Acaba de cumplirse el cuarto centenario de la muerte de San Francisco de Sales, un santo muy vinculado a Don Bosco y en el que vio un modelo para la vocación a la que Dios le llamaba. Ahí están los ejemplos del Oratorio de San Francisco de Sales, fundado en Turín en 1844, y la formación subsiguiente de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales. ¿Qué le llamaba la atención a Don Bosco de este santo? Lo dice con claridad en unas notas que escribe en los ejercicios espirituales previos a su ordenación sacerdotal: “Que la caridad y la dulzura de San Francisco de Sales me guíen en todas las cosas”. Quien ha de tratar con personas, y especialmente con adolescentes y jóvenes, necesitará ciertamente de estas cualidades. Pero estas cualidades no podrían entenderse sin la amistad.
Podría decirse de San Francisco de Sales, y por supuesto de Don Bosco, que es el santo de la amistad. En otros tiempos la perfección cristiana ha sido entendida como una triste caricatura: había que estar muy cerca de Dios y alejarse de la gente, porque la gente puede perturbar la relación con Dios e incluso alejarnos de Él. Sin embargo, esto no es concebible ni siquiera en la vida monástica de clausura, donde los religiosos oran por infinidad de personas y de intenciones. El cristiano no puede desapegarse de la gente por una espiritualidad mal entendida, y esto es aplicable tanto para laicos como para sacerdotes. No podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo que vemos y tratamos día a día. Esta mentalidad ya existía en la época de San Francisco de Sales, que escribe en su Introducción a la vida devota: “Muchos dirán que no es necesario tener ninguna clase de afecto particular y de amistad, porque eso ocupa el corazón, distrae el espíritu, engendra envidias, pero se equivoca quien da estos consejos”. A continuación, añade: “La perfección no consiste en no tener ninguna amistad sino en que las amistades sean buenas, santas y sagradas”.
Más allá de supuestas salvaguardas espirituales, este tipo de actitud se ha extendido en nuestra época individualista, en la que no pocas personas solo aspiran a estar entre los suyos, con aquellos con los que tienen afinidades o piensan de idéntica manera, lo que origina una atomización de la sociedad compuesta por pequeños núcleos más o menos familiares o simplemente individuos aislados. Ni que decir tiene que la amistad o el amor auténticos tienen muy difícil el arraigar en este tipo de sociedades. El calificativo de auténtico conlleva, sin ir más lejos, la capacidad de perdonar. A este respecto, decía el novelista Robert Louis Stevenson que una persona no ha experimentado la amistad si no sabe perdonar. El perdón está muy relacionado con la caridad y la mansedumbre, propias de San Francisco de Sales y que tanto admiraba a Don Bosco, que era un hombre de carácter fuerte. Por cierto, a San Francisco le pasaba lo mismo, aunque la mayoría de los que le rodeaban no lo sabían.
La caridad y la amistad van juntas porque si no fuera así la caridad sería algo seco, fosilizado y podría decirse que burocratizado. Ha sucedido a veces en la historia de muchas instituciones, en las que se ha apagado el aliento que les dio vida. Esta es la consecuencia de haber olvidado que la historia humana ha de ser una historia de amistad. Lo comprendieron muy bien Don Bosco y San Francisco, que en este sentido imitaron a Jesús, de cuyas amistades se habla en los evangelios. Jesús, cercano, amigo. Jesús presente en las vidas y el ejemplo de San Francisco de sales y del fundador de los salesianos.
Publicado en Salesianos.info.