La homofobia supone el miedo angustiado ante el fenómeno homosexual.

Es cierto que, con demasiada frecuencia, los homosexuales han sido objeto de burlas y menosprecios: “Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por los demás, pues lesionan unos principios elementales sobre los que se basa una sana convivencia. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 10, 1-X1986).

El Catecismo nos dice: “Un número apreciable de hombres y mujeres presenta tendencias homosexuales profundamente marcadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (nº 2358).

Es evidente que las actitudes discriminatorias contra ellos son inmorales al no respetar los derechos que cualquier persona tiene.

Personalmente jamás olvidaré que, en cierta ocasión, estando yo con una persona de la que sabía era homosexual, llegó otro y empezó a contar, uno tras otro, chistes sobre homosexuales. Fue de esas ocasiones en que uno no sabe dónde meterse ni cómo reaccionar. Lo que sí está claro es que hemos de tener hacia las personas concretas una actitud de gran respeto y delicadeza, así como tener el convencimiento de que, a menudo, la causa de la homofobia es, precisamente, las tendencias homosexuales latentes en los homófobos.

Pero también es cierto que, con frecuencia, sus lobbys han caído, en sentido opuesto, en el mismo error. Los homosexuales no sólo celebran el día del Orgullo Gay sino que también intentan que en Educación se proclamen los valores de la Diversidad Afectivo Sexual. Actualmente forman un grupo de presión para servir sus designios muy poderoso y activo con una gran influencia en el mundo político y artístico, siendo para ellos la homofobia una palabra fetiche que les sirve para estigmatizar a aquellos que no comparten sus ideas, es decir no aceptan la banalización ni la “normalización” de la homosexualidad, e impiden toda reflexión crítica sobre ella.

El que rechacemos la homofobia, en el sentido que rechacemos las actitudes malévolas y de desprecio contra ellos, y por supuesto que no estemos de acuerdo con su persecución penal, que llega en algunos países como Irán al salvajismo de la pena de muerte, no significa que tengamos que aceptar que la pareja homosexual y la heterosexual son realidades idénticas. No es difícil encontrar en los periódicos artículos solicitando una educación sexual en la que se enseñen los valores de este colectivo, como la Identidad de Género, muchos de ellos incompatibles con los valores cristianos. No es raro que los gays soliciten respeto hacia sus opiniones, pero con frecuencia ellos no lo hacen hacia las de los demás, como sucede en concreto con la Iglesia Católica, víctima muchas veces de sus invectivas y ataques. Tenemos derecho a ser y sentirnos heterosexuales, y a no dejarnos culpabilizar ni manipular por ello.

Recordemos en este punto que tanto para la Declaración de Derechos Humanos de la ONU (art 26-3), como para nuestra Constitución (art 27-3), los padres tienen derecho a que “sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Por tanto son los padres quienes tienen el deber inalienable de educar a sus hijos en la sexualidad. “La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos” (Juan Pablo II, Exhortación Familiaris Consortio, nº 37).