo que nos invade, Daniel M. Bell explica que “el Reino es algo que nos es dado” y que “la economía divina no es un producto de nuestro trabajo sino un don”.
Esa economía divina de salvación se apoya en la misericordia y en el perdón, de tal forma que se constituye así un nuevo orden económico que reorganiza nuestro deseo: del mercado a la comunión con Dios y con los demás. Es volver a San Bernardo para recordar que “mi único mérito es la misericordia del Señor” y tener presente que “Dios trabaja aquí y ahora redimiendo nuestros pecados”.
Presentación on line, con Daniel M. Bell, de "La economía del deseo"