El Papa acaba de decir en Quito: “Nuestra fe es revolucionaria”, qué cierto y qué reto. Culmino con este cuarto artículo la serie titulada “Pedagogía en la predicación”, podría haberlo titulado de otro modo, pero creo que reúne lo que siento ante la necesidad de revisar el estado de la cuestión hoy en nuestra Iglesia.
Este pensamiento, -“Qué bueno que sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos los recursos que hacen más atractiva la predicación” (EV #159)-, del Papa Francisco, resume lo que se pretende aportar a este mundillo nuestro de la predicación, con la esperanza de que más personas se vayan sumando por el camino y logremos hacerlo realidad.
El Directorio homilético publicado hace un año y cuya lectura recomiendo, cita: “Para llegar a ser un homileta eficaz no es necesario ser un gran orador.” Plenamente de acuerdo con la afirmación, sin embargo, nos hace falta gente viva, espontánea, enamorada de Dios y de su comunidad. No está de más matizar que hace falta dar un buen repaso a los planes de estudio de los seminarios para introducir mejoras en esta área de la predicación, los fieles lo reclamamos. No pedimos oradores, sino hombres y mujeres de Dios, de Iglesia, ahí está la diferencia.
Cuánto más conozco a personas tocadas por Dios, más se palpa que lo humano florece y el sentido común y la empatía por el otro surge como algo espontáneo, y la parte espiritual brota, fluye, se armoniza en la vida y personalidad del sujeto en cuestión, eso, se refleja. Todo confluye con una naturalidad pasmosa. Quien vive realmente inmerso en Dios más se humaniza, más comprende al ser humano y por tanto, más capacidad le dará Dios para que la Palabra Sagrada sea el motor de transformación de los corazones y canal de crecimiento espiritual y de enriquecimiento de cultura religiosa.
Francisco tiene razón: “Nuestra fe es revolucionaria”. Esta afirmación la han vivido y proclamado miles y millones de cristianos a lo largo de la historia, desde el staret (стáрец, fem. стáрица) más desconocido en algún monasterio ortodoxo, hasta la religiosa Sierva de María que silenciosa acude noche tras noche a cuidar enfermos, y los padres y madres dejándose de lado para que sus hijos vivan como verdaderos hijos de Dios. Sí, nuestra fe es revolucionaria. Desde un Benedicto XVI, quien a raíz de recibir su primer misal en latín con doce años, comenzó lo que él denomina “la aventura de la Fe, explorando ese apasionante libro”, hasta la señora de 80 años catequista que le ha dirigido al Papa unas palabras bellísimas en su viaje a Ecuador. Sí, nuestra fe es revolucionaria.
Entonces, ¿qué sucede? Este área de la predicación no es algo baladí, sino trascendental, vital. Nuestra Iglesia está viva, lo sabemos, en unos lugares más que en otros, no hay más que darse una vuelta por parroquias, artículos escritos por tantas personas, asomarse a la realidad virtual de twitter para descubrir un dinamismo precioso en tantas diócesis y lugares de España, aún así, salvo excepciones, esta asignatura de la predicación no está ni aprobada, ni resuelta.
Por azar descubrí el otro día un programa en La 2 de TVE que me hizo pensar: “qué sencillo lo hace este presentador, cómo me ha enganchado, este hombre reúne alegría, pedagogía, creatividad, ilusión y pasión por la música, por la ópera ¡ha logrado que quiera ir al Teatro Real a escuchar ópera!”.
Pues la música y la ópera por muy maravillosas realidades que sean no nos llevan al cielo, la fe sí, y si nuestra Fe es revolucionaria como bien nos dice el Papa, entonces ¿qué sucede?
“Qué bueno que sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos los recursos que hacen más atractiva la predicación.” (EV #159).
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