Llevo varios años yendo a la catedral de Santiago de Compostela a confesar. Pienso que son los días más intensos que vivo como sacerdote del año. El año pasado, un amigo mío me preguntó que cuántos habría confesado durante mi estancia allí. Le contesté que unos mil cuatrocientos. Me respondió que casi todos serían personas mayores. Pude decirle que ciertamente abundaban adolescentes y jóvenes.
Este año he repetido la experiencia con un resultado muy parecido. Dado que la mayor parte de mi vida pastoral la he realizado con adolescentes y jóvenes voy a decir de qué modo intento ayudar a los adolescentes y jóvenes que encuentro en el confesonario. Desde luego la única receta fija que conozco es querer profundamente al penitente y ser consciente que en esa edad están en búsqueda de un sentido de la vida que, a veces, logran encontrarlo, y otras no. Para empezar empiezo por decirles algo que a mí de adolescente me hubiese ayudado muchísimo saberlo: «Tus problemas sólo los tienes tú, (hago un breve silencio y continúo) y casi todos los demás». Evidentemente entre estos problemas están los familiares, religiosos, intelectuales y sexuales. Ellos son conscientes en su inmensa mayoría que su gran punto débil es la falta de fuerza de voluntad, por lo que les animo a hacer pequeños sacrificios que son ciertamente una gimnasia para la voluntad.
Entre los problemas familiares están las relaciones con los padres. Les quieren, aunque con frecuencia les da vergüenza manifestarlo, y se sienten queridos por ellos. A la pregunta de cómo educarían a un hijo o hija, si son chicas, de su edad, te contestan que más o menos como les están educando a ellos, salvo en un punto donde suele haber bastante discrepancia, pero es lo normal porque ahí en este caso son juez y parte: la hora de llegada a casa. De sus padres les recuerdo que cuando son pequeños son dioses para ellos, luego en la edad difícil de la adolescencia son un par de ignorantes que no entienden nada, aunque aparentemente hay una contradicción con lo dicho antes sobre su conformidad con la educación recibida. Posteriormente descubren qué grandes personas eran sus padres. Les invito a descubrir desde ya y antes de que sea tarde qué grandes personas son sus padres. En cuanto a los hermanos les suelo recordar que los hermanos están hechos para dos cosas y que el orden de factores no cambia el producto: para quererse y para reñir. Naturalmente les pido que se quieran lo más posible y riñan lo menos posible.
En lo religioso buscan un sentido a su vida. Les recuerdo la frase de una señora conocida mía que le preguntaron de adolescente en el colegio que qué esperaba de la vida y contestó: «amar y ser amada». Cuando hace unos meses la vi celebrar su cumpleaños rodeada de sus hijos y nietos pensé que su deseo de adolescente lo había logrado realizar. El otro gran problema es el de las dudas de fe. Aquí el gran problema es el de sus altibajos, aunque les digo que no sean tan rápidos como el de una alumna mía que un día antes de empezar las clases me dijo seriamente que había llegado a la conclusión que Dios no existía, para pedirme en el recreo de ese mismo día: «reza por mí, que tengo un examen». Pienso que las dudas de fe son el gran instrumento que Dios ha puesto a nuestra disposición para poder solucionar el gran problema que fácilmente se crea cuando la formación humana prosigue y la formación religiosa se queda estancada a los quince o dieciséis años. Por ello no me parece adecuado el rechazar las dudas de fe como tentaciones del diablo, sino que pienso es mucho más inteligente y acertado el detenerme en mis dudas de fe, e incluso ponerlas por escrito y luego intentar aclararlas consultando los libros y personas adecuadas.
En lo intelectual tienen que ser conscientes que sus estudios son los que van a permitirles ganarse la vida, pero que si tienen un sueldo, cuando lo tengan, es porque su trabajo se necesita y por tanto el trabajo es la primera manera de hacer el bien y ayudar a los demás fuera del ambiente familiar.
El tema sexual lo he tratado en bastantes artículos. Les recuerdo que la sexualidad está al servicio del amor y que gracias a ella la gran mayoría de hombres y mujeres realizan el sentido de su vida y se santifica. Sobre la masturbación les repito lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II. Sobre sus relaciones de pareja les hago las cuatro preguntas que me gusta plantearles para que las discutan con su pareja: 1) Desde que salimos juntos ¿soy mejor persona y mejor cristiano? 2) ¿La otra parte es mejor? 3) ¿Le ayudo a ser mejor? 4) ¿Me ayuda a ser mejor? Normalmente, les digo, hay elementos positivos y negativos: los positivos hay que mejorarlos y los negativos corregirlo. No me asusta mucho si la primera vez que se hacen estas preguntas encuentran más importantes los aspectos negativos, pero sí lo sería si a la segunda vez sigue pasando lo mismo. Y sobre el irse a la cama juntos les recuerdo que todas las estadísticas coinciden que se da con más frecuencia el divorcio entre quienes se ha acostado antes del matrimonio que quienes sólo lo han hecho después, siendo para mí la razón que Dios es amor y al ser la fornicación pecado no contribuye al amor, sin olvidar la necesidad del aguante y del sacrificio en la vida matrimonial, a lo que uno no se prepara si simplemente se deja llevar por la corriente de la comodidad.
Es evidente que en una confesión normal sólo se habla de algunos de estos puntos. Lo que sí les pido, porque para mí es el meollo de la vida cristiana que pidan a Jesús o a la Virgen estos tres dones: el de la fe, el de la oración y el de la alegría.