Son muchos los católicos que se preguntan, y nos preguntan a los pastores de la Iglesia, sobre el futuro de la fe y de la Iglesia en la nueva situación política marcada por un nuevo gobierno en España. Quieren saber qué puede ocurrir, y si vamos a encontrar dificultades para vivir la fe.
En estos días he oído muchas veces la misma pregunta: ¿están los obispos preocupados ante este nuevo gobierno?
Si se entiende por preocupación la actitud ante lo desconocido, o ante el cumplimiento de los planes de la izquierda, repetidos en todas la campañas y propuestas de gobierno sobre un laicismo excluyente, o frente a la libertad religiosa, que no es sólo profesar mi fe, sino vivir según esta, la concepción del hombre y de la vida contrarios al derecho natural, o la defensa real de los más pobres, sin olvidar el papel de las iglesias y religiones en una sociedad democrática, podemos decir que hay preocupación expectante.
Sin embargo, si hablamos de preocupación como miedo a la insignificancia o a la invisibilidad, al rechazo o al menosprecio, en mi caso, francamente, no. La Iglesia es del Señor, y la barca será débil y pobre, pero en la tempestad se hace fuerte porque la vela que la impulsa es la fuerza del Resucitado.
Ahora más que nunca hemos de anunciar a Jesucristo y proponer su Evangelio. La doctrina social de la Iglesia ilumina la imagen del hombre y su vida en sociedad. Creemos que el hombre es criatura de Dios, de ahí que no esté en nuestras manos disponer de la vida, ni poner en peligro o menospreciar la dignidad del hombre, construyendo una imagen de la humanidad a nuestra medida o a la medida de una ideología. Creemos también en el bien común que mira y defiende a cada hombre y la vida en común, especialmente a los más pobres.
Para vivir su vocación, la Iglesia siempre estará en actitud de honesto diálogo con los poderes públicos, y siempre tendrá la mano tendida a la colaboración en lo que respecta al bien y al desarrollo del hombre y de la sociedad, como tendrá una palabra de denuncia cuando los gobiernos no respeten este bien. “No tenemos miedo a esta convivencia en libertad”, decían hace años los obispos españoles. Ahora bien, “el Estado y la sociedad están obligados a respetar y garantizar la libertad de todos”. En esta situación quisiera hacer una llamada a la esperanza. Los católicos tenemos que ser hombres y mujeres de esperanza, instrumentos de esta virtud. Aunque tengamos motivos para desesperar, no perdamos la confianza, seamos presencia esperanzadora en medio de la sociedad. La presencia del Espíritu Santo nos da la sabiduría y la fortaleza que necesitamos para vivir en medio del mundo como testigos de Jesucristo.
No olvidemos de rezar por España, y por los que nos gobiernan, para que a todos llegue el amor de Dios que cambia los corazones y los hace a imagen del suyo.
Publicado en el portal de la diócesis de Getafe.