"¿Cuál es, en su opinión, el mejor libro de apologética católica?"
La pregunta, que me hizo inesperadamente hace varios años alguien con quien conversaba, me cogió por sorpresa, pero no necesité mucho tiempo para buscar la respuesta.
"El Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana del cardenal Newman", respondí con seguridad, como haría ahora si alguien me preguntara lo mismo.
Recordaba ese momento no hace mucho pensando en la próxima canonización de John Henry Newman, prevista para el 13 de octubre en Roma. ¿Qué hace que este hombre de Iglesia británico del siglo XIX sea objeto de un permanente interés para tantas personas 129 años después de su muerte?, me pregunté.
Creo que la respuesta es que Newman fue y sigue siendo, por encima de todo, un gran defensor de la Fe, algo que ahora necesitamos mucho.
Alguien que no haya leído el libro podría objetar que el Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana es un mal ejemplo de defensa de la Fe, ya que en los años posteriores al Concilio Vaticano II el término "desarrollo" sirvió a menudo como pretexto para cambiar la doctrina.
Pero un comentario del padre Louis Bouyer -teólogo y, como Newman, converso al catolicismo- resuelve claramente esa objeción. En su prólogo al volumen de Newman en Ignatius Press Parochial and plain sermons [Sermones parroquiales y sencillos], comenta que el Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana "no es en lo más mínimo una defensa del cambio por el cambio, sino una delimitación muy precisa entre el cambio que significa un crecimiento real y el cambio que solamente supone corrupción".
También vale la pena recordar que Newman, que en ese momento era un pastor anglicano, pasó gran parte de 1845 escribiendo el Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana. Al concluirlo a finales de año, se apresuró a ser admitido a la comunión católica, de modo que podría decirse que en este libro dejó escrito su camino a la Iglesia.
En muchos aspectos, sin embargo, era ya desde mucho antes un católico de corazón, circunstancia de la cual pueden encontrarse numerosas pruebas en Parochial and plain sermons, junto con numerosos pasajes que nos demuestran que este académico caballero podía también ser severo, incluso duro.
Por ejemplo, lo que dice sobre la preservación de la fe en una homilía titulada El Evangelio: un tesoro que se nos ha confiado: "La razón clara y sencilla por la que predicamos y preservamos la fe es porque nos han dicho que lo hagamos. Es un acto de mera obediencia a Aquel que nos ha 'entregado el Evangelio'. Nuestra única gran preocupación al respecto es custodiarlo intacto... Si los hombres comprendieran esto como es debido, no estarían tan dispuestos a entregarse a esas especulaciones sin sentido a las que ahora se han acostumbrado tanto".
O este otro texto, en una homilía titulada Tolerancia del error religioso: "Me gustaría ver... que despierta entre nosotros un poco de celo y santa severidad que dé temple y carácter a esa lánguida y blanda benevolencia a la que llamamos amor cristiano. No tendré ninguna esperanza en mi país hasta que lo vea. Tenemos muchas escuelas de religión y de ética y todas ellas dicen enaltecer, de un modo u otro, lo que consideran el principio del amor; pero les falta mantener con firmeza esa característica de la naturaleza divina que es… la ira de Dios".
Al acercarse el 13 de octubre, recemos para que Dios nos envíe más defensores de la Fe sabios, elocuentes y valientes como San John Henry Newman, y que todos seamos defensores de la Fe en nuestro entorno. La necesidad es enorme.
Publicado en The Catholic World Report.
Traducción de Carmelo López-Arias.